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Consensos básicos

En Alicia en el país de las maravillas, Alicia pregunta al gato de Cheshine "¿Por favor, podrías decirme qué camino debo tomar?", y el gato le responde: "Todo depende de hasta dónde quieras llegar". Y miro a mi entorno, compruebo el nivel de crispación y de desencuentro, la falta de diálogo y la ausencia de objetivos estratégicos claros y me pregunto si no sería mejor concentrar más esfuerzos colectivos en la construcción de consensos políticos básicos acerca de dónde queremos llegar como pueblo y qué caminos serían los más aconsejables. Porque si no es así, entonces cobra mayor significado en nuestro caso el párrafo siguiente del mismo texto de Lewis Carroll; aquel en el que Alicia responde: "A mí no me importa demasiado adónde", a lo que el gato añade: "En ese caso da igual hacia dónde vayas".

Y esa es la cuestión: que no nos puede dar igual hacia dónde caminamos, ni es irrelevante el camino que elijamos. Las cosas ocurren muy deprisa. Ya nada es igual que hace veinte e incluso diez años. La profundidad de los cambios económicos, sociales, culturales o demográficos, son de tal envergadura que obligan a seleccionar algunos grandes objetivos colectivos e impulsarlos haciendo abstracción del calendario electoral. Los consensos políticos básicos precisamente favorecen la posibilidad de poder pensar y construir a medio plazo y con independencia de alternancias, aunque en cada etapa y cada gobierno pueda legítimamente poner el acento o modular políticas y planes en función de su propia visión.

Tengo la impresión de que se consumen muchas energías en determinadas cuestiones, cuya importancia no niego, a costa de desatender otras que son de mucha mayor trascendencia para nuestra sociedad. Y tengo además la impresión de que este problema no afecta únicamente a los representantes políticos, sino a sectores más amplios de la sociedad. Es por ello por lo que creo que bien podría hablarse de un cierto fracaso colectivo, y no tanto de la impericia o incapacidad de nuestros representantes políticos, si bien corresponde a éstos una cierta tarea de coordinación, de convocatoria o de liderazgo que brillan por su ausencia con demasiada frecuencia.

Por ejemplo, creo que se consumen muchas energías en aspectos tales como la reforma del Estatuto de Autonomía y no se está haciendo todo lo necesario en políticas de formación y aprendizaje permanente. Y sin embargo, esta segunda cuestión es mucho más importante que la primera para el futuro de la sociedad valenciana en su conjunto. Tal vez no sea tan atractivo para el debate político, ni se preste tanto a su tratamiento mediático o académico, pero va a tener mucha mayor trascedencia para nuestro futuro colectivo. Y es aquí donde reclamo consensos básicos. Porque de ello puede depender el futuro de buena parte de la actividad económica y del empleo en sectores productivos y en comarcas completas. No se olvide que las empresas se van, pero las personas se quedan en los territorios. Sin embargo, como el proceso de deslocalización o cierre de empresas o de reducción del empleo nunca es drástico, sino que ocurre de forma gradual y cotidiana, no se le presta la atención necesaria y no se seleccciona esta cuestión como el primero de los grandes objetivos políticos colectivos que tiene esta Comunidad. Y conviene recordar que afrontamos el futuro inmediato en una de las peores posiciones posibles: nosotros no podemos competir con Alemania, Suecia o Finlandia, sino que tenemos que competir con nuevos países emergentes y con nuestros socios europeos recientemente incorporados a la Unión. Sin embargo, nuestros competidores inmediatos disponen de una mano de obra mucho más barata y, en ocasiones, mucho mejor formada.

El tercer informe sobre la Cohesión Económica y Social hecho público por la Comisión Europea el pasado año no deja lugar a dudas sobre nuestra delicada situación. En los diez países recientemente incorporados, alrededor del 78% de la población de 25-64 años tiene al menos estudios secundarios de segundo grado. En España está por debajo del 40%. Y otro dato más, aún si cabe más preocupante: la proporción de jóvenes entre 18-24 años que abandonan prematuramente sus estudios es mucho más alta en regiones como la valenciana. En el año 2002, alrededor del 26% de los jóvenes de 18-24 años de las regiones europeas Objetivo 1 (nosotros seguimos siendo) sólo tenía estudios básicos y había dejado de estudiar o formarse. Por el contrario, en Estados como Polonia, República Checa Eslovaquia o Eslovenia el porcentaje oscila entre el 8% y el 5%.

La formación y el aprendizaje permanente se han convertido hace ya mucho tiempo en uno de los pilares básicos en la estrategia de creación de empleo en la Unión Europea. Nosotros hemos de hacer lo propio, atendiendo en nuestro caso a un triple objetivo: compensar déficit históricos, aún importantes, para con aquellos conciudadanos que no pudieron tener acceso a este derecho básico de ciudadanía que nos hace a todos más iguales; estar atentos a las nuevas necesidades derivadas de intensos procesos migratorios; pero, sobre todo, prepararnos para afrontar en mejores condiciones los profundos cambios económicos, las trasformaciones y crisis de sectores productivos y sus repercusiones en materia de empleo. También debemos revisar a fondo nuestra estructura de oferta formativa. Existe demasiada descoordinación, fragmentación y escasa eficacia en la utilización de recursos disponibles entre los subsistemas de formación profesional reglada, de formación de personas adultas y de formación continua.

Y es aquí donde reclamo consensos políticos básicos. No se trata de hacer o derogar leyes y reglamentos. Ni siquiera de canalizar más recursos. El consenso político y el compromiso colectivo deben ser previos a todo ello. Se trata, en primer lugar, de decidir de forma colectiva dónde queremos ir. Porque de esa forma resultará mucho más sencillo elegir el camino que debemos tomar y con quiénes queremos compartir el viaje.

Joan Romero es catedrático y director del Instituto Interuniversitario de Desarrollo Local en la Universitat de València.

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