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LA INVESTIGACIÓN DEL 11-M
Columna
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La agenda de Aznar

Aznar no compareció anteayer ante la Comisión del 11-M para responder honradamente a las preguntas de los comisionados y contribuir así -como presidente de Gobierno durante aquellos terribles días- a la investigación sobre el atentado; sólo quería cumplir los objetivos -autoexculpatorios, desestabilizadores y tergiversadores- fijados en su rencorosa, embustera y oportunista agenda personal.

1. Aznar sacó a pasear en la Comisión el fantasma de la autoría de ETA -conjetura descartada ad nauseam por los expertos- a fin de justificar con efecto retroactivo la manipulación informativa electoralista puesta en marcha por su Gobierno (de manera incuestionable desde la tarde-noche del 11-M) para responsabilizar del atentado al terrorismo etarra pese a los indicios disponibles (evidentes a partir de la mañana del 12-M) sobre la trama criminal islamista. El campo semántico donde se inscribe la intención dolosa de Aznar de engañar a la opinión pública en vísperas del 14-M es amplísimo: se extiende desde la mentira rampante hasta el sesgo jesuítico, pasando por la ocultación, la restricción mental, la reticencia y la desinformación.

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2. La imperativa invitación de Aznar a la Comisión para que investigue las conexiones de los autores del 11-M (procesados y encarcelados) con ETA y con los misteriosos habitantes de cercanos "desiertos" y "montañas" no pretendió sólo minusvalorar las indagaciones ya realizadas por el juez Del Olmo, los fiscales y la policía, sino también cuestionar la eficacia y la fiabilidad de las instituciones del Estado de derecho que el PP gobernó durante ocho años.

3. La exhortación del ex presidente a que la Comisión deje indefinidamente abiertas sus puertas -simulando olvidar que los tribunales tienen el monopolio constitucional de averiguar y establecer la verdad judicial- aspira a mantener encendidas las luces del circo mediático para permitir así que El Mundo (con el número estrella de Pedro J. Ramírez y sus confidentes amaestrados) y la radio de los obispos continúen sembrando confusión y alboroto.

4. La teoría aznariana según la cual el objetivo del 11-M era que el PP perdiera las elecciones (hasta el punto de que los trenes de la muerte habrían adelantado o retrasado su horario para ajustarse al calendario de las urnas si la convocatoria hubiese cambiado de fecha) trató anteayer de poner en cuestión el resultado del 14-M, paso previo para repetir en esta legislatura la estrategia desestabilizadora de la etapa 1993-1996 y forzar así la disolución anticipada.

5. Aznar también pretendió rehuir ante la Comisión las evidentes responsabilidades políticas en que incurrieron sus Gobiernos por las culpas in eligendo (nombramientos) o in vigilando (controles) de los cargos policiales y por las deficiencias en la adopción y coordinación de las medidas preventivas contra el terrorismo islamista que los servicios de información nacionales y extranjeros aconsejaban; las miserables acusaciones lanzadas en la Comisión contra los mandos de la Guardia Civil y de la policía por Jaime Ignacio del Burgo -apoyado por la plana mayor de su grupo parlamentario- han sido el cobarde recurso utilizado por los Gobiernos del PP para escurrir el bulto.

6. La brutal acometida de Aznar en la Comisión contra la cadena SER y otros medios del Grupo Prisa recordó las embestidas del mismo signo lanzadas antaño por los comunistas franceses contra Le Monde y por algunos dirigentes del PNV contra El Correo: la afrenta del presidente de honor del PP a la libertad de prensa y al pluralismo político e ideológico trata de impedir que los militantes y simpatizantes de su partido sigan escuchando o leyendo noticias molestas y opiniones críticas sobre su persona.

Aznar se comportó ante la Comisión con acritud, intemperancia y megalomanía: no dispuso de calzas para elevar su pequeña estatura moral. Aunque los diputados del PSOE y de IU desaprovecharon sus turnos (a la vez que Zaplana se limitaba a comportarse como un servil palanganero de su jefe), Jordi Jané, Emilio Olabarria y -sobre todo- Uxue Barkos lograron a veces entablerar al ex presidente del Gobierno, un yermo endurecido y reseco por siete meses de rencoroso trabajo de duelo: el gesto hosco, el recelo paranoide y la mirada huidiza de Aznar recordaron en esos momentos la interpretación de Humphrey Bogart como el capitán Queeg de El motín del Caine.

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