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Reportaje:

Madrid, la fuerza del caos

Madrid no para. Allá donde se mire, grúas y excavadoras son las verdaderas estrellas de la ciudad de la marcha, el botellón, los fabulosos museos, los atascos superlativos, las muchedumbres en la calle. Aquí se apuesta por el crecimiento a toda costa, pese a que, con sus 3,1 millones de habitantes, parecía haber tocado techo, con los servicios públicos al borde del colapso. No se trata sólo de los proyectos ligados a la candidatura olímpica de 2012, estructurados en tres áreas que se agrupan en un radio de 10 kilómetros. Se trata también de toda una batería de obras públicas y privadas y de una gigantesca ampliación urbana que hará surgir de solares y antiguos terrenos agrícolas nada menos que 300.000 nuevas viviendas con capacidad para albergar a 900.000 personas, organizadas en más de una docena de nuevos barrios.

"Los Juegos son una buena oportunidad para transformar Madrid", asegura Ruiz-Gallardón, que pone como ejemplo de reequilibrio territorial la llamada Caja Mágica

Por supuesto, también es el desafío de 2012. "Los Juegos son una buena oportunidad para transformar Madrid", aseguró el pasado martes el alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón. Un cambio que convertirá la capital en ciudad olímpica, es decir capaz de organizar el mayor acontecimiento deportivo mundial, con independencia de que se gane o no la partida el próximo 6 de julio en Singapur.

El regidor puso ante un nutrido grupo de empresarios un ejemplo emblemático de lo que él considera reequilibrio territorial experimentando la capital bajo el impulso de la candidatura olímpica: la construcción de la Caja Mágica de Dominique Perrault en el barrio de Usera, un gran centro para las competiciones de tenis, "en una zona que hasta hace unos meses era una escombrera". Más espectacular aún será la transformación de una zona muy degradada medioambientalmente en un gran parque ecológico, La Gavia (en Vallecas), donde se celebrarán pruebas de pira-güismo con diseño del arquitecto japonés Toyo Ito.

Juegos aparte, la ofensiva urbanizadora es de tal envergadura que, como admite con un deje de orgullo la responsable de la Gerencia de Urbanismo capitalina, Beatriz Lobón, "no tiene parangón en Europa". Porque los nuevos bloques, muchos de los cuales surgen ya al borde de las autovías, necesitan un montón de nuevas infraestructuras, empezando por los enlaces con la M-30, la M-40 y la M-50, carreteras de circunvalación. Tampoco el centro se salva de este frenesí remodelador. En el subsuelo de la misma Puerta del Sol, teórico corazón de España, se colocan los pilares de una nueva estación de ferrocarril de cercanías, y tres kilómetros al norte se dan los últimos toques al túnel bajo la glorieta de Cuatro Caminos.

Mientras Barcelona, la otra gran capital española con la que siempre ha existido una soterrada rivalidad, es objeto de cuidados constantes, con un equipo municipal de arquitectos y urbanistas que sopesan y miden el impacto de cualquier pequeño cambio, en Madrid triunfa un modelo intervencionista sin complejos. "Son dos ciudades distintas, hasta por volumen. Madrid tiene el doble de habitantes que Barcelona, y mucha más superficie: 605 kilómetros cuadrados frente a 98 de la capital catalana.

Y Madrid, ¿hacia dónde va? ¿Cuál es el modelo de esta gran metrópoli, cabeza de una comunidad autónoma de 5,7 millones de habitantes, a la que desborda por completo?

El plan de siempre

"Madrid no para de urbanizarse, pero de forma caótica. El sistema es siempre el mismo: construir nuevos barrios en la periferia y luego unirlos con el centro por carretera. El problema es que luego todas las autovías y carreteras acaban colapsadas en poco tiempo. No se planifica un sistema de transporte público correcto y no se cuida ni se civiliza el centro". Ésta es la agridulce visión de la ciudad de José María González, Peridis, arquitecto, dibujante y artista polifacético que, como la mayoría de los madrileños, no nació en la capital. "Llegué en 1959 [nació en la localidad cántabra de Cabezón de Liébana] y vivo en el centro desde hace 20 años".

