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Columna
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La salud y la enfermedad

Entre las páginas de este diario se ha deslizado en los últimos días, como si de un suplemento invisible se tratara, un dilema. Todo sistema tiene un margen de desviación o de fractura, también de mal funcionamiento, o simplemente de cambio de dirección, todo sistema es susceptible de sufrir tensiones sin que éstas supongan una agresión en sí mismas, sino el chirriar que produce el roce natural de los engranajes. Todo sistema está expuesto a discrepancias y está bien que así sea, de igual manera que las carreras de fórmula 1 se basan tanto en la pericia del piloto, como en las múltiples correcciones y ajustes que se realizan sobre la mecánica original del monoplaza. Todo sistema es, en suma, vulnerable. Un periódico es un sistema muy complejo y un organismo vivo y, por tanto, vulnerable a todo tipo de tensiones. El encontronazo frontal entre un crítico literario, Ignacio Echevarría, y la Dirección de este diario, a raíz de una crítica muy negativa de un libro de la editorial Alfaguara, publicada en Babelia, ha supuesto la apertura de un debate interno, al menos entre colaboradores y gente de nuestro entorno digamos intelectual, críticos, escritores, etcétera, acerca de los márgenes cada vez más difusos que separan opinión, crítica e intereses empresariales. La importancia de este periódico dentro del sistema cultural hace que dicho equilibrio sea cada vez más complejo y al mismo tiempo más necesaria su definición. El caso de Echevarría resulta sintomático de un dilema al que tarde o temprano, con o sin nuestra opinión, la mía o la de cualquier otro colaborador, este diario tendría que enfrentarse. Lo que está en juego, no es tanto el ejercicio de la libertad, que es algo demasiado grande y demasiado abstracto para ser cuestionado o reafirmado, sino el funcionamiento de pequeñas libertades puntuales. Pequeñas, pero esenciales. Porque afectan no sólo al libre funcionamiento del oficio de escribir, sino tambien al desarrollo del trabajo de todos aquellos implicados de una manera u otra en esto que a falta de una palabra mejor llamamos cultura. La credibilidad de quienes escribimos en estas páginas se sustenta sobre la certeza de que nuestras opiniones incluso nuestros errores, nos pertenecen a nosotros y no existen otras consideraciones, ni otras estrategias a la hora de mostrar nuestros intereses, nuestras dudas y nuestras falibles certezas, que lo que a cada uno Dios le da a entender. Por supuesto que todos estamos expuestos a las mismas desviaciones, malfuncionamientos y tensiones, pues como individuos somos también, uno a uno, sistemas vulnerables, pero me parece que ésas han sido hasta ahora las reglas del juego y no veo razón alguna por la que tengan que cambiar ahora, aunque puede que me equivoque.

Ese dilema al que me refería es, por supuesto, un dilema moral, pero también un dilema mecánico que afecta al funcionamiento de muchas de las piezas de esta compleja maquinaria. El ejercicio de la opinión supone, entre otras cosas, hacerse preguntas sobre comportamientos propios y ajenos y a nadie debería asustarle ese debate. Si existe cualquier clase de limitación en este terreno, el ejercicio de la opinión en sí, carecería de sentido, no ya en el área de la cultura, sino en todos los ámbitos. A pesar de la reciente y creciente tensión política, me gustaría pensar que esas dos Españas de la imaginación admiten ciertos márgenes esenciales, me gustaría pensar también que no estamos obligados a un posicionamiento constante entre bloques enfrentados y que contamos, ciudadanos y escritores, con márgenes suficientes para la independencia. Se trata sencillamente de vigilar la salud de un sistema. Considero que la obligación de los intelectuales, o como quieran llamarnos, dentro de esta marea, está más proxima a la vigilancia que a la militancia. Las causas difícilmente pueden ser más nobles que los métodos que emplean y en cualquier caso, las causas estarán siempre protegidas por la limpieza de estos metodos. De igual manera, se verán empañadas cuando los métodos se alejen del fair play, del equilibrio moral que sin duda todos deseamos. Pecaría de ingenuo si pensase que ese equilibrio es sencillo y me consta que vivimos rodeados de fieras, pero sólo podemos ser rigurosos con nosotros mismos y ese rigor es nuestra pequeña fortaleza.

Aquí comparto en público una preocupación personal y hablo sólo por mí, con la intención de aportar mis capacidades e incluso mis limitaciones, a un debate importante y más que saludable. No se trata de ir contra una idea y una manera de hacer, en la que he creído y creo, sino de luchar por esa idea, desde dentro de esa idea, mientras sea posible. Y si no, a otra cosa.

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