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Reportaje:CLÁSICA EL PAÍS

'Requiem', de György Ligeti

EL PAÍS ofrece mañana, por 2,95 euros, un trío para violín, trompa y piano; un cuarteto de cuerda y una obra coral del compositor

La música de la segunda mitad del siglo XX está representada en la colección Clásica de EL PAÍS por György Ligeti, nacido en 1923 en un pueblecito de Transilvania, entonces húngaro y hoy perteneciente a Rumania. Ligeti es el único compositor vivo de nuestros libro-discos. Sus hallazgos musicales y su capacidad de comunicación le sitúan en la historia de la música como una figura imprescindible. Es un "clásico". En muchas ocasiones se le ha calificado como seductor, especialmente por el tratamiento de los timbres, de las texturas y de las masas sonoras. Es un seductor musicalmente hablando, pero los traumas del siglo le han marcado. Los nazis le internaron en un campo de trabajo hasta el final de la guerra y su familia estuvo deportada en Auschwitz. Únicamente su madre sobrevivió. El libro-disco de EL PAÍS propone un recorrido por tres etapas de su evolución creadora. De 1953-1954 es su primer cuarteto de cuerda, Metamorfosis nocturnas, muy en línea, por así decirlo, con los cuartetos de Bartók; de 1963-65 es el hechizante y sobrecogedor Réquiem, perteneciente a su estilo "neopolifónico", y de 1982 es su Trío para violín, trompa y piano, un particular homenaje a Brahms que entra de lleno en el periodo "posmoderno" del compositor. "No tengo ninguna visión definitiva del futuro, ningún plan general, sino que avanzo de obra a obra palpando en distintas direcciones, como un ciego en un laberinto", ha dicho el compositor. (Todos los entrecomillados de este artículo son de él, con lo que sus reflexiones complementarán la escucha de su música).

La música de la segunda mitad del siglo XX es un filón, aunque la perspectiva histórica y la cercanía no han permitido todavía separar con precisión el grano de la paja. Hay autores de una imaginación deslumbrante, pero se ha producido también un problema de falta de sintonía de los compositores con el público tradicional, tal vez porque estas músicas reclaman otras sensibilidades, tal vez como consecuencia de una insistencia de lo experimental por parte de muchos creadores que está reñida con la capacidad de asimilación inmediata. "El compositor contemporáneo de música seria vive en un diminuto nicho cultural, como en cuña entre la electrónica de consumo, comercialmente en expansión, y los oropeles de las actividades tradicionales, prestigiosas, en conciertos y óperas. Pero aun cuando el nicho que todavía nos queda sea diminuto y aparentemente carente de función social, éste se encuentra como en la película que forma una pompa de jabón: su espesor es infinitamente pequeño, pero tiene posibilidades de expansión espiritual infinitamente amplias, siempre y cuando la burbuja siga existiendo". Ligeti no pertenece a ninguna escuela o tendencia estética. Se ha movido con absoluta libertad entre las diferentes líneas dominantes hasta adquirir un estilo que está compuesto por muchos estilos. Ha reconocido su fascinación por las músicas étnicas, incluidas la extraeuropeas, y por la música antigua, especialmente por la del siglo XIV y sus proximidades. Su concepción musical se integra en esa línea húngara que tiene a Bartók como precedente y a Kurtag como consecuencia inevitable.

El cine facilitó el conocimiento de la obra de Ligeti. Especialmente el de Stanley Kubrick, que escogió fragmentos de sus obras para películas como El resplandor, Eyes wide shut y, especialmente, 2001, una odisea del espacio, que representa para Ligeti algo así como Muerte en Venecia para Mahler. La ayuda que supuso para el conocimiento de Mahler el adagietto de su Quinta en el filme de Visconti es parangonable a la que tuvo para Ligeti los fragmentos de su Réquiem en la película de Kubrick. Nuestro siempre recordado crítico de cine Ángel Fernández-Santos también admiraba el Réquiem. Y es que es una obra realmente subyugante. De hecho se ha quedado como la partitura emblemática de Ligeti, con ese estatismo polifónico de los dos coros que parece que van avanzando, como los ejércitos de las películas de Kurosawa. La masa sonora se va transformando en los cuatro movimientos de este magnético oratorio. La seducción a la que se hacía referencia tiene en el Réquiem un ejemplo testimonial. Es una obra que se mete por los sentidos con una fuerza irresistible. Gielen lo dirige con una convicción impoluta en una grabación efectuada en la Radio de Hesse, Francfort, en noviembre de 1968.

"Mi primer cuarteto de cuerda fue escrito en Budapest en 1953-54. Me inspiré para componer esta obra en los dos cuartetos intermedios de Bartók, el Tercero y el Cuarto, que conocía a través de sus partituras. Paralelamente a Bartók, las Variaciones Diabelli, de Beethoven, representaban mi ideal secreto". Buenos mimbres de inspiración, desde luego, Bartók y Beethoven para construir un cuarteto. La interpretación a cargo del Cuarteto Arditti es memorable. La grabación, en los estudios EMI de Londres, es de mayo de 1978.

El propio Ligeti se refiere a su trío para violín, trompa y piano como un homenaje a Brahms, medio irónico medio serio, inscrito en una fase posmoderna de su carrera. "El trío es expresivo, pero no expresionista. Tiene una componente emocional, sobre todo en el cuarto movimiento. Otra, de connotaciones culturales en el segundo movimiento, con la evocación de una especie de folclore imaginario compuesto de elementos latinoamericanos y balcánicos. En el tercer movimiento el carácter pseudobeethoveniano es recubierto por frases a la manera de Steve Reich".

El discurso sonoro es, pues, multidimensional y con un cierto tono de puzzle. Lo interpreta un trío de lujo: Saschko Gawriloff al violín, Hermann Baumann con la trompa y Eckart Besch al piano. Fue grabado en 1983 en los estudios de la Radio Bávara de Munich. Los registros son del sello Wergo, uno de los más prestigiosos del mundo en el repertorio contemporáneo.

György Ligeti.
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