Tampoco cree que haya modelo claro ni verdadera planificación un ex concejal de izquierdas con 16 años de actividad municipal como Francisco Herrera, hoy presidente de la Fundación para el Progreso de Madrid. "Madrid crece hacia el Norte, hacia el Sur, hacia el Este y hacia el Oeste. No hay planificación urbana. Prueba de ello es que los dos últimos planes generales, el de 1985 (consistorio de izquierdas) y el de 1997 (consistorio del PP), estaban superados ya a los dos años de publicarse. Madrid puede con todo, lo desborda todo. La sociedad civil madrileña es un motor potentísimo". Los bares, los teatros, los cines, los grandes almacenes, las salas de conferencias, las presentaciones de libros, todo o casi todo arroja llenos monstruosos en Madrid.

Dentro de este tejido social tan dinámico, tan aficionado a echarse a la calle, los constructores y promotores inmobiliarios ocupan un lugar destacado. No sólo en Madrid, por supuesto, pero la capital es la mayor metáfora del modelo español de desarrollo que ha dado grandes frutos en términos de PIB. Por primera vez en su historia, España tiene 26 multinacionales que compiten en el mundo global, y Madrid no ha dejado de ser el gran escaparate del en cierto modo enloquecido crecimiento nacional. La comunidad lidera el ranking de autonomías en lo que a renta per cápita se refiere, nada menos que 24.000 euros por madrileño, por delante de Cataluña, Navarra y el País Vasco. Y aunque el Gobierno regional no tiene voz ni voto en la mayor industria madrileña, el aeropuerto de Barajas (que, según Ruiz-Gallardón, genera 150.000 empleos), revierte a la Comunidad una riqueza equivalente al 13% de su PIB.

Como revierte la riqueza generada por la segunda industria local, Ifema, el recinto ferial del Campo de las Naciones -cerca del aeropuerto de Barajas-, que aspira a convertirse en un polo de atracción fundamental para el turismo de negocios. "En estos momentos, Ifema organiza el 40% de las ferias de cierta relevancia que se celebran en España", dice Fermín Lucas, director general del recinto. A través de la enorme cristalera frontal de su despacho, en la tercera planta del edificio central del recinto, se divisan las obras de ampliación del aparcamiento. Lucas vino a estudiar a Madrid en 1968. Y aunque las cosas han cambiado mucho desde entonces, todavía la capital con ocho universidades (cuatro públicas y cuatro privadas), del total de 14 de la comunidad autónoma, sigue atrayendo estudiantes de los cuatro puntos cardinales. "La ciudad lo ofrece todo. La gente se queja continuamente, pero nadie se quiere ir de Madrid", añade Lucas satisfecho. Menos que nadie el capital extranjero. Aquí se queda el 75% de todas las inversiones foráneas. Y eso pese a la pérdida de competencias del Gobierno central y la falta de empuje reivindicativo de la comunidad madrileña en el panorama casi federal español. Aunque muchos madrileños, como Alberto Montero, mantienen vivo una especie de instinto de huida. "Si no fuera por el trabajo, que está en Madrid, me marcharía. Qué sé yo, me iría a Málaga, que me gusta mucho, o a alguna otra ciudad pequeña". Montero, transportista, de 37 años, ha hipotecado, sin embargo, su futuro a Madrid, donde espera disponer un día de un piso de protección oficial.

El trabajo tira, y Madrid, como dice un empresario, "ha ido creciendo, se ha ido consolidando como motor de desarrollo en estos años, casi inadvertidamente". La potencia de la capital, como cabeza regional, se ve hasta en los presupuestos municipales. El Ayuntamiento dispondrá en 2005 de algo más de 4.200 millones de euros para pagar servicios, funcionarios, invertir y gastar. Una suma enorme que da idea de la magnitud económica del poblachón manchego y que alimenta las aspiraciones del consistorio. "Queremos convertir Madrid en la cabecera del sur de Europa", dice la concejal de Urbanismo, Pilar Martínez. Ella guía con entusiasmo esta nueva etapa de desarrollo de la urbe, que incluye planes tan ambiciosos como el soterramiento de la M-30, la primera vía de circunvalación construida durante el franquismo, que será convertida en una calle más de la ciudad, la calle 30. El coste de la operación, ya iniciada, es de 4.000 millones de euros. "¿Y todo para qué?", se pregunta Herrera. "Exclusivamente para mover una suma fabulosa de dinero. Todos los alcaldes, de izquierdas o de derechas, han comprendido que la forma más sencilla de lograr el crecimiento económico es poner en marcha grandes obras de infraestructura".

