Elche verde
Ahora que durante 4 años más nos seguirá gobernando a nivel mundial un vaquero de Tejas, ahora unos expertos -sin que se establezca relación evidente entre un hecho y otro- se han reunido en Elche para llegar a la conclusión de que los ilicitanos debemos convertir nuestra ciudad en una marca registrada, como el refresco o las galletas que consumirá aquel tejano con botas. Porque todo se vende y alguien, con toda seguridad, estará dispuesto a comprarlo. Así, pues, no habíamos caído en la evidencia: se trata de vender la ciudad. ¡Qué idiotas! La clave está en reducirla a un fajo de billetes. Y nosotros cargando con el lastre inútil del sentimentalismo. Ese es el argumento que emplea el Ayuntamiento para explicar la locura de un poeta, Gaspar Jaén, por defender la vida de su padre de 82 años, un huerto en el que aprendió de su padre y ejerció el oficio de palmerero, y en el que su hijo escribió la imprescindible Guía de Arquitectura de la ciudad que ahora se han decidido a vender, si bien poco queda, la mayoría de la arquitectura que describió el arquitecto Jaén ha desaparecido desde principios de los 80. Dicen los dirigentes municipales que, cuando el huerto -felizmente mimado hasta este verano por la madre y la hermana, además- pasó a ser propiedad municipal hace unos años, "sus dueños recibieron a cambio terrenos en sectores urbanísticos a desarrollar".
Si esto fuera verdad en todo caso, nadie aquí, por increíble que parezca, estaba hablando de dinero, ni tan siquiera de una cuestión de índole jurídica -gracias, Síndic- sino que, como bien apuntó Joan F. Mira el jueves en su espacio del Quadern, estaba hablando de dignidad, de la dignidad de un padre por haber sabido vivir de las palmeras, y del orgullo de un hijo por reconocer su labor. Así que, con pena y sin gloria, pasaremos del verde de las palmas al verde de los billetes, peculiar manera de conmemorar el tan estimado Patrimonio de la Humanidad. ¡Si no somos capaces de valorar moralmente nuestra ciudad, que baje la Unesco y lo vea.
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