La moral se va de vacaciones
Jugadores es la novela número cinco en la producción literaria de Don DeLillo y está fechada en 1977. Hasta ahora, la obra de DeLillo venía siendo editada en España por la editorial Circe, que ha sido su verdadera introductora con un total de, si no me equivoco, seis novelas, entre ellas tres piezas maestras (Ruido de fondo, Submundo y Body Art). Seix Barral se hizo con los derechos de la última, Cosmópolis, y con Jugadores parece emprender ahora la tarea de editar el resto de inéditos en español. El caso es que Jugadores ya está aquí y a poco de cumplir treinta años; no es una cifra desdeñable, sobre todo si el lector se sumerge en el libro y descubre su extraordinaria modernidad y vitalidad y lo que aún tiene que decir. Eso sí, se aconseja al lector no dispuesto a meterse en líos que no meta tampoco la nariz en este libro salvo que le pueda la curiosidad porque, eso también, su clima emocional y temporal es el presente mismo de nuestra vida actual.
JUGADORES
Don DeLillo
Traducción de M. Martínez-Lage
Seix Barral. Barcelona
256 páginas. 16 euros
La novela tiene un prólogo y
dos partes. El prólogo muestra a un grupo de pasajeros a bordo de un avión en cuyo bar pasan el rato mientras contemplan una película de terroristas y víctimas amenizada por un pianista. Opera como una versión en el aire de la vida de abajo en la tierra, es decir: flotan sin obligaciones ni responsabilidad. La primera parte contempla la vida de una pareja, Lyle y Pammy, y sus amigos; en la segunda, Pammy se va de vacaciones con un par de esos amigos mientras que Lyle se queda en la ciudad y contacta con una célula terrorista que se dispone a volar la Bolsa de Nueva York, donde trabaja él. Naturalmente, Lyle no es un terrorista, aunque adelanta algo del Bill Gray de Mao II; llega a la célula por la curiosidad que le produce la muerte de un colega -que resulta ser un integrante de la célula- y por dejarse llevar por una mujer que le atrae. Lo primero que conviene señalar es que Lyle no entra en la célula sino que se deja entrar, lo cual es una muestra clara de su actitud ante la vida, también de su disgusto por la vida que lleva; pero su disgusto no es activo, como tampoco lo es su entrada en el terrorismo. En realidad, Lyle no sabe qué hacer consigo mismo. Tampoco Pammy, que se va de vacaciones con una mezcla de deseo de relax y esperanza de una revelación que la sacuda. "Tengo la impresión de que ya no puedo acomodarme más tiempo del que realmente tengo", confiesa agotada, y lo cierto es que ya no puede soportar la idea del mañana, de mañana, por eso se va, para que mañana no sea ese algo que trata de meter algo más de tiempo en la vida que se precipita sobre ella cada nuevo día.
La novela está llena de ruidos,
no sólo de la calle, del interior de los edificios, de la actividad ciudadana y laboral, individuales o colectivos; también ellos (Ethan, Pammy, Lyle, Jack) emiten ruidos externos e internos y la confusión misma de sus mentes es un ruido de fondo que los atonta. La idea del ruido de fondo aparecerá más tarde en otra novela, White noise, ocho años posterior, como verdadero protagonista de una historia sobre la muerte, los nuevos miedos en la sociedad tecnológica y, sobre todo, el ruido de fondo de la desinformación. En Jugadores, la televisión es algo que sirve para mirar, oír, no ver, ver, esperar, pasar el tiempo... y el miedo es un estado de incomprensión y angustia en suspensión. "¿Tú crees que vamos a sobrevivir?". Los personajes se preguntan no tanto para acceder u ordenar el conocimiento sino para no sentirse solos bajo una especie de cielo que es su propio estado de incomprensión, su rutina laboral y su dedicación sin futuro. No tratan a la gente -salvo a su justo círculo de amigos-: sólo la ven, la fichan, la olvidan y siguen. "Siguieron de cháchara, hicieron ruidos varios un rato más, se levantaron, caminaron, se acostaron, comieron y bebieron algo, chocaron uno con el otro y gesticularon, he aquí el vulgar despropósito de sus veladas, un retiro alejado del estrés y del lenguaje". Son profesionales, son jóvenes, en cuanto sacan la cabeza de su trabajo tienen la sensación de estar en alguna parte sin acabar de entender lo que pasa contigo ni a tu alrededor.
La escritura de DeLillo es rápida, nerviosa, sincopada, salta de una cosa a otra sin un titubeo, salta de una persona a otra sin transición, relata la actividad con frases cortas y también el pensamiento y así es como la incomprensión de las cosas, la incomprensión del futuro y el progreso, la incomprensión de la vida, lo va definiendo todo literariamente. Las imágenes de DeLillo emplean elementos nuevos: "Y lo dijo con su voz rayana en la histeria, el exagerado quejido del descontento urbano". En realidad, lo que esta novela cuenta es el hundimiento del horizonte moral que proclamaba "haz lo que te dé la gana mientras no dañes a nadie", "si las dos partes dan su consentimiento, hazlo, da igual qué sea", "da igual qué, da igual con quién", "sigue el dictado de tus instintos, sé tú mismo, haz realidad tus fantasías". ¿La mentalidad de los sesenta? Sí, pero mucho más porque lo que aquí se cuestiona es el sentido del futuro. Lyle se pregunta en un momento determinado por la tendencia, tan propia de los moteles, de volver las cosas hacia el interior. La vida como motel es lo que les queda. Los moteles "parecen ser una idea de algo, estar aún a la espera de hallar plena expresión en una forma concreta". Así están ellos, así están todos. Sólo queda la palabra que Pammy descubre en la marquesina de un albergue de vagabundos: "Transitorios". En la última escena, El motel, amanece y el narrador mira y nos hace mirar cómo Lyle despierta y se disuelve a la luz. Todo el DeLillo que viene después está ya aquí.
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