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Columna
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Las hipotecas de Camps

Malos tiempos para la política valenciana. Francisco Camps se ha hecho con la Presidencia del Partido Popular en la Comunidad Valenciana, pero las hipotecas que ha tenido que asumir le dejan un escaso margen para la gestión y amenazan con lastrar toda la política valenciana.

Lo que sucedió en el congreso del PP de Elche, con los militantes a tortas y las urnas custodiadas por la policía, sólo se puede explicar como consecuencia de una voracidad en la que la política se entiende como depredación y las dentelladas se lanzan contra los propios compañeros de manada. En medio de esa jauría aparece como uno de los protagonistas Manuel Ortuño, delegado del Gobierno de Camps en la capital ilicitana y ahora aliado del presidente en la batalla interna. Ortuño amenaza con desvelar "cosas inconfesables" de Eduardo Zaplana y dice que "podría escribir un libro más grande que la Enciclopedia Británica", obra que en una edición de 2000 relacionaba la corrupción política con Zaplana. El chantaje de Ortuño a Zaplana es evidente, pero no lo es menos que en la medida que Camps se aproveche de sus servicios y no lo cese, contrae una deuda con el político ilicitano. Deuda que a la larga puede convertirse en una gravosa hipoteca, pues ya hemos visto cómo se las gasta Ortuño con sus amigos.

Y si en el sur del PP se habla de corrupción, en el norte no se habla de otra cosa. El pasado jueves el fiscal anticorrupción se refería a las diligencias que instruye el juzgado de Nules contra Carlos Fabra como "muy extensas y muy letales". Buena parte del poder orgánico de Camps reside en el que le aporta Fabra desde el feudo castellonense, por lo que unas diligencias letales para uno pueden acabar siendo para el otro nocivas, tóxicas, o cuando menos, peligrosas. En esas circunstancias la gestión, la buena gestión, podría ser una forma de hacer política. Pero aquí Camps, pese a sus evidentes esfuerzos, tropieza con una hipoteca aún mayor, el gigantesco pufo que dejó Zaplana y que ahora el Consell va a tener que enjugar recurriendo a un plan de saneamiento, bajo la vigilancia del ministerio de Hacienda.

Con las arcas vacías y el partido convertido, más que en una jaula de grillos en una jauría de lobos, parecería que al presidente no le quedara otro remedio que el recurso a la imaginación, pero en esto tampoco han estado muy finos sus consellers con más capacidad política. Rafael Blasco ha sido incapaz de consensuar el plan rector de L'Albufera y ha preferido enfrentarse a la ministra Narbona, que ha anunciado inversiones para recuperar el lago. En medio de la polémica, aparece Rita Barberá diciendo que L'Albufera es propiedad del Ayuntamiento que preside. Pues podía tenerla más limpia. Y si Camps tiene pocos problemas, encima Blasco casi le mete en otro hoyo, casi un agujero negro: la ley del golf.

Tampoco ha demostrado Esteban González Pons estar en su momento más brillante. La tentación de resucitar el viejo fantasma del anticatalanismo, puede volverse en contra del PP, porque veinticinco años no pasan en balde y la historia sólo se repite como caricatura.

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