Gabeiras, un general necesario
Veníamos de aquella promesa de Franco a los alféreces provisionales y demás ex combatientes, concentrados en el Cerro de Garavitas de la madrileña Casa de Campo, cuando empezaban los signos de la decadencia física del general y los más aventurados proclamaban que el Generalísimo también era mortal. Cundía el interrogante cifrado en el "después de Franco, ¿qué?" y los teóricos del movimiento continuo daban como respuesta inverosímil la de después de Franco, las instituciones. Pero frente a la vaguedad de los exegetas, el propio interesado, subido a aquel cerro en 1964, se dirigió a sus incondicionales para decirles que "todo quedará atado y bien atado bajo la guardia fiel de nuestro Ejército".
Así que el Ejército, los ejércitos, que entonces eran los ejércitos de Franco, recibían la misión de erigirse en la "guardia fiel" de la continuidad de un régimen personal que ambicionaba perpetuarse pese a llevar anillada la fecha de su caducidad, indisolublemente ligada a la muerte del Caudillo recibido siempre bajo palio.
"Cautivo y desarmado el ejército rojo, las tropas nacionales han alcanzado sus últimos objetivos militares, la guerra ha terminado", rezaba el último parte del cuartel general de Burgos con fecha del 1 de abril de 1939. Pero la victoria no se había alcanzado sobre los etíopes, sino sobre otros españoles que pasaban a ser los derrotados y, enseguida, a formar parte de la anti-España sobre la que se ejerció la más brutal represión. De forma que el fin de la guerra no fue el comienzo de la paz, sino de la victoria y de la derrota. La paz reconciliadora sólo llegaría, tras la proclama de concordia del rey don Juan Carlos, con la Constitución de 1978.
Entonces, ni siquiera las más generosas amnistías pusieron fin al terrorismo etarra, empeñado en provocar la reacción golpista de los militares entre los que buscaba con predilección sus víctimas.
El Rey, el presidente del Gobierno Adolfo Suárez y el vicepresidente teniente general Manuel Gutiérrez Mellado se aplicaron a la tarea de conseguir que los ejércitos dejaran de ser los ejércitos de Franco y llegaran a ser los ejércitos de España, conforme a lo prescrito en la Constitución de todos. Luego vino la designación de Agustín Rodríguez Sahagún como primer civil al frente del Ministerio de Defensa. Poco después la designación de José Gabeiras Montero como jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, con grave disgusto de quien había llegado a considerarse candidato indiscutible, el general Jaime Milans del Bosch.
La elección de Gabeiras era potestad del Consejo de Ministros aunque su nombre estuviera precedido por otros colegas en el escalafón. Y los hechos posteriores que afloraron en la intentona del 23 de febrero de 1981 probaron el acierto de su designación. Basta pensar cuántas complicaciones adicionales se habrían añadido a la resolución de aquellos gravísimos acontecimientos si la jefatura del Estado Mayor del Ejército hubiera estado ocupada por Milans del Bosch.
El general Gabeiras supo ser leal al Rey, al Gobierno y a la Constitución en unas circunstancias límite, donde todos nos jugábamos la continuidad del sistema que libremente nos habíamos dado. Gabeiras entendió que las Fuerzas Armadas estaban para respaldar la soberanía nacional y no para impedir su ejercicio. Fue resueltamente por la senda constitucional, como se probará el día en que se haga pública la documentación que ha sabido preservar. Los españoles libres tenemos una deuda con él.
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