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Escritores homenajean en Sevilla al poeta Vicente Tortajada un año después de su muerte

Los amigos del autor recuerdan el valor de su obra y la fuerza de su personalidad

El escritor Vicente Tortajada (Sevilla, 1952-2003) fue una de esas personas irrepetibles que dejan una huella profunda. Inteligente, culto, irónico y generoso, Tortajada supo hacer frente como un elegante señor a los malos tragos que le hizo apurar una vida demasiado corta. La Consejería de Cultura organizó ayer un homenaje a Tortajada en las Reales Atarazanas de Sevilla. El programa del acto incluyó una ponencia de Pablo García Baena y una lectura de poemas a cargo de José Julio Cabanillas, Eduardo Jordá, Juan Lamillar, Abelardo Linares y José Daniel Serrallé.

Tortajada publicó libros de poesía como La respuesta inelegante, Sílaba moral, Pabellones y Esplendor. En 1999 probó suerte con la novela con Flor de cananas. Posteriormente, sacó a la calle Azahar y vitriolo, una selección de textos publicados en periódicos y en revistas entre 1996 y 2001. Una larga enfermedad se lo llevó hace año y medio.

Un poema del escritor Eduardo Jordá resume lo que fue Tortajada, un hombre corpulento que escondía entre sus maneras tajantes un laberinto de ternura. "Si llego alguna vez a hacerme viejo, / y el frío me reclama, y necesito / regresar junto al mar y las tortugas / de la isla del tesoro, donde un niño / supo que era feliz, porque ignoraba / que la muerte acechaba en algún sitio, / recordaré una noche, casi incrédulo, / que un día Long John Silver fue mi amigo", dice el poema del escritor balear.

Y es que Tortajada fue como el mítico pirata de La isla del tesoro: un personaje capaz de transitar por el lenguaje de los sueños. "La primera vez que vi a Vicente Tortajada pensé en el pirata Long John Silver. Y luego me pasó como al joven protagonista de La isla del tesoro: me quedé fascinado ante una de las personas más bondadosas que había conocido nunca", evoca Jordá.

"Tuve la suerte de ser amigo de Vicente Tortajada", agrega el escritor. Jordá y Tortajada charlaban en una ocasión de literatura y acabaron recalando en una de las grandes novelas españolas del siglo XX. Su autor, Ángel Vázquez, había sido, además, profesor de Tortajada. La novela es La vida perra de Juanita Narboni. "Existe una versión cinematográfica con Esperanza Roy como protagonista. Yo le dije a Vicente que por qué no hacía una adaptación teatral de esta novela. No le dio tiempo", comenta Jordá.

"El mejor recuerdo de Vicente es el don de la amistad. Fue muy generoso conmigo. Me ayudó con mis versos y me hizo comentarios muy valiosos sobre mis poemas para poder, así, mejorarlos. Fue siempre de una generosidad extraordinaria", concluye Jordá.

Tortajada tenía su casa repleta de libros. Un gatito le alegraba las mañanas mientras jugaba con su muleta. Sus libros brillaban en la biblioteca con el orden desigual y multicolor -tapas duras y compactas, viejos volúmenes desgastados, ediciones de bolsillo, tomos en papel biblia...- del refugio de un buen lector. Era tan sensible que piropeaba por la calle a las mujeres mayores porque, según confesaba, ya nadie se acordaba de ellas.

Poesía

Aunque tocó varios géneros, la poesía era para él su hija predilecta. "Es el género más importante. Y es, además, el género que me enseña a escribir. Sin la poesía no hubiera podido escribir prosa. La poesía me enseña el oficio. Un poema tiene que contener una historia en brevísimos renglones. La exactitud y la matemática son la música y el oficio. Si no hay oficio, si no hay matemática, no hay música y no hay poesía. El surrealismo y la escritura automática a mí no me valen. Tienes que conocer la lengua perfectamente, dominar los límites de la palabra y encajarla en su sitio para poder meter la historia en unos pocos renglones. La ayuda previa de la poesía es magnífica", señaló Tortajada en una ocasión.

El escritor Juan Lamillar fue otro de los amigos que participaron en el homenaje. "Fueron 20 años de amistad con Vicente. De él destacaría su obra como escritor y su personalidad, que era muy fuerte. Su personalidad era huraña y muy tierna a la vez. En su conversación había mucha ironía, mucha acidez y un pronto inteligente", recuerda Lamillar. "La suya era una poesía con muchas raíces, que se detenía muy poco en lo poético e iba más al meollo de la cuestión con una escritura muy brusca y muy fuerte", concluye Lamillar.

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