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Columna
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El triunfo de la política virtual

La entronización ayer de George Bush marca el apogeo de la política virtual, que es la que ahora se lleva. Viendo su faraónica toma de posesión del cargo, todos creeríamos que ese infatuado personaje ha hecho de Irak una próspera y segura democracia, que ha corregido el mayor déficit de la historia en la deuda pública y en la balanza de pagos de su país y que ha creado más empleo que cuando Clinton. Y sucede justamente lo contrario. Lo importante, en la política actual, no es lo que de verdad ocurre, sino la representación virtual de lo que ocurre. Es como en esos juegos de ordenador o de consola, en los que en vez de competir realmente Ronaldinho, Beckham y compañía lo hacen en su lugar unos personajes electrónicos movidos por los usuarios del aparato. El invento ha alcanzado tales cotas de realismo y de verosimilitud que ya hay campeonatos mundiales de esa especialidad cibernética.

Es en la política, sin embargo, donde ese esquema de juego alcanza mayor virtuosismo. Uno lleva años y años oyendo hablar de cosas, todas ellas inexistentes, que a base de su repetición mediática parece que existan realmente: desde el AVE que iba a poner Valencia a 85 minutos de Madrid -¿recuerdan?- y del que aún no existe ni una traviesa, a las non natas ciudades de las Artes Escénicas y del Cine, presidida esta última por Luis García Berlanga. Mientras tanto, casi sin habernos percatado de ello, Dino de Laurentis acaba de inaugurar en Marruecos, a sólo unos cientos de kilómetros de aquí, los mayores estudios cinematográficos del mundo. El que los políticos no cumplan lo prometido en el fragor de la contienda electoral no es nuevo. Ya lo anticipó en su día el malogrado Enrique Tierno Galván, quien tuvo la delicadeza de confesar que "los programas electorales están hechos para no ser cumplidos". Ahora, la cosa resulta mucho más sofisticada: las promesas no se cumplen pero se intenta dar la impresión de que sí se ha hecho o, si acaso, que la culpa de su incumplimiento es de otro. Ocurre con el Plan Hidrológico, del que se ha creado la impresión de que funcionaba antes de ser paralizado por el Gobierno del PSOE. Pero, ni nunca pasó de proyecto, ni tampoco la ministra Narbona nos ha inundado de las desaladoras prometidas en su vagaroso, inconcreto y fútil Plan del Agua.

Es como el famoso eje de la prosperidad Madrid-Comunidad Valenciana-Baleares anunciado por el presidente del Consell hace casi un año. Durante ese tiempo, sólo ha habido una reunión conjunta de los tres presidentes autonómicos, además de los encuentros individuales mantenidos por Francisco Camps con Esperanza Aguirre y con Jaume Matas. Sin embargo, durante el año y medio que lleva en el cargo Francisco Camps se ha reunido, con la del jueves pasado, 18 veces con su homólogo murciano, Ramón Luis Valcárcel. Otras veces, se exhuman antiguos proyectos, como los parques de Sagunto y de Castellón, se les sazona con nuevas ofertas de infraestructuras, se les cambia la etiqueta y se les presenta como inéditos "espacios para la nueva economía. Eso, hasta la próxima presentación con un renovado diseño virtual del proyecto.

El procedimiento no es exclusivo de estos lares. Lo practica George Bush, como hemos visto, y lo lleva a cabo con consumada maestría José Luis Rodríguez Zapatero, que se dedica a decir a cada interlocutor aquello que desea oír, sin preocuparle demasiado si resulta contradictorio con lo dicho a un interlocutor distinto.

A escala de la Comunidad Valenciana, para poner orden en ese universo virtual en el que no hay más novedades que la renovada presentación de los mismos hechos, el consejero González Pons ha tenido la brillante idea de crear un Manual de Identidad Corporativa de la Generalitat. De esa manera tendremos entretenido al personal en la creación de nuevos símbolos, marcas y logotipos de nuestras señas de identidad, como si el cambio de envoltorio modificase realmente su contenido.

No pretendo mostrarme particularmente crítico, pero es que tenemos una insalvable propensión colectiva a quedarnos en el debate de las formas -la lengua, la denominación de la Comunidad, ¿otra vez?- en vez de avanzar en las cuestiones de fondo. Es como la prometida empresa cultural que presidirá José Luis Gimeno en Castellón: ¿una Ciudad de la Enseñanza?, ¿de la Lengua?, ¿de las Lenguas?, ¿de la Cultura? Con toda probabilidad, acertar con el matiz más adecuado consumirá nuestras mejores energías. Pero el que el invento, sea lo que fuere, esté en marcha dentro de cuatro años es otro cantar. Claro que en la política virtual el que una cosa funcione o no da absolutamente igual.

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