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Columna
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Oxígeno

En este solar patrio la atmósfera va volviéndose por momentos irrespirable con esa violencia verbal que se ha convertido en nuestro atributo. Parece que todo el mundo se encontrara en el interior de una olla a punto de ebullición, pero sólo se trata del efecto tóxico provocado por el veneno que expanden en las ondas hertzianas algunas tertulias radiofónicas y las declaraciones de ciertos políticos .

El otro día volviendo en taxi por la Gran Vía con la música de fondo del plan Ibarretxe, escuché que Fraga proponía la suspensión de la autonomía vasca como en 1934, también había comentaristas muy indignados que comparaban las próximas elecciones del País Vasco con las que van a celebrarse en Irak... Ante tal cantidad de despropósitos me acordé de una novela de Julio Verne que se titula La ciudad oxigenada.

En esta ciudad imaginaria vivía la gente más pacífica del mundo hasta que el malvado doctor Ox decidió inundarla de oxígeno para hacer un experimento y de la noche a la mañana el carácter de la población cambió radicalmente. Todo el mundo se enzarzaba en pleitos por la mínima, las tranquilas partidas del casino adquirieron una violencia inusitada, las parejas mejor avenidas pasaban el día sin dirigirse la palabra y todo estuvo a punto de resolverse en sangre cuando un día por un pleito de vecindad la población, ni corta ni perezosa, acordó declararle la guerra a la ciudad de al lado. Para trazar el plan de ataque, el vecindario se dispuso a asaltar el Museo Arqueológico y provistos de las armas más variopintas decidieron subir a lo alto de un viejo campanario desde donde se divisaba un panorama de conjunto mientras abajo una turba frenética esperaba indicaciones para lanzarse a sangre y fuego sobre la ciudad rival. La ascensión fue tan atropellada que faltó poco para que el burgomaestre se fuera a las manos con el cura. Todos querían pasar primero por la estrecha escalera, pero entonces, hacia la mitad del camino, ocurrió algo curioso: a medida que iban ascendiendo, los mismos que habían intentado abrirse paso a empellones, se hacían a un lado para dejar paso cortésmente a los demás:

-Haga usted el favor.

-De ninguna manera, usted primero, no faltaría más...

Tanto fue así que al llegar a lo alto de la torre el burgomaestre y el cura se pidieron uno a otro las más amables y educadas excusas. Con esta disposición de ánimo, cuando contemplaron en el horizonte la ciudad que iban a atacar se dieron cuenta de que lo ocurrido era una terrible equivocación y pensaron que sería una barbaridad indisponerse con tan buenos vecinos. Y es que la atmósfera artificial creada por el doctor Ox sólo se extendía a ras del suelo, y libres de su influjo los habitantes de la ciudad oxigenada eran la gente más tranquila y tolerante del mundo.

También este país tiene algo de ciudad oxigenada. Bastaría con situarnos en un punto elevado, por encima del ambiente viciado de tantos prejuicios y desde esa altura de pensamiento divisar el futuro con perspectiva de conjunto que no es ni más ni menos que eso que se llama perspectiva histórica.

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