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Crítica:CLÁSICA | B. Bonney y A. Kirchschlager
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Radiantes, encantadoras

Sacudidos todavía por la densidad del recital de Ian Bostridge en el Teatro Real, con Mahler y Henze de equipaje, la actuación de Barbara Bonney y Angelika Kirchschlager fue como un bálsamo. Aparecieron tan guapas, delgadas, bien vestidas, sin perifollos, simpáticas y explosivas que evocaban de inmediato la comparación con otras épocas de divas voluminosas y andares torpes. De cine era la imagen, con un glamour a prueba de bombas. Empezaron a cantar y se metieron al público en el bolsillo. En la Pastoral de Saint-Saëns incluso se dieron un par de vueltas en diferente sentido sobre sí mismas, a modo de chotis imaginario, que la morena de Salzburgo (de negro) y la rubia norteamericana (de rojo jaspeado con toquecitos dorados) bailaron-giraron con gracia no castiza, pues a pesar de su incursión previa en el cancionero español, vía Schumann, pues, ¿qué quieren que les diga?, más que de La verbena de la paloma parecían salidas de El caballero de la rosa.

XI Ciclo de Lied

Barbara Bonney (soprano), Angelika Kirchschlager (mezzosoprano) y Malcolm Martineau (piano). Canciones de Mendelssohn, Schumann, Saint-Saëns, Chausson, Massenet, Fauré, Rossini y Dvorak. Teatro de La Zarzuela. Madrid, 13 de diciembre.

Rebosaban simpatía las dos estrellas y, entre ellas, se movía como un galán de Hollywood el pianista escocés Malcolm Martineau, tan extraordinario como siempre en el detalle, la intencionalidad y hasta el sentido del humor. El Rossini del cautivador trío fue, digamos, muy particular, y el Dvorak de los Dúos moravos, traducidos al alemán, mostró lo mejor dentro del programa oficial de las dos radiantes y encantadoras cantantes. Cantaron con buen gusto, con delectación, gustándose a sí mismas. La velada transcurría con ligereza bien entendida, a ritmo de divertimento lúcido, sin mayores pretensiones.

Pero lo mejor todavía no había llegado. Una graciosa interpretación de Las hermanas, de Brahms, preparó el momento. Y cuando menos se lo esperaba el respetable llegó la magia, lo sublime. Fue en la segunda propina con la canción D'un coeur qui t'aime, de Gounod. Las dos chicas hicieron una versión antológica, conmovedora, con la sensibilidad melódica a flor de piel. Y el pianista acompañó con un refinamiento poético fuera de serie. Fue lo mejor del recital. Curiosamente, en lo más serio y emotivo, dentro de una noche de intención festiva.

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