"Creí que controlaba todo y era alcohólico"
Gascoigne se hace llamar ahora 'G-8' porque no quiere que la gente le recuerde "como un tipo que se comportaba como un idiota"
Ya no está gordo, ni pálido, ni es el admerreír de los aficionados británicos que le arrojaban chocolatinas desde las gradas. Ya no se llama Paul Gascoigne como solía. Mucho menos Gazza. Ahora es un hombre que busca minuciosamente un poco de respeto cambiando inscripciones registrales y apariencias externas. Habla con voz vacilante y el rictus serio, luce un bronceado de rayos uva, carga bolsitas de Zara y su figura se ha escurrido hasta darle el frágil aspecto de un canijo. Fuma grandes habanos Cohiba y dice que no quiere que le llamen Paul: "Paul recuerda a Gazza y yo no quiero que me recuerden como Gazza, ni como a Gascoigne. No quiero que la gente cuando me vea recuerde a un tipo que se comportaba como un idiota. Quiero que cuando me recuerden como a un gran futbolista".
"Cometí muchos errores y arruiné mi carrera; Beckham es un buen ejemplo para los demás"
El ex Paul Gascoigne, que ahora prefiere que le llamen G-8, en memoria de su dorsal, se pasea en estos días por Madrid con el aire triste de los arrepentidos. Ronaldo lo ha invitado a unirse al Partido Contra la Pobreza y el hombre no duda en dirigirse a los medios españoles para que capten su mensaje de samaritano redimido. "Yo soy un alcohólico", dice muy grave, "pero no bebo desde hace 22 meses. Yo cometí muchos errores que arruinaron mi carrera y espero que los jóvenes hayan aprendido la lección. Si ves a David Beckham ves en él a un buen ejemplo porque ha demostrado que si cuidas su cuerpo y tienes un buen manager puedes concentrarte en el fútbol y hacer una gran carrera".
Cuando G-8 era Gascoigne, violento y genial, su pierna derecha le llevó a la cúspide del fútbol inglés. Fue la época de su peregrinaje vertiginoso por el Newcastle, el club de su tierra, el Tottenham, el Lazio, el Everton y el fútbol chino. Esta temporada hizo un último intento. Recuperado de un tormentoso divorcio y en pleno proceso de desintoxicación fue contratado por el Boston United, un club de la Tercera División inglesa. Allí ofició de jugador y entrenador pero sólo duró un puñado de partidos. Luego revelaría su frustración: "Como entrenador sólo tenía autoridad en los calentamientos".
Wayne Rooney, la última estrella adolescente del deporte inglés, es continuamente parangonado con el viejo Gascoigne porque ambos responden a un perfil semejante, futbolístico y sociológico: origen proletario, educación deficiente, hábitos desaforados y un instinto natural para el fútbol. Al oír la comparación, G-8 hace una mueca reprobatoria. "Wayne es un jugador extraordinario", asegura, "y tiene la ventaja de contar con un gran manager [Alex Ferguson, director general del Manchester] que sabrá conducirlo por el buen camino. Cuando eres un futbolista como Rooney el principal problema que tienes es que ganas demasiado dinero y te crees que controlas todo. Crees que puedes hacer cualquier cosa. Yo, además de creer que tenía todo bajo control, era alcohólico".
A los 37 años el ex Gascoigne parece un hombre cansado. Ayer declaró que no estaba seguro de poder jugar el partido amistoso en el Bernabéu porque su médico le había recomendado que guardara reposo. "Me caí haciendo patinaje sobre hielo, me golpeé el cuello y me tuvieron que hacer una operación", explicó. El ex jugador, que se siente más identificado con su vieja camiseta que con su viejo nombre, dio su argumento tocándose el cuello: "El doctor me ha dicho que tengo que descansar unas tres semanas".
El accidente sobre hielo evoca el bizarro pasado de un hombre al que muchos consideraron un héroe. Un media punta goleador, virtuoso y sorprendente que se hizo famoso por su colección de fantochadas y alardes histriónicos. Ayer, en un hotel de Madrid, con un sencillo jersey de lana, unos vaqueros que no llenaba y unos zapatos raídos, el tranquilo G-8 no recordaba al hombre que fue.
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