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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Un chico Bagdad

Si ustedes son aficionados a las películas porno puede ser que hayan topado con Holly One. La primera vez que lo vi fue en directo. Estaba casi desnudo en un escenario de forma circular que no paraba de dar vueltas. Una brasileña de buen ver, ataviada con dos estrellitas en los pezones y un triángulo dorado en el pubis, le hundía la mano entre las piernas y acababa apareciendo lo que el público esperaba. La escena terminaba, también, como todos esperaban: Holly One había cumplido su misión y desaparecía entre bambalinas, aunque, a ciencia cierta, nadie sabía el resultado final de la operación. ¿Eyaculan los artistas porno? ¿Era un orgasmo aquella media sonrisa? ¿O por el contrario terminan la tarea en los vestuarios? ¿Solos o con la pareja que los ha animado? ¿Son, quizá, propensos a la orquitis? Preguntas metafísicas que se olvidaban tan pronto aparecía otro número y el escenario del Bagdad continuaba rodando.

Holly One ha dejado de trabajar como actor porno y ha cambiado la tanga de lentejuelas por el uniforme de 'segurata'

Hace un año que Holly One ha dejado de rodar y ha cambiado el tanga de lentejuelas por un uniforme de segurata que le cae redondo. Lo pueden ver en la puerta del Bagdad departiendo con los clientes, algo que le encanta y que domina porque lleva en el oficio casi tantos años como los que tiene.

Holly One nació en Milán. Estudiaba hostelería y trabajaba en un bar, pero decidió apuntarse en una agencia de publicidad y sacar partido a su físico, y lo consiguió muy pronto. Tras varios anuncios televisivos se metió en una discoteca a probar el oficio de gogó. Subía a un podio y bailaba, y encima le pagaban bien. La gente sólo tenía ojos para él y vio un futuro prometedor. Viajó por toda Europa, siempre de discoteca en discoteca, de podio en podio. A mediados de la década de 1980 fue a Ibiza, que por aquellos tiempos era el summum de un determinado encanto. Trabajó en Pachá, Amnesia, Ku... "Conocí a toda clase de famosos", comenta Holly. "Era la época dorada de Ibiza. Yo alternaba el trabajo de gogó con el de relaciones públicas. Sacaba a bailar a la gente, hablaba con ella". Hasta que el propietario de la discoteca Amnesia le propuso desplazarse a Barcelona y trabajar en Fibra Óptica, la famosa sala de fiestas de la calle de Beethoven que lleva cambiando de nombre toda su vida. Era el año 1992, Barcelona estaba en plena efervescencia olímpica y Holly One quedó alucinado. "Me enamoré de esta ciudad. Es una ciudad azul, viva. Lo tiene todo. En cinco minutos estás en la montaña y en otros cinco en el mar. ¿Qué más se puede pedir? He vivido y he viajado por medio mundo y no cambio Barcelona por ninguna otra ciudad", dice Holly convencido. Confiesa que aquí la gente es más caliente, más divertida, que hay un espíritu bohemio que no ha encontrado en otras partes. ¿Y Madrid?, le pregunto yo, ¿no tiene la fama de estar siempre de fiesta? "Madrid no tiene mar". Asunto zanjado.

En Fibra Óptica empezó a hacer destape. La gente pensaba que era un número preparado, pero Holly lo improvisaba todo. "Hacía un numerito erótico y luego sacaba a bailar a las niñas. Fue un éxito rotundo". Trabajó en Otto Zutz, en Versalles, en el Atlántida de Sitges. Pero a Holly One le corría la vena artística por sus interiores y decidió estudiar arte dramático. Así estaba cuando un día, por casualidad, encontró a la mujer de su vida. "Fue un amor a primera vista", comenta él. Estaban en una peluquería con los rulos puestos (es un decir). Ella se llamaba Juani de Lucía y buscaba a alguien especial para un número del Bagdad, de la que es propietaria, alma y vida del negocio, y jefa, madre, amiga, confidente y lo que sea de sus pupilos y pupilas. Juani le propuso ver el espectáculo y él dijo que por qué no. Aquella misma noche se sentó en primera fila. "¡Esto es el paraíso!", cuenta Holly que gritó para sus adentros. Y se dijo: "Voy a probar". Y probó. Su primera pareja era una brasileña, Claudia. Estaba muy nervioso, pero ella era una profesional y sabía conducirlo. "Aprendí a concentrarme, a no mirar al público". Después actuó con una transexual. Lo vio Pepe Navarro y se lo llevó al televisivo Mississippi. Pero ya no dejaría nunca el Bagdad. Estrellita fue su última pareja. Pesaba 150 kilos y el número era más cómico que erótico. En todos estos años ha combinado el Bagdad con películas, algunas, como él dice, convencionales, pero es en el porno duro donde ha cosechado más éxitos. Ha trabajado con el gran Rocco Sifredi, de quien se confiesa admirador y al que reconoce como número uno indiscutible. Conoce a Nacho Vidal y afirma que algún día llegará a ser un Rocco. Holly ganó el premio al mejor actor en la película Milk bulls, que se presentó hace dos años en el FICEB, el festival porno de La Farga de L'Hospitalet.

Y mientras hablamos en la cafetería del Apolo aparece Ramón Quevara, un pedazo de hombre que me deja algunos segundos sin respiración. Me da la mano y me dice que es amigo de Holly. "¿No lo conoces?", me pregunta éste al ver mi cara. "Es un gran artista del porno". Le confieso mi absoluta carencia cultural en este aspecto y me mira extrañado, como si me faltara algo en esta vida para redondear mi felicidad.

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A pesar de sus éxitos cinematográficos, Holly se siente más a gusto en el espectáculo en directo y continúa actuando en galas y fiestas con una pareja fija. "Necesito el calor de la gente, los aplausos". Holly One es soltero y confiesa que no necesita pareja. ¿Para qué? "Tal como me ves, pequeñito, me he acostado con más de 1.000 mujeres. Y sigo dando caña".

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