'Telebasura': de la telerrealidad a la teleficción
El autor analiza en este texto el nuevo macrogénero televisivo y la aparición, con él, de nuevos formatos y contenidos periodísticos trivializados
Hoy, más que nunca, la televisión genera discursos pasionales, sobre todo en cuanto a su función ¿informativa, educativa, de entretenimiento? y a sus efectos. El malentendido en torno a la televisión viene sin duda de su evolución misma, que algunos enfatizan y otros ignoran. En poco más de una década, hemos pasado de una televisión con una función claramente referencial (la televisión "ventana al mundo") a una televisión que no se limita a reproducir objetivamente la realidad sino que construye su propia realidad: potencial del medio, dirán los integrados de siempre, que demuestra su enorme capacidad técnica y su poder de convocatoria, de acuerdo con una desgastada teoría de la demanda ("dadle al pueblo lo que el pueblo quiere": si circo, circo, si sangre, sangre), sin caer en que el gusto del público está condicionado por la escasez y poca variedad de la oferta, por la estandarización del producto; poder de mistificación, dirán los apocalípticos de nuevo cuño, que espectaculariza todo cuanto toca y transforma la realidad en simulacro (Baudrillard), impone su ley, ya no por la fuerza sino mediante la seducción, ejerciendo así su poder simbólico (Bourdieu). "Telebasura", sentencian casi todos, sin que muchos sepan siempre de qué están hablando...
El gusto por el disparate, la moda de lo grotesco vienen a dar forma a esta estética del descuido
El discurso sobre la televisión levanta pasiones porque el discurso de la televisión es en sí contradictorio, oscila entre una vocación formativa y una tendencia a la evasión, entre una orientación eufórica y una tentación de violencia. Sin embargo, hay una especie de ceguera ¿y en ocasiones sinrazón? consistente en no ver que el discurso de la televisión se ha alejado del modelo reproductor de realidad para acercarse a un modelo performativo, productor de realidad. La "telerrealidad" es la ilustración perfecta de esta transformación radical de la realidad representada, con la creación de una realidad sui géneris, que ni es del todo documental, ni tampoco exactamente ficticia: en este sentido, Gran Hermano ha abierto una brecha irreversible en la representación de la realidad.
Intentemos un acercamiento mínimamente racional al fenómeno, que abarque no sólo los contenidos, sino también las formas (expresivas, estéticas), los envites simbólicos (las incidencias sobre las representaciones sociales y la sensibilidad colectiva) y su dimensión ética. Lo haremos en forma de breve decálogo, con fines didácticos, y sin descartar posibles usos de utilidad pública:
1. La telebasura está vinculada a un macrogénero (la telerrealidad) y a la aparición de nuevos formatos: reality shows (primera y segunda época), talk shows ¿con sus derivas hacia el cotilleo?, concursos de convivencia, supervivencia y superación. Retoma, trivializándolos, géneros periodísticos tradicionales (reportaje, debate, entrevista), los integran a programas-contenedores y concursos, con fines de entretenimiento, no sin, a veces, pretensiones sociológicas.
2. En cuanto a sus contenidos, se centran en lo que he llamado referentes fuertes, de acuerdo con las famosas 3 "S" (sexo, sangre, sensacionalismo) ¿podríamos añadir: muerte? como ocurrió en el tratamiento del caso Alcàsser; esto es, objetos que, por sus características extremas, fomentan el voyeurismo (el placer del ver por el ver) y alimentan el morbo (el deseo de ver cada vez más).
3. Se caracteriza por una deriva hacia temas del ámbito de lo íntimo, lo secreto, lo tabú, reflejando un desplazamiento y una dilución de las fronteras entre lo público y lo privado: una tendencia a publicitar lo privado (los entresijos de la vida privada) ¿hasta convertir la intimidad en exhibicionismo ("extimidad", según la acertada expresión del psiquiatra S. Tisseron)? pero también tendencia a privatizar lo público (la utilización del medio como confesionario público).
4. En el tratamiento, llama la atención la "sobrexposición" a la que se ven expuestos estos objetos y sujetos. Hipervisibilidad, he calificado esta hipertrofia del ver (El Zoo visual), que remite a una mutación profunda en el régimen de visibilidad moderno: omnivisibilidad, transparencia, panóptico, dispositivos del ver todo, cuya cara oculta es la fascinación por lo invisible. ¿Qué es el morbo, sino una exacerbación del ver, un complacerse y también un jugar con él (con el deseo, la espera) y con la fascinación por lo no visto (lo prohibido), hasta caer en una mirada perversa?
5. Como práctica comunicativa, la telebasura denota una degradación de la categoría de lo informativo: la utilización de técnicas y géneros periodísticos con fines espectaculares, mediante dramatización o trivialización; la producción de una actualidad paralela a la actualidad "objetiva", sin duda debido al desgaste de ésta última: el cotilleo como actualidad redundante, autorreferente y sumamente pobre en contenidos, carente de valor simbólico.
