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Columna
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En manos de la Providencia

El tránsito de un año a otro se connota periodísticamente y por lo general a tenor de un viejo ritual en el que se aderezan balances y prospectivas o conjeturas, según se mire hacia atrás o hacia delante. Este año, sin embargo, aquí en el País Valenciano no me ha parecido que se mire hacia lado alguno. Los medios de comunicación se han limitado a cumplir el trámite evocando episodios anecdóticos, cuando no epidérmicos, y los portavoces políticos tampoco han revelado mucho interés en recapitular con incienso o crítica, y menos todavía han querido afrontar el futuro, interpretando los signos que se nos anticipan del mismo. Sí, hubo un discurso del presidente de la Generalitat con motivo del cap d'any, pero tan elusivo y rutinario que hacemos caridad al olvidarlo.

Y es una pena, a mi entender, que tanto el Gobierno como la oposición no hayan aprovechado la efeméride para darnos su opinión acerca de algunos episodios relevantes y de máxima actualidad. Por ejemplo, y serán varios ejemplos, habríamos agradecido unas palabras sobre el problema de la inmigración y los cambios poblacionales que se están produciendo y se acentúan en el País Valenciano, a la par con su aumento del censo. No decir una palabra sobre este asunto y el efecto colateral del multiculturalismo que nos invade es como meter la cabeza debajo del ala y encomendarse a la providencia divina. O sea, al caos.

No deja de ser llamativo que mientras algunos sectores productivos tradicionales están en crisis y con expectativas más bien opacas, se nos diga que vivimos en la euforia porque la cantidad de suelo que se urbaniza es exponente de nuestro dinamismo económico. Aun admitida como cierta esta simplificación -que en realidad es un dislate- ya va siendo hora de que alguien con mando en plaza nos diga qué pasará cuando asfaltemos la mayor parte del territorio, que será como acabar con el jamón que nos sustenta. De nuevo, Dios proveerá. Esperemos que como contrapartida de este desmadre urbanizador haya viviendas VPO de sobra, como dijo el secretario de los promotores de la provincia de Valencia, y lo dijo sin ánimo de cantar un villancico.

He aludido a los sectores productivos en crisis y debo añadir que si bien nuestros hombres públicos no pían al respecto, de no ser para echarle las culpas de lo que sea a sus antagonistas, el presidente de la patronal alicantina y un puñado de economistas prestigiosos coincidieron estos meses pasados en que el modelo económico valenciano está agotado. Para que no hubiese dudas, el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas demostró que esta Jauja que nos vende el PP -como antes nos vendía el PSOE- es menos rica, productiva y preparada que el resto de las autonomías. Con otras palabras: hemos crecido muy por debajo de la media española en los últimos 20 años. Y para acabarlo de arreglar, el catedrático de la Escuela de Ingenieros Agrónomos Vicente Caballer profetizó el fin de la agricultura tradicional valenciana, víctima de la incompetencia, por describirlo sumariamente.

Pero no pasa nada mientras podamos distraernos con disputas sobre la lengua que algunos hablamos y escribimos, el agua que no llega ni llegará y, últimamente, acerca del silencio, la agrafía o el secuestro del Consell de la Generalitat en pleno. Se busca. Se gratificará.

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