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SOMBRAS NADA MÁS | Carlos Saura, director de cine

El hombre que 'ajustició' a Luis Buñuel

Juan Cruz

Ha conseguido ser uno de los grandes directores de cine del mundo -en Europa le premiaron ayer por toda su carrera- y pasar inadvertido en el metro de la ciudad donde vive, Madrid. Lo ha conseguido con la perseverancia de su independencia, atrincherándose detrás de un carácter que los demás juzgan hosco, pero que se convierte en apacible y risueño cuando pasan los minutos y tú le preguntas, por ejemplo, por su hija más chica, Ana (hija de la actriz Eulalia Ramón, su compañera), que anda por los diez años, o por la fotografía.

Es director de cine por accidente, pues lo que le llamó de siempre fue la fotografía. Y se diría que le es infiel a la fotografía con el cine, y no al revés. Si uno se fija en sus películas -y sobre todo en las que desde hace algún tiempo tienen como objetivo el baile o la música, es decir, el movimiento-, en todas ellas está el fotógrafo, y ése también es el que está en casa. Si habla de las películas que ha hecho es porque le preguntas, pero las fotos se las sabe de memoria, las cuenta como si estuviera aún capturando su luz, o sus símbolos; el otro día dijo aquí que no siente amor por su obra; tampoco siente desdén, pero si su obra completa fuera la fotografía, y por eso hubiera obtenido el premio europeo, seguro que su declaración habría sido absolutamente otra. Su héroe fue Antonio Gades; verle bailar le cambió la vida.

Una vez del último verano que fuimos a verle a su casa de Collado Mediano estaba rodeado de atardecer, té y fotos, y máquinas de fotografiar; tiene cientos, muchas de ellas fabricadas por él mismo.

Y tiene miles de fotografías, muchas de ellas autorretratos que muestran su evolución casi milimétrica a lo largo del tiempo. Se dice de un gran pintor mexicano, José Luis Cuevas, que durante largos periodos de su vida se quiso fotografiar a diario para saber cómo era mientras envejecía; Saura se fotografía casi a diario por motivos muy distintos a los de la vanidad; lo hace casi siempre para probar sus cámaras.

Su paisano Luis Buñuel ha sido un compañero feliz de su vida; tiene otras compañías -sobre todo las de sus sucesivas compañeras, con las que tiene una relación cálida y afectuosa-, pero aquella relación con el viejo gruñón de Calanda le marcó desde que le conoció, a principios de los cincuenta, en el Festival de Cannes, cuando Buñuel estrenaba allí Los olvidados; de hecho, esa estética le capturó para el cine, y cuando él mismo hizo su primera película, Los golfos, en 1959, se puede percibir cómo el viejo maestro le fue guiando, si no la cámara, al menos la conciencia de la estética sobre la que iba a trabajar desde entonces. Luego la rompió, y la ha roto varias veces, porque ha variado casi tanto como de ánimo, pero Buñuel le fue fiel siempre; como decía el ilustre sordo, "la película que más me gusta es ésa de los conejos", aludiendo a La caza, de 1964, una de las que hizo en la factoría de quien fue durante años inseparable, el productor Elías Querejeta; una película que vista desde hoy incorpora además elementos del surrealismo que constituyeron la columna vertebral de la filmografía de Buñuel.

Esa relación con el padre cinematográfico del surrealismo tuvo también consecuencias en Llanto por un bandido, de 1962, en la que Buñuel es sometido, en un cameo, al garrote vil. Esa película, que escribió con Angelino Fons, resultó tan mutilada en la sala de montaje que desde entonces Saura decidió que jamás iba a ponerse delante de la cámara sin tener asegurado el control final de su obra.

Es asmático. Esta circunstancia ha formado su carácter; es ensimismado e independiente, teme al verano porque llega lleno de pólenes y de ácaros, y teme la vida social como si le fuera a dañar la mirada. Su mejor rato es cuando de noche regresa a casa y se sienta en el salón de mirar películas, y las ve. Ninguna suya. Lo que es suyo es la fotografía.

Carlos Saura.
Carlos Saura.

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