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Columna
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Togliatti, en España

Antonio Elorza

El azar ha hecho que coincidiesen en el tiempo la organización por el Istituto Gramsci en Roma de un coloquio en torno a Palmiro Togliatti, con ocasión del cuarenta aniversario de su desaparición, y la asamblea a vida o muerte de Izquierda Unida, la coalición política que encarna el último avatar del movimiento comunista español que el político italiano encauzó allá por los años treinta. En efecto, bajo los seudónimos sucesivos de "Ercoli" y de "Alfredo", Togliatti contribuyó decisivamente desde 1934 a la formulación de la política del Frente Popular para el PCE, primero, y más tarde, ya en la Guerra Civil, a su aplicación en tiempos de suma dificultad, como enviado de la Comintern en España. Fue la suya una labor de dirección y pedagógica, al tratar de que la política comunista respetara el pluralismo republicano y al mismo tiempo se hiciera a sí misma, a pesar de la forzosa sumisión a las órdenes de Stalin. En este punto, Togliatti fue más que leal, implacable, incluso a costa de las propias ideas. A pesar de ello, soportando lo que él mismo consideró un "oscurecimiento transitorio", profundizó en las razones del fracaso frentepopulista, debido a lo que calificó sin más adjetivos de ausencia de democracia en la España republicana. A su juicio, el comunismo sólo podría triunfar, e incluso sobrevivir, si se convertía en paladín de la democracia, lo cual implicaba apartarse del patrón soviético aun reconociendo el liderazgo indiscutible de la URSS. Contradicción insalvable, que no impidió la singular trayectoria del comunismo italiano, cuyos herederos constituyen aún hoy el núcleo de la resistencia democrática a Berlusconi.

A sus alumnos españoles, caso de Santiago Carrillo, "Ercoli" les transmitió realismo y el reconocimiento de que toda política de izquierda progresiva ha de apoyarse en una red de alianzas. Otras enseñanzas tuvieron peor suerte. Por algo Carrillo desechó en 1984 la filiación gramsciana o togliattiana de su "eurocomunismo" y destacó en cambio a Stalin. La fórmula era el partido de siempre, léase el de Lenin y Stalin, actuando dentro de un marco democrático. Así salieron las cosas. En su aplicación, el sentido pragmático y el reconocimiento de la democracia se hicieron a partir del tradicional esquematismo y fueron explicados con la no menos tradicional lengua de palo propios del pequeño Stalin en que consistía el secretario general, convencido de sus poderes mágicos para encerrar la complejidad de la realidad social y política en su informe. Para eso sobraba el "análisis en profundidad" requerido por Togliatti. Y en cuanto a la democracia y al pluralismo en el interior del partido, otros tantos estorbos: el "partido no era un club de discusiones" y estaban de más los "picos de oro". Salvo uno, claro.

Nada tiene de extraño que el pecé se autodestruyera al mismo tiempo que realizó la tarea de contribuir decisivamente al establecimiento de la democracia. Luego se trató de remediar el desastre mediante una recuperación de los eslabones perdidos. Nació Izquierda Unida. En parte, el desencanto era ya irremediable y en parte faltó liderazgo, ya que el cerebro de la operación, Nicolás Sartorius, nunca quiso asumir en persona la dirección del PCE o de IU. Y Julio Anguita devolvió la moral a la base, pero desde una visión política al mismo tiempo sectaria y pintoresca. No obstante, a partir de 1988, el desgaste del PSOE posibilitó un progreso limitado, sin que engarzaran los componentes demasiado heterogéneos de la coalición. El núcleo duro del también nuclear PCE, con el eterno Paco Frutos al frente, fue capaz de dar golpes de timón a la vieja usanza, como la alianza con el PSOE en las elecciones de 2000, y también de eliminar con Anguita al componente "italiano" que representó Nueva Izquierda. Era el regreso a los orígenes.

La etapa Llamazares aportó algún cambio de estilo y el regreso a una concepción pluralista, sólo que cargada de inseguridad y de residuos del pasado, en cuestiones como Cuba o Euskadi. A mitad de camino entre el cielo y el infierno, poca cosa queda del legado de Togliatti y el fracaso electoral es bien explicable. Sólo que una vuelta atrás, por personas interpuestas, a lo que representan Frutos o Alcaraz serviría únicamente para eliminar la contribución hoy prestada por IU a la política de izquierda.

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