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LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
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Tantos escenarios

ESCENARIO POLÍTICO, mediático, democrático, militar, de ilusión, de enfrentamiento, de bloqueo, de esperanza: nunca se ha repetido de manera tan agobiante que estamos ante, vamos hacia, llegamos a, salimos de tal o cual escenario como desde el momento en que Arnaldo Otegi invitó a encarar "la solución definitiva del conflicto". Fue en Anoeta hace dos meses: desde entonces, nadie ha dejado de dar vueltas al dichoso escenario.

Escenario Anoeta, como luego el Parlamento vasco, la puerta de La Moncloa, la sala de prensa del mismo palacete, el parador de Sigüenza, el Kursaal de San Sebastián y, en fin, por no faltar del que tanto gusta frecuentar a ETA, las calles de Getxo. No será, pues, por falta de escenarios ni de actores por lo que no acabemos de enterarnos del guión de la pieza que se está representando. Los líderes de Batasuna, PNV, PSOE, PP y ETA han salido a escena, han ocupado por turnos la primera fila, han dicho su discurso y han esperado a que los demás cambiaran de posición. Mientras la obra se desarrollaba, y como corresponde a una pieza de tanta intensidad dramática, los ánimos del público han experimentado todas las sensaciones posibles: incertidumbre, expectación, ira, entusiasmo, calma, perplejidad, decepción, nueva expectativa, otra vez irritación, y así.

Esto es política; política en estado puro o, mejor, ésta es la ilusión de la política: creer que representamos una obra cuyo final depende de los movimientos que cada uno de los actores realiza en un escenario. Que el escenario es, por tanto, un espacio en el que el actor no siente ninguna constricción y desde el que puede inventar el mundo. Partir de cero, comenzar la historia, marcar un hasta aquí y desde ahora. Así son los momentos fundacionales, las revoluciones, erigidas luego en sagrado comienzo de una historia sagrada. Algo similar ocurre ahora: por fin otra vez la política, por fin otra vez la sensación de que asistimos a un proceso de creación: nada está escrito, todo es posible.

En esas estábamos cuando el último de los actores se ha arrogado un papel en el guión con el que nadie contaba. ¿O sí? El primero, ese gran figurante que Batasuna tiene por líder, daba la impresión de sabérselo de memoria cuando pocos minutos antes del atentado se adelantó otra vez bajo los focos para anunciar crípticamente la escena siguiente de un proceso que no había comenzado todavía. Que nadie se engañara: la obra hasta ayer mismo representada no lo había sido en un escenario de resolución definitiva del conflicto. Y enseguida, con el coche bomba, se hizo la luz sobre las escenas ya vistas y se proyectó sobre las que todavía nos quedan por ver. La obra hablaba de tregua definitiva -una contradicción, si se tiene la curiosidad de consultar el diccionario- de ETA y cada actor había dispuesto su papel como si se tratara de su final.

¿Quién iba a administrar ese final? Tal era el problema que debían resolver los actores y a este propósito obedecía el guión escrito por los nacionalistas, la respuesta del Gobierno y el giro de la oposición. El que consiga irrumpir al final de la obra como administrador del fin de la barbarie será saludado como gran pacificador y su reino podrá extenderse por un milenio. Pero la gran barbarie no se dejará administrar así como así. De manera que cuando de la obra se han representado ya varias escenas y tantos escenarios han mudado tantas veces de actores y coreografía, resulta que falta una buena parte del guión por escribir. Que estamos encerrados en un escenario sin scenario, sin guión. Es, otra vez, la pasión de sentirse en el momento fundacional de una historia.

Una pasión, como todas, efímera: nadie puede vivir permanentemente la ilusión de que con él comienza la historia. Liquidar a ETA y restablecer o instaurar la democracia en Euskadi no se puede si cada actor pretende ocupar todo el espacio o escribir desde cero todo el guión. Acabar con ETA exige representar la escena de su derrota a la vez policial y política. Para eso era ayer, es hoy y será mañana imprescindible un acuerdo activo entre nacionalistas vascos y los vascos que no votan nacionalista. El PNV, que tan poco ha hecho por acelerar ese fin, ha tenido ya tiempo sobrado para representar su papel en solitario. Es hora de cambiar de escenario e intentar lo imposible: un guión colectivo para una obra en la que todos los actores dejen escrita su palabra. A ver si así podemos bajar de los escenarios y andar todos libremente por las calles.

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