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Columna
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450 millones

Tiene que ser muy seductor vivir en un estado que sea casi invisible. Todo lo invisible que la técnica permita. Un estado poco menos que sin bandera, con una historia contada por profesores escépticos, con un himno nacional que casi nadie conoce bien, y sin selecciones deportivas que vayan por ahí a competir contra los ejes del mal. Un estado donde no hubiera oficinas públicas, pues todos los trámites se podrían realizar a través del ordenador (y en ello se está). Un país sin ejército y no quiero decir con ello que esa república / reino estuviera desarmado / a, sino que sus soldados serían encuadrados en unidades multinacionales, donde generales de aquí y de acullá mandarían modernas y eficaces divisiones, brigadas y otras agrupaciones militares bien entrenadas y, a ser posible, cultas.

Me gustaría vivir en un estado más que laico. Quiero decir en un estado que no financiara a ninguna religión, ni siquiera a las verdaderas (que, al parecer, son unas cuantas). Un estado que hiciera el bien fuera de sus fronteras, pero el bien de verdad: con inversiones generosas y con muchachos jóvenes dispuestos a curtirse en los maremotos y las desdichas. Para volver luego los jóvenes, bien fortalecidos de solidaridad, a ocupar los mejores puestos del gran estado invisible. Y de sus empresas más audaces.

Creo que la Unión Europea empieza a acercarse un poco a esa invisibilidad. Por ello votaré sí, con cierto entusiasmo, en el referéndum del Tratado. Cuanto más europeos seamos, y menos estatales (y no digamos gente comarcana, de bailes regionales) más humanos seremos, más de todo el mundo quiero decir, y también más de nosotros mismos. Vivir en un estado de 450 millones de habitantes -la población actual de la Unión Europea- tiene que ser una gran suerte. Con 450 millones de identidades como poco, porque cada cual es muchas personas en una sola.

Y, mientras tanto, viene Ibarretxe con su plan-boina a Madrid, a pelear contra el futuro y contra la vasta y prometedora Europa de los 450 millones de ciudadanos. De secretos, igualdades y sueños.

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