El sueño dorado de Moyà
El mallorquín redondea su palmarés con el título que le obsesionaba desde la decepción que le supuso no estar en la final de Barcelona 2000
Era probablemente su penúltima, si no la última, oportunidad y Carlos Moyà (Palma de Mallorca, 1976) lo sabía. Había llegado a Sevilla con toda la motivación y la intensidad de las que es capaz. Buscaba cuadrar su gran objetivo en su brillante carrera y consiguió que todo el equipo español se alineara a su lado. Todos querían ganar. Por sí mismos, desde luego, pero también por su líder, por el jugador al que, a sus 28 años de edad, se le estrechaba ya el horizonte de la Copa Davis. Y Moyà lo logró de la mejor forma posible: ganando el punto decisivo y ante el número dos mundial, el estadounidense Andy Roddick.
"Es el mejor día de mi vida", confesó Moyà minutos después de dar a España la segunda Ensaladera. "Era mi sueño, la ilusión de estos últimos años. Y todo ha salido tal como lo había soñado", añadió justamente antes de ser manteado en medio de la pista central por sus compañeros mientras todo el público coreaba su nombre. Era su momento. Mucho más vibrante incluso que aquéllos que había vivido en 1997, cuando, con apenas 20 años, alcanzó su primera final del Grand Slam en el Open de Australia, o en 1998, cuando se coronó en Roland Garros superando a Àlex Corretja. "Aquello es inolvidable", reconoce el balear, "pero las sensaciones que he vivido en esta Davis no las iguala nada".
Una lesión en la espalda le frenó en seco tras ganar Roland Garros en 1998 y ser líder mundial en 1999
Su carrera estaba ya salvada desde que ganó en París, fue subcampeón del Masters aquel mismo año y se convirtió en número uno mundial sólo unos meses más tarde, en marzo de 1999. Entonces, sin embargo, todo dio un vuelco espectacular. Una lesión en la espalda le impidió defender con solvencia su liderato y le llevó a un dique seco del que no salió en bastante tiempo. Se pasó en blanco desde abril hasta diciembre de 1999 y, a pesar de que en 2000 logró ganar en Estoril y en 2001 en Umag, no se sintió completamente curado hasta 2002. "La sensación de poder jugar sin sentir molestias casi la había olvidado y es formidable", comentó entonces.
A finales de 2000, en cualquier caso, Moyà había recuperado ya un buen nivel de juego y alcanzado los octavos de final del Open de Estados Unidos. Se encontraba en el torneo de París-Bercy cuando los capitanes, el G-4, le comunicaron que no contaban con él para la final de la Davis, que España había alcanzado por tercera vez. "Aquello fue una decepción terrible", enfatiza Moyà; "me sentía suficientemente bien para entrar en el equipo. Pero acaté la decisión". En realidad, no había disputado ninguna de las tres eliminatorias anteriores. Y en ellas había explotado la figura del valenciano Juan Carlos Ferrero y se había consolidado el doble Corretja-Balcells. Pero pudo sentarle mal que se prefiriera a Joan Balcells.
Fue uno de los momentos cruciales de su trayectoria porque, cuando España ganó su primera Ensaladera, Moyà se puso entre ceja y ceja que él también quería ser campeón de la Davis. Aunque él lo niegue a veces, se convirtió en su obsesión. Por encima incluso de los títulos del Grand Slam, por encima de la clasificación mundial. Todo eso ya lo había vivido. Llegó incluso a planificar su temporada para llegar en perfectas condiciones a las eliminatorias de la Davis. Y sabía que había equipo. Cuando en las semifinales de 2003 ganó a Mariano Zabaleta y Gastón Gaudio para eliminar a Argentina, dijo: "Nunca había tenido unos sentimientos tan intensos. Esta competición te da más que cualquier otra". Y fue un incentivo para seguir intentándolo. Después, cuando España perdió la final en Australia, él había ganado a Mark Philippoussis y esperaba con ansiedad a Lleyton Hewitt en el quinto punto, que no llegó a disputarse.
Partió de allí con otra decepción. Pero con la cabeza puesta en que el próximo año lo conseguiría. Y en Sevilla llegó su momento. Ganó su primer punto el viernes, a Mardy Fish, sin pestañear. Y cuando ayer saltó de nuevo a la pista no había ningún atisbo de duda en su rostro. "La pasada noche me desperté varias veces pensando en todo esto", explicó, "y todo ha ocurrido tal como lo había soñado". Moyà ya puede dormir tranquilo.
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