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Hundidos

A los habitantes del número 10 del pasaje de Calafell apenas se les podía arrancar palabra ayer. Entraban y salían a toda prisa del hotel Bel Air, donde se alojan desde el pasado martes. Sólo habló David Pichol: "Allí estaba mi infancia y todo lo que tengo. Ahora no tengo más que lo puesto", decía. "He cogido la baja, porque no tengo ganas ni de comer. Sólo pienso en lo que he dejado ahí dentro".

Pichol no quiere trasladarse a los pisos que el Patronato Municipal de la Vivienda ha puesto a su disposición. Están a cien metros escasos de su antigua casa, demasiado cerca del socavón. Dice que no piensa volver mientras no le den plenas garantías de un retorno seguro.

Apenas hablan tampoco las hermanas Raygal, que regentan un quiosco en el Carmel. Como el resto de los 27 vecinos. Silencio. Uno de ellos, sin embargo, lo rompe para asegurar que se están organizando y que entonces les "van a oír".

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