No parece que los madrileños tengan nada que objetar a este estilo de frenético movimiento. "Se cambió de sitio un monumento muy significativo como la Puerta de Hierro y a nadie le importó", recuerda Francisco Olivares, asesor de urbanismo de los socialistas con largos años de experiencia en el laberinto municipal. "Falta tejido de sociedad civil, falta un debate sobre el desarrollo de la ciudad", coincide Bernardo Ynzenga, vicedecano de los arquitectos madrileños y uno de los responsables de planificación y urbanismo en los primeros años de la transición. O quizá se echa en falta una identificación más sensible con la ciudad. "En los nuevos barrios están surgiendo decenas de asociaciones de vecinos pendientes hasta el último detalle del desarrollo urbano, pero no se ve la misma preocupación por el conjunto de la ciudad", dice la gerente de Urbanismo, Lobón, que lamenta la falta de constructores expertos en rehabilitación de edificios en Madrid.

Es un detalle que ilustra una mentalidad local de amor a lo nuevo, de escasa valoración de lo antiguo. A golpe de piqueta cayeron en el XVIII casonas del siglo anterior, y en el XIX, multitud de palacios del XVIII (algunos, víctimas del trazado de la Gran Vía, que a principios de siglo XX se convirtió en el mejor escaparate de la arquitectura hecha por vascos para negocios de capital vascongado). En los años cincuenta se arrasaron los palacetes del siglo XIX, edificios modernistas de valor o simplemente conjuntos armoniosos sin más (ni menos) valor que dar al centro un aspecto coherente y agradable.

Con todo, Madrid demuestra una envidiable capacidad de superar sus limitaciones estéticas. "El centro ha mejorado, tiene atractivo, pero necesita civilizarse. Es el corazón de la ciudad, y la gente viene a los teatros, a los cines, a los restaurantes, y viene con el coche y además bloquea las calles esperando un sitio en un aparcamiento completo", se queja Peridis. Y eso pese a disponer de una excelente red de metro, en constante expansión, que se sitúa sólo por detrás de la de Londres, y que en breve la superará. "Es que Madrid ha tenido una gran suerte", dice Ynzenga, "el grueso del crecimiento se ha hecho mediante la absorción de pequeños núcleos de su periferia y no en mancha de aceite. Por eso el sistema de transportes públicos es excelente". Ynzenga niega además que los desajustes que se observan en la capital reflejen falta de planificación. "Es una de las ciudades más planificadas del mundo. No se puede hablar de caos, sino de orden incompleto. Madrid ha crecido muy deprisa, y parte de la periferia está como sin terminar. Es una ciudad incompleta, algo así como una adolescente. Por eso resulta áspera".

Áspera y agresiva. Una ciudad en la que se destroza el mobiliario de un barrio en un fin de semana de marcha o un parque público largamente reivindicado languidece a los pocos meses de inaugurarse. Y donde las reformas, restauraciones y lavados de cara tienen el esplendor más fugaz. "Madrid fue siempre un poblachón", dice Olivares. "Una ciudad donde se planifica en función de los intereses privados". O de los votos electorales. Puesto a elegir, Olivares se queda con la gestión de los gobiernos municipales de izquierdas de los años ochenta. "Ya en el Plan General de 1985 se proyectan los nuevos Programas de Actuación Urbanística (PAU), pero como zonas almohadilla entre las áreas rurales y el casco urbano, no se piensa en construir sólo viviendas. Lo malo es que el Plan General de 1997, tan estudiado y pensado que sólo su redacción costó 10.000 millones de las antiguas pesetas, ha optado por rellenarlo todo de bloques de pisos".

La iniciativa se justifica por las necesidades de Madrid, inmersa en un segundo boom de inmigración de proporciones mucho mayores que el vivido en la etapa del desarrollismo franquista. En los años sesenta, con el despuntar de la industria en la capital, Madrid se convirtió en la meta obligada de campesinos y trabajadores de media España. Llegaron con lo puesto y se alojaron en chabolas que construían ellos mismos. El centro histórico, los barrios del ensanche quedaron rodeados por un cinturón de poblados chabolistas en los que la izquierda encontró un fuerte apoyo electoral al principio de la transición. Poco a poco, los inmensos polígonos de casitas bajas construidos de mala manera, sin servicios ni el menor atisbo de urbanización, absorbieron los pueblos limítrofes, y Madrid se tragó localidades enteras, como Vallecas, Carabanchel, Tetuán, Vicálvaro, que forman hoy parte de los 21 distritos de la capital.

