Tennessee Williams en el salón
Un grupo de teatro aficionado representa 'El zoo de cristal' en una casa de Alameda con un aforo de diez personas
Por fuera, parece otra de tantas casas de pueblo, blanca, de dos plantas, con balcón y ventanas enrejadas. Pero el interior de esta casa de Alameda (Málaga) alberga el escenario donde se representa una adaptación contemporánea de El zoo de cristal, de Tennessee Williams. En concreto, en su salón, de unos 25 metros cuadrados, donde sólo caben diez espectadores que no sólo respiran el mismo aire denso que los actores, sino que podrían tocarlos con sólo estirar el brazo.
Christian Salazar, de 23 años, que interpreta a Tom, sale al recibidor, casi a oscuras, separado del salón por una fina cortina. Trajeado y serio, apunta a los espectadores con una linterna, e inicia su monólogo. "Tengo trucos en el bolsillo y cosas bajo la manga", recita, mientras guía al público a las sillas de plástico alineadas a un lado del salón. Los ojos se acostumbran a la penumbra, que deja paso a una decoración desasosegante. Muebles antiguos, velas en candelabros de alambre, y sobre todo, las cuatro paredes, blancas, llenas de palabras.
"Son frases emblemáticas de la obra que se pegan en la pared como si fuesen recuerdos, fantasmas", explica Erik Meling, director de la obra y escritor. "Ellos no se dan cuenta, pero el candidato matrimonial sí". Ellos son los tres personajes que viven en la casa, una madre dominante, Amanda, y sus dos hijos, Tom y Laura, abandonados por un padre cuyo retrato preside el salón, y enloquecidos en un ambiente surreal. El "candidato matrimonial" es el cuarto personaje, que llega del exterior y "hace de puente con la realidad", explica Manuel López Borrego, de 29 años, que lo interpreta.
También llama la atención la reja con trozos de cristal punzantes colgada del techo. "Es el zoo de cristal, la colección de Laura. Para Tennessee Williams, era una colección de animalitos frágiles y bonitos. Lo hemos hecho con cristales de las botellas que bebía el padre", dice Meling. Noruego, de 42 años, director teatral en su país -"hacía performance y teatro contemporáneo mezclado con danza, allí lo llaman arte escénico"-, hace cuatro años se vino a España "para vivir", y desde hace dos, reside en Los Carvajales, un pueblo de sólo 133 habitantes, cercano a Alameda (5.066 habitantes) y Mollina (3.658), en la comarca de Antequera, de donde proceden los cuatro actores aficionados.
Su intención, al representar la obra en esta casa, era "que los espectadores estuviesen dentro de la obra de arte", dice Meling, que, "como extranjero", ve los actos culturales de la zona "un poco conservadores". Pero el pasado fin de semana se llenaron las dos representaciones, a un precio de 5 euros, y las reservas ya están completas para las seis restantes. "Viene sobre todo gente de mediana edad, matrimonios de unos 40 o 50 años", describe López. "El otro día, en el intermedio, me hablaron, y hubiera preferido que no lo hicieran, porque te sacan del personaje", dice Manoli Tenor Dorado, ama de casa de 48 años. "Estamos tan cerca que es difícil para el público y también para nosotros", concluye López.
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