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Columna
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El intérprete

Es curioso: cuando la intervención de un político es traducida al lenguaje de sordos en una comparecencia, al final uno acaba interesándose mucho más por el intérprete para sordos que por el político en sí. No poseo información acerca de cómo está regulada la contratación de intérpretes para sordos, ni sé con certeza si cada partido político contrata al suyo, pero se podría aventurar que el éxito de un discurso depende en gran medida del corazón que le ponga esa figura secundaria que apoya con sus convincentes ademanes las palabras de los próceres de la nación. Así pues, no es raro oír: "Al político no le he creído, pero al intérprete para sordos sí".

Cuando la recurrencia de los discursos políticos invita a la ensoñación y el despiste, ahí está el intérprete para sordos, bailando la palabra, dibujando las ideas con los dedos en el aire, comunicando en silencio con una presunción de sinceridad que el político envidia, de tal forma que es necesario escoger entre ambos. No sería la primera vez que, a la pregunta: "Qué ha dicho el político", alguien conteste: "No le escuchaba, estaba atendiendo al intérprete".

Al margen de que el intérprete no pertenezca a ningún partido, en el colmo del delirio, se podría aventurar que los intérpretes para sordos sólo sirven para despistar al público -otrora pueblo- con un movimiento encantador de manos, semejante a las artes del hipnotizador o a los retruécanos dactilares de las bailarinas hispalenses, aunque ésta hipótesis no se sostiene, y, además, es irrelevante. Lo realmente preocupante sería que el intérprete para sordos tuviera cara de embustero.

Ya hay quien prefiere bajar el volumen del televisor cuando le vence el tedio, y dedicarse a interpretar al intérprete, valga la redundancia, para mirar la escena desde un punto de vista más participativo -o interactivo, como se dice ahora- que le permita adivinar de qué se está hablando sin necesidad de escucharlo una vez más. De ésta forma, aunque no se descubra nada nuevo desde una perspectiva ciudadana, siempre se puede aprender el lenguaje de los signos para que, la próxima vez, no tengamos que conformarnos sólo con la versión oral del 11-M.

Entre debates y comparecencias, algunos televidentes ni siquiera dan crédito al intérprete y menosprecian sus esfuerzos, pensando que no van a complementar su visión de las cosas. Yo, por el contrario, soy de los que piensan que el intérprete para sordos siempre nos puede dar la clave de la política española de los últimos tiempos con un gesto concreto, de simbolismo preciso, que nos haga reflexionar. De hecho, habría que empezar por preguntarle qué diablos quiere decir cuando levanta el dedo medio de la mano.

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