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CUENTO DE NAVIDAD
Columna
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El cura gordito

En un pueblo de la Sierra de Huelva, de cuyo nombre no debo acordarme, vivía no ha mucho tiempo un cura de los de misa y olla, ésta con más cerdo que carnero y aquélla con más viejas que mozuelas. De lo de la olla procedía su natural rollizo y coloradote. Lo otro era debido a su inclinación por las faldas jóvenes, que huían del clérigo conquistador como del mismísimo Diablo. En el tiempo de esta historia incluso se decía que andaba detrás de la mujer del alcalde, buena moza por cierto, aunque muy beatona.

Criaba el cura gordito un cerdo cada año, con muchos miramientos, hasta llevarlo al pagano sacrificio poco antes de Nochebuena. Pero en este de la historia, el animal se dio trazas para escapar de la gula del clérigo y, huyendo y hozando por los corrales, tuvo la mala suerte de meterse en el del zapatero, que tenía siete hijos, tos muertos de hambre. Con las debidas precauciones y mayores diligencias, estos dieron cuenta del marrano y lo convirtieron en chorizos antes que se persigna un cura loco. Y loco, desde luego, pero de santa indignación, se volvió el cura gordito, viendo que aquel año volaban sus chicharrones a los cielos más incógnitos. ¿Pues quién se los había robado? Imposible saberlo, por más que indagó y preguntó, y aun después de dar parte a la Autoridad. Pero la Autoridad, o sea el alcalde, tampoco puso mayor empeño, pues algo le habían soplado de las pretensiones del cura en torno a su mujer.

El zapatero del cuento era, a la sazón, poseedor de grandes cualidades folclóricas. Como que todos los años inventaba coplas de carnaval, que la gente esperaba para su deleite. Con motivo del regalo que le había mandado Dios, bajo la forma del guarro del cura, el cupletista no pudo resistirse e inventó varias chirigotas, que fueron cantadas en el seno más estricto de la familia, mientras daban cuenta de un suculento guiso de fresquillo, al que añadieron presas de paletilla, redaños y castañetas de lo más sabroso, todo perteneciente al celeste animal. Pero la hija más pequeña no supo guardar el secreto de las coplas y un día que jugaba a la comba con sus amiguitas, se le escapó una que decía: "Al pobre marrano / del cura gordito/ lo cogió mi padre / y lo jizo chorizos. / Y con lo que sobra / mi madre nos pone / un buen pucherito". El cura, que pasaba por allí, lo escuchó y corriendo llamó a la niña. "Ven, hija mía, ven. Si eres capaz de cantar eso en la Misa del Gallo, te prometo que los Reyes te traerán una muñeca preciosa". La chiquilla, naturalmente, dijo que sí, pero antes se lo contó a sus padres. Y el zapatero, entonces, le enseñó otra coplilla. Estaba ya la iglesia de bote en bote, porque el cura había hecho correr que aquel año se iba a producir una gran revelación. Y después del Evangelio, le dice a la niña: "Anda, hija mía, canta eso que tú sabes, para que todo el mundo se entere". Y la niña entonces cantó: "Detrás de una dama/ de este lugar/ va el cura gordito. / Siendo autoridad / como es el marido,/ no sería raro que le corte el pito". A lo que el cura replicó corriendo: "¡Orate fratres. Lo que dicen los niños son disparates!"

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