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El Museo de Cerámica ilustra las influencias entre Oriente y Occidente con piezas inéditas de sus fondos

Fue en la ciudad iraquí de Samarra, ahora reducida a un montón de escombros, donde se utilizó por primera vez el azul cobalto que tanta fortuna tuvo en la producción de cerámica de todo el mundo. Éste y más descubrimientos depara la exposición Entre Oriente y Occidente, que se presenta en el Museo de Cerámica (Palacio de Pedralbes, Diagonal, 686) hasta el 3 de abril. La exposición, que ha sido realizada enteramente con fondos del museo, presenta unas 120 piezas, que no se han expuesto nunca antes al público. "Hemos querido destacar el cruce de culturas y, a la vez, dar visibilidad a piezas que no forman parte de la colección permanente, integrada sólo por obras españolas", explica Maria Antonia Casanovas, comisaria de la exhibición y conservadora del Museo de Cerámica.

Platos, vasijas, azulejos y contenedores diferentes, ofrecen un claro testimonio de los intercambios comerciales y culturales que se produjeron entre los países del norte de África, China y Europa, desde la Edad Media hasta el siglo XIX. La exposición se abre con la cerámica islámica, cuyas características peculiares (como la simetría o la cenefas concéntricas) pervivieron en la producción española hasta el siglo XVII. En el apartado dedicado a China, se descubre que en la corte imperial se utilizaban sólo porcelanas monocromas, mientras que la exuberante producción policroma estaba destinada al mercado occidental. Las piezas que exportaba China, donde se descubrió la porcelana en el siglo VIII, tuvieron gran impacto en Europa. Así lo ilustra la tercera sección con objetos de los grandes centros de producción holandeses, italianos y españoles, y las denominadas chinoiseries, donde los motivos ornamentales chinos se combinan con las formas rococó. La introducción del grabado en el siglo XVI permite una mayor y más rápida difusión de los motivos ornamentales, centrados en la representación de la figura humana, la heráldica, la mitología y el paisaje. A partir del siglo XVII, los ceramistas empezaron a imitar la orfebrería y más tarde reprodujeron el mármol o la concha de carey.

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