6. Esto lleva consigo la institucionalización de prácticas degradantes que sustituyen el grito al debate, anteponen a la dialéctica de las ideas el enfrentamiento de personas, al intercambio de significados el linchamiento del otro, al rigor del argumento la fuerza bestial del verbo, el desmadre del gesto, todo ello erigido ¿hasta hace poco? en modelo de intercambio, conforme a una idea maniquea, primaria, del "debate", a falta de otra alternativa. ¡Menudo ejemplo de socialización para los jóvenes!
7. Pero se traduce también por la aparición de nuevas formas narrativas, basadas en la espectacularización y ficcionalización de lo cotidiano ¿y cuya narratividad se va construyendo sobre la marcha en los realities?, acompañadas por fenómenos de hibridación entre géneros (documental y ficción) y de confusión entre categorías (verdad / simulación, atractivo / repulsivo), que pueden resultar peligrosos en cuanto cuestionan distinciones fundamentales para los niños en su proceso de aprendizaje.
8. Desde el punto de vista enunciativo, es patente la potenciación de un "habla profana" (Mehl): la del espectador anónimo (que adquiere nombre y fama gracias al medio), por oposición al experto (el que posee un saber) y al famoso (el que ya tiene nombre), instituyendo una falsa ¿y a menudo manipulada? democratización del discurso. Todo vale con tal de que refleje una "vivencia", aunque sea intrascendente.
9. Esta espectacularización se caracteriza por una tendencia al exceso, traducida en barroquismo de las formas, que cae, las más de las veces, en el esperpento, la parodia, con una inclinación al autopastiche (CM y sus imitaciones) y a la reflexividad (el zapping); produce una fragmentación del discurso, una dilución del sentido y redunda en puro juego con las formas, con un predominio de lo imitativo sobre lo creativo, lo que no deja de ser preocupante, también, desde el punto de vista educacional.
10. En el aspecto ético, se desenvuelve en un universo de valores donde ha desaparecido toda jerarquía, todo imperativo moral, y se difuminan tanto las categorías éticas (bien / mal) como las estéticas (bello/ feo). Lo grotesco, lo monstruoso, y ahora lo freak, están de moda, el nuevo héroe es precisamente un antimodelo, hace gala de su desparpajo, de su desfachatez ¿entiéndase su capacidad para aprovecharse del medio y del otro (Pocholo)?, o de su cinismo (Lecquio), sin contraposición alguna de otros modelos. Lo negativo ¿la negación del / de lo otro? se erige en referencia dominante, el acoso en método periodístico, la invectiva en autoafirmación.
¿Entramos en la era de la postelevisión? ¿Una televisión especular en la que el espectador se contempla a sí mismo, transformado en un personaje casi de ficción, deformado por el espejo de lo grotesco, metamorfoseado por el esperpento en su propia caricatura?
Desde esta perspectiva, ¿cómo sorprendernos de que, en la escuela, haya bajado, nos dice el Informe Pisa, la curiosidad por el saber y se manifieste un rechazo al esfuerzo y una dificultad para concentrarse? Las múltiples derivas hacia el cotilleo (el periodismo del rumor, de la conjetura), hacia la telerrealidad (con su simulación de intimidad), hacia el juego, la parodia, con su traducción grotesca, facilitan una huida de la realidad y fomentan una "cultura del cachondeo": del ¿pa' qué?, ¿qué más da? y allá ellos, reformulación posmoderna (postransición y posmovida) del carpetovetónico que me quiten lo bailao.
El gusto por el disparate, la moda de lo grotesco, vienen a dar forma (forma pobre, tristemente trivial) a esta estética del descuido, de la despreocupación, versión despolitizada de la ideología del compromiso, que nos sitúa en las antípodas de una ética de la responsabilidad y del respeto ¿de atención al saber y al otro? imprescindible en todo proceso de aprendizaje (de la vida y de la diferencia). ¿Estamos pagando años de nivelación cultural, sustentada por la aculturación política, la regresión del discurso público a retóricas de otros tiempos, fomentada por / desde el ansarismo?
A no ser que esta representación hiperreal del ruedo ibérico ¿entre el pastiche y la parodia? colme el vacío dejado por otros discursos (el ideológico, el político, el histórico) y cambie una actualidad (la política) por otras (negra: de crímenes, rosa: de cotilleo, amarilla: de escándalos) o por su doble (la parodia, el zapping) y, con ellas, instale otros presentes, otras realidades, y confirme la función de evasión de la televisión. Más real que la realidad: la telerrealidad; más auténtico que la ficción, la teleficción, que es ya la televisión de hoy.
Gérard Imbert es profesor titular de las universidades de París-Sorbona y Carlos III de Madrid.
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