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Reportaje:Copa Davis 2004 | España levanta su segunda ensaladera

El trofeo más ansiado

Algunos de los jugadores españoles más importantes, como Gimeno, Santana, Orantes y Bruguera, no alcanzaron el gran objetivo

Frustraciones, odios, sinsabores y, también, inmensas alegrías. Todo eso ha generado la Copa Davis entre los tenistas españoles. Desde la alegría desbordante que ayer sintieron Carlos Moyà, Rafael Nadal, Juan Carlos Ferrero y Tommy Robredo hasta las decepciones imborrables de Manuel Santana, Manuel Orantes, Josep Lluís Arilla, Joan Gisbert, Andreu Gimeno, Emilio Sánchez Vicario o Sergi Bruguera, algunos de los grandes jugadores que nunca pudieron levantar la preciada Ensaladera.

A los más veteranos, sin embargo, les queda al menos el consuelo de que en 1965 y 1967, cuando disputaron contra Australia, en cancha ajena, las dos primeras finales, elevaron al tenis español a la élite. Los primeros títulos de Santana, en el torneo parisiense de Roland Garros en 1961 y 1964 y en el Open de Estados Unidos en 1965, habían despertado ya un notable interés en los medios de comunicación. Sin embargo, fueron aquellas dos finales de la Davis y su nuevo triunfo en el torneo londinense de Wimbledon en 1966 los que elevaron el listón de este deporte en España hasta alcanzar cotas inimaginables antes. Aquella generación hizo la primera revolución porque logró popularizar el deporte de la raqueta y la red y consiguió que todo el territorio español se plagara de pistas de tenis.

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Sin embargo, la huida de Andreu Gimeno al tenis profesional en 1960 impidió la formación de un equipo potentísimo que probablemente habría dado a España la primera Davis. "Cuando me marché, tras un torneo de Wimbledon", explica Gimeno, "Santana sólo se estaba abriendo paso en el contexto internacional. No podía imaginarme que tan sólo un año más tarde haría su explosión y se convertiría en campeón de Roland Garros. Tal vez si lo hubiera sabido, no habría dado el salto al tenis profesional. Porque, con Manolo y conmigo en el equipo, creo que habríamos podido ganar la Ensaladera".

La cuestión es que Gimeno optó por cobrar los 25.000 dólares que le había prometido Jack Kramer. Y Santana, hasta ahora el mejor jugador español de la Davis, no encontró en sus compañeros de equipo, Gisbert, Arilla y Juan Manuel Couder, la calidad necesaria para derrotar a los australianos en ninguna de las dos challenge round -ellos, como campeones vigentes y de acuerdo con el reglamento de entonces, jugaban directamente la final y, además, en su casa- que disputaron. Sólo él ganó un punto en cada final: el primero, contra Roy Emerson; el segundo, ante John Newcombe.

En la segunda final, la incorporación de Orantes fue prematura. Era demasiado joven e inexperto todavía y sólo logró ganar un set a Emerson. Y, cuando Orantes había crecido ya, Santana se estaba retirando. La conclusión fue que, a pesar de que se convirtieron en auténticos héroes, todos aquellos extraordinarios tenistas se quedaron sin el más preciado trofeo.

Y después hubo un largo vacío hasta que Arantxa Sánchez Vicario inició la segunda revolución del tenis español con su triunfo en Roland Garros en 1989. Allí comenzó una segunda etapa de una brillantez que todavía no ha concluido. A la aportación de su hermano Emilio, que fue el único que se salvó de la mediocridad de los años precedentes, le siguió el esplendor de Bruguera. Sus títulos de Roland Garros en 1993 y 1994 volvieron a elevar el listón y España comenzó a soñar de nuevo en alcanzar otra final de la Davis. Pero a lo máximo que llegó aquel grupo fue a unas semifinales, en 1987, cuando Bruguera todavía no estaba en él. A aquello le siguieron muchas decepciones e incluso algún descenso transitorio de categoría.

La última explosión se produjo con la entrada de Àlex Corretja, Albert Costa, y Carlos Moyà en el equipo. En 2000, todos ellos se confabularon con sus respectivos entrenadores y se implicaron decisivamente en un proyecto cuyo objetivo era ganar la Davis. Hubo víctimas porque creían que con Santana en la capitanía el objetivo era imposible. Y colocaron en ella a sus técnicos. Se creó el G-4: Javier Duarte, Josep Perlas, Jordi Vilaró y Juan Avendaño. Y, con la irrupción de un chico de 18 años llamado Juan Carlos Ferrero, que ganó en la final de Barcelona a Lleyton Hewitt y a Patrick Rafter, el cuarteto completado por Corretja, Costa y el doblista Joan Balcells ganó por primera vez la Davis para España. Tuvieron suerte porque pudieron disputar todas las eliminatorias en campo propio y sobre tierra batida, dos elementos fundamentales.

Aquella victoria generó ilusión, pero conllevó también una gran decepción para Moyà, campeón de Roland Garros en 1998 y número uno del mundo en 1999, que se había quedado fuera de la final al no estar recuperado de una lesión de espalda. "La Davis se ha convertido en un objetivo prioritario para mí", dijo entonces el mallorquín. Y se entregó a ello en cuerpo y alma. En 2003, ya con el G-3, Ferrero, Moyà, Corretja y Feliciano López llegaron de nuevo a la final, pero la perdieron contra Australia. Pero este año España, la última generación

[López, Tommy Robredo y Rafael Nadal] rompieron el tabú de ganar fuera y en pista indoor cuando se impusieron a la República Checa y, uniendo su osadía a la experiencia de Moyà y Ferrero, fueron avanzando hasta ganar ayer a Estados Unidos. La última revolución y dos protagonistas mallorquines: Moyà, que, al fin, logró su objetivo, y Nadal, que se confirmó como un gran jugador de la Davis.

Rafael Nadal, el abanderado; Àlex Corretja, Albert Costa y Juan Carlos Ferrero, en la final victoriosa de 2000.
Rafael Nadal, el abanderado; Àlex Corretja, Albert Costa y Juan Carlos Ferrero, en la final victoriosa de 2000.V. GIMÉNEZ

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