Todos aquellos madrileños de adopción "vivían en realidad la ciudad como un exilio, sin comunicarse verdaderamente con ella. Mantenían las casas de sus pueblos y pasaban en ellos las fiestas", opina el periodista Pedro Montoliú, un experto en Madrid, la ciudad a la que ha dedicado 12 libros y de la que ha recibido el título de Cronista de la Villa. Pasaron años antes de que esa masa de habitantes echara raíces en la capital. Con la llegada de los ayuntamientos de izquierdas se acabó con muchos de estos poblados chabolistas, se realojó a la gente en casas decentes y se dotó de servicios e infraestructuras a los nuevos barrios. Pero para el centro, al que se aplicó una política de no intervención, fueron años de decadencia.

Un centro en el que se han ido instalando muchos de los nuevos inmigrantes procedentes de América Latina, de Marruecos, del África subsahariana, de Centroeuropa. La nueva invasión, que en los últimos cuatro años ha traído a Madrid 450.000 inmigrantes, amenaza el equilibrio siempre precario de una ciudad que aun antes de existir como tal tenía ya problemas de crecimiento. "Madrid siempre ha tenido que hacer frente a situaciones extremas, sin planificar. La ciudad moderna se ha hecho muy deprisa, a partir de la muerte de Franco", dice Francisco Herrera.

Villa modesta

Las cosas, por lo que parece, fueron así desde el principio. Cuando, en 1561, Felipe II decide convertir la modesta villa de 20.000 habitantes, crecida alrededor del alcázar musulmán, en corte de un gigantesco imperio, cortesanos, hidalgos, funcionarios y comerciantes se topan con el problema de encontrar casa en ella. Se construye entonces a toda prisa, de cualquier manera. Hasta el punto de que Juan de Herrera, arquitecto del rey, se lamentaba ya en 1582 del crecimiento caótico de la ciudad. "Es menester ir ennobleciendo este pueblo (...) porque cierto es, cosa extraña, con todo lo que se fabrica en él y gastan dineros en edificios, cuán poco luce y se echa de ver, y todo esto a costa de haber fabricado con orden ni en lugares que acompañen unos con otros, sino tan desbaratado".

Desbaratado sigue siendo un adverbio oportuno para describir esta obra permanente que es Madrid, desbordante de vida y de problemas. Pero está llegando la hora final a este proyecto. "Con los nuevos PAU y los desarrollos urbanos previstos, Madrid ya no podrá crecer más. Ha agotado prácticamente su suelo", dice Montoliú.

¿Está cercano el momento en que Madrid será por fin una ciudad acabada? "Depende de lo que entendamos por ese término", responde este periodista. "Si una ciudad terminada es perfecta en sus calles y plazas, entonces no. Pero una ciudad es mucho más que su urbanismo o la belleza de sus edificios. Se define por las ganas de vivir que comunica, por las ganas de disfrutar de ella de sus habitantes". Basta recordar los atascos del centro, el hervidero nocturno de las zonas de marcha, para dar a Madrid un notable alto.

Nueva terminal del aeropuerto de Barajas, obra del arquitecto Richard Rogers y del Estudio Lamela.
Nueva terminal del aeropuerto de Barajas, obra del arquitecto Richard Rogers y del Estudio Lamela.ULY MARTÍN

Pilar Martínez: "La fuerza de la multiculturalidad"

Pilar Martínez, nacida en Villaviciosa de Odón, al oeste de la capital, es la actual concejal de Urbanismo del Consistorio madrileño. Encuentra en "la fuerza de la multiculturalidad" la esencia de Madrid, ciudad de la que ama especialmente el Observatorio Astronómico Nacional.

Fermín Lucas: "Nadie te pregunta de dónde vienes"

Fermín Lucas nació en El Burgo de Osma (Soria) en 1947 y reside en Madrid desde finales de los años sesenta. "Esta ciudad está llena de vida y es siempre acogedora", asegura. "Nadie te pregunta de dónde vienes". Su lugar preferido es precisamente la sede de Ifema, el recinto ferial que dirige.

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