Cómo son los tíos
HAY MUCHAS MANERAS de hacer el ridículo. Yo las estoy agotando todas. Lo malo es que aquí, en América, el listón está muy alto. Pero me gustan los retos. No quiero resultar pretenciosa, pero España (en ese aspecto) se me estaba quedando pequeña. Lo mismo piensan mis superiores en el periódico. Mis superiores me reunieron después de agosto (eran lo menos veinte superiores) para decirme que probablemente en los años que lleva de vida este bendito periódico no ha habido colaborador que haya hecho el ridículo tanto como yo. Gracias, les dije conmovida. Pero, continuaron mis superiores, la fórmula se agota, tampoco queremos que caigas en el patetismo. Gracias, les dije, superiores míos. Y movida por el miedo a que me echaran se me ocurrió proponerles un calendario Pirelli 2005 con fotos de escritores en bolas. Propuse que lo regalaran con EPS. Y entonces mis superiores, babeando, dijeron: "Éste es el año de la cuota femenina, así que imaginamos que serán todo tías, porque un tío en bolas no tiene ni gracia". No la tendrá para ti, dijo otro superior mío (que debe ser gay, como ustedes podrán imaginar). Y yo pensé: cómo son los tíos, les propones un proyecto cultural y ellos siempre en lo mismo. Qué salidez. No quiero ni pensar el tomatazo que habrá habido en Rosario. Desde luego, hay hombres que no saben ya qué hacer para organizar un congreso lo suficientemente lejos como para que no les acompañen sus mujeres. Cómo son los tíos. En total, que mis superiores me preguntaron que con qué escritores contaba ya para mi calendario Pirelli de escritores. Y superdesprevenida, dije, a botepronto: pues, así que tenga ya confirmadas en firme..., estoy yo (para enero), y Lucía Etxebarría (para febrero), que está de promoción. Y me dijeron mis superiores que era demasiado previsible. Mira, me dolió. Y empezaron a calentarse la cabeza con el calendario. Uno de mis superiores decía: "Tampoco hace falta que las tías que salgan hayan publicado nada, con que tengan vocación literaria va que chuta". Yo aún sigo con la idea de hacer el calendario de escritores en bolas, aunque ando desanimadilla porque llamé a varios hombres novelistas de sobra conocidos por todos ustedes y me dijeron que no querían salir desnudos porque podrían perder lectoras. Está claro que el hombre, aun siendo un intelectual, sitúa su poderío en una parte de su anatomía muy concreta. Bien, puedo entenderlo, y, en un momento dado, incluso compartirlo. Pero lo que yo quería contarles es que la razón para venirme a América fue que mi capacidad de hacer el ridículo en España estaba, a juicio de mis superiores, agotada. Y he empezado de cero en USA, donde te levantas todos los días como el atleta que va a las Olimpiadas. Este verano, por ejemplo, mi santo y yo nos sentimos traviesillos y decidimos bajar en pijama a pasear al perro. De la risa casi me meo (¡cuánto me acordé del anuncio de Concha Velasco!); hasta que la risa se nos heló cuando vimos que otros muchos matrimonios se habían tirado a la calle, ¡hala!, en pijama, en bata, en picardías. El reto es grande. El otro día, comiendo en una cafetería junto a la ventana, como en las películas, vimos un espectáculo patético-conmovedor: un anciano en silla de ruedas a motor pasó a toda leche, pero no iba solo, llevaba a una pequeña anciana montada en su regazo. Llegaron al quiosco de periódicos, la anciana, ligera como una pluma, saltó de la silla, compró el NY Times y se volvió a subir de un brinco en el maridito. Yo pensé que dentro de muchos años me gustaría protagonizar una escena semejante en mi Madrid, aunque en mi Madrid es tontería comprarse una silla de ruedas porque a nada que te despistes te despeñas por un socavón, llegan los de Gas Natural y tapan el hoyo con sus tuberías. Hay muchos ancianos que han desaparecido en extrañas circunstancias en Madrid y yo creo que es porque murieron sepultados por las tuberías de Gas. Tampoco pongo la mano en el fuego. Para mí, una forma infalible de hacer el ridículo es ir al Museo de Cera y hacerte fotos con los famosos. Yo fui con la idea de reírme de esos catetos de Minnesota que vienen al Museo de Madame Tussaud. Qué poco conozco a esta cateta que llevo dentro. No sé qué locura me entró, que me hice fotos con Yoko Ono, con Bush, con Donald Trump, e incluso con el tristemente desaparecido Christopher Reeve. Es alucinante que el muñeco que tienen en el museo del ex Superman no es de cuando estaba sano, sino que lo tienen con su silla de ruedas y sus tubillos para la respiración, y la gente, que no tenemos vergüenza, nos hacemos fotos empujando la silla. Aparte ha ocurrido una cosa muy curiosa en el museo: como las viejas celebridades en América están todas operadas, ahora parecen más verdaderas en el museo que en la realidad: por ejemplo, la presentadora Barbara Walters, si la ves en la tele te parece de cera; sin embargo, en el museo está divina. Lo mismo le ocurre a Faye Dunaway o a Robert Redford. Pero aún pude caer más bajo. En el museo hay un pequeño escenario, te dan canciones a elegir, te ponen la música, tú cantas y el público decide si tienes madera de celebridad. Y yo, animada por mi familia, a la que guiaba por la Gran Manzana, salté al estrado como una chiquilla y elegí una canción: Macarena. El público americano me secundó: haciendo con las manos: ¡Aaaaa! Obtuve tantos votos que del subidón pensé: ¿y si hago el calendario Pirelli sólo con fotos mías? Y si no lo quieren regalar con EPS, oyes, tengo un amigo que dirige una revista médica. Éstas son ideas que expreso aquí; pero, vaya, que están en crudo, aviso.
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