Bronca
Este otoño nos ha salido bronco y desapacible. Parece como si la naturaleza imitara a la política, que últimamente obsequia a los ciudadanos con broncas descomunales. La vida pública está bastante asilvestrada, extraña. Y eso hace que la gente vaya también por la calle cabreada y con la mosca detrás de la oreja. Ni siquiera el fútbol nos da las satisfacciones que merecemos y necesitamos en estos momentos. En el Parlamento y en los estadios se oyen insultos de campeonato, acusaciones de alto alcance, pero eso no es nada si se compara con lo que se dice y se discute en los bares. En definitiva, son tiempos ásperos para personas sensibles.
Si sales a la calle maldices, si te quedas en casa te aburres como un eunuco viendo la tele y temblando ante las noticias que llegan del mundo. No va a quedar más remedio que ponerse a leer de una vez por todas y dejarse de tonterías. Uno de los valores más cotizados en nuestro tiempo es el cinismo. Hay que ser cínico o parecerlo. Lástima que sólo haya una vida para probar otras experiencias. Pero esto puede crear problemas de tipo metafísico a los ciudadanos. Hacía mucho tiempo que la gente no se preguntaba tanto en las tabernas por cuestiones fundamentales en la humanidad: quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos, qué diantres pintamos aquí. La filosofía barata se regala a manos llenas y el más tonto se monta su teoría de la existencia y se permite el lujo de impartir doctrina.
El 5 de diciembre de 1933, hace exactamente 71 años, fue abolida la Ley Seca en Estados Unidos. Les hicieron falta doce años para constatar que aquella ley había sido nefasta. Las autoridades suelen ir de ordinario muy por detrás de la realidad. Este asunto de las prohibiciones no tiene remedio. Alguien que tiene por qué saberlo afirma que son incalculables los miles de camellos que puede haber en Madrid, y, por tanto, los miles de familias que viven del tráfico. Eso por no hablar de los elegantes despachos desde donde se controla el negocio. Todo es una tela de araña sinuosa.
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