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DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Columna
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La ideología intermitente

No se sabe si la conducta humana es más rica en singularidades o en contradicciones, pero demanda el elástico territorio de las creencias para suministrar cobertura a la actuación indeseada

Amor mariscado

Nada como la Navidad muestra tan claramente el fracaso de las iglesias a la hora de conciliar lo que proclaman con la realidad realmente existente. Sobre todo, en lo que toca a la institución familiar, que tantos desvelos ocasiona a sus clérigos. Es notorio que la mayoría de familias cumple en estas fechas con el rollo de la unidad familiar con desgana y un tanto a regañadientes, llevadas más por la obligación que por la devoción, y que tal vez sólo entre los creyentes de misa diaria se observa el precepto navideño con toda intensidad y algo de recogimiento. El resto se agrega sin problemas de conciencia a la gran ocasión que la fiesta supone para los grandes almacenes, y raro es que la cena ritual de Nochebuena llegue a buen puerto, incluso digestivo, sin necesidad de llamar a urgencias y sin que se practiquen detenciones. Por más gamba rayada que le echen al asunto.

Politiqueros

Es peor si te pilla medio dormido. El otro día, saliendo de la siesta, veo en la tele a Serafín Castellano clausurando no recuerdo qué congreso de los suyos. En un idioma incomprensible (probablemente, el polaco adaptado por González Lizondo para diferenciarlo del polaco catalán) asegura, en lo que pude entender, que no van a permitir más agresiones a nuestra lengua. Será la suya. Repite facha varias veces, en lo que parece ser un recorrido autobiográfico. Pero no. Quiere decir haga, en la variante del polaco que está usando. Parece muy ofendido a cuenta de presuntas intromisiones en lo suyo, cuya autoría no se molesta en aclarar. Seguro que los innombrables que no menciona hablan su lengua mucho mejor que la que el tipo quiere hacer pasar por propia. Y a continuación, como en un mal sueño, aparece Ignacio Gil Lázaro, universitario de la porra contra los rojos genéricos en sus años mozos, que recita un párrafo de su intervención en un castellano infecto para leer el siguiente en un valenciano-catalán de su cosecha. ¿Es que desconoce el esperanto?

Ideología y conducta

La adhesión personal a la utopía no garantiza una conducta intachable, por lo mismo que declararse ecologista no siempre lleva a abandonar el tabaco o que las creencias religiosas tienen una importancia relativa en el testimonio de la vida de a diario. La historia está llena de dirigentes comunistas con cuentas secretas en los bancos suizos, ecologistas militantes que le dan a la botella, clérigos aquejados de graves problemas de conciencia porque les resulta imposible atenerse a los preceptos que habrían de guiarlos. La conducta humana -o la conducta de la conducta, como dicen los sabios- es rica y contradictoria, una experiencia única. Por eso llama la atención que una Iglesia reclame para sí el derecho a que la enseñanza de su catequesis tenga rango curricular en los estudios medios y universitarios, a expensas de los presupuestos públicos, con la de cosas ciertas que los alumnos deberían aprender para su recta formación.

La transgresión

no vende

Casi todo el mundo comparte la idea de que las vanguardias artísticas del periodo de entreguerras se alimentaban a su modo de los desastres europeos para defenderse de la atrocidad retorciendo el cuello a las convenciones cotidianas. Hoy es imposible reproducir sobre un escenario o en una pantalla nada parecido a todo aquello, porque en seguida se echan encima un montón de asociaciones artísticamente correctas. La transgresión, más que no vender, es que carece ya de público educado en ella, y además es aburrida. Pero para eso está el refugio de internet, reducto privado de intercambio de millones de pederastas y otros desdichados de la ilusión perdida que circulan por la red en una piña de frecuentadores más numerosa que las voraces plagas de langosta. Pero todo eso ya no es arte, aunque persisten las guerras.

La academia volada

En este país ha costado mucho conseguir la autonomía académica como para permitir que un conseller de ¡Cultura! cualquiera irrumpa en la sesión de la Valenciana de la Llengua para decidir qué se puede discutir en su seno y qué conviene aplazar o desestimar en virtud de unos criterios políticos, siempre subjetivos, que además de coyunturales suponen una afrenta de tal envergadura para la estabilidad de esa institución que bien se puede hablar de auténtica voladura. La creación de esa Acadèmia fue una especie de cambalache, es cierto. Pero una vez en marcha, y más allá de los inevitables criterios políticos a la hora de designar a los académicos, su autonomía debería ser sagrada. Alejandro Font de Mora no le ha hecho ningún favor a esa academia. Ni tampoco a los valencianos, por más que ese valiente esté persuadido de lo contrario.

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