Bush, Europa y los sindicatos
El siempre crítico Herbert Marcuse decía que el Estado de bienestar es un estadio intermedio entre el capitalismo y el socialismo. Para el herético Karl Polanyi, se trata de la esfera que contiene y marca los límites del nivel de redistribución que la sociedad está dispuesta a concederse. Ni lo uno ni lo otro para los neoconservadores. Los neocons afirman que es algo económicamente insostenible: un lastre que soltar cuanto antes mejor para convertir en gasto militar lo que el Estado de bienestar cuesta.
Si es cierto que lo que pasa en EE UU acaba contagiando al resto del mundo, pintan bastos para la vieja Europa. El triunfo de George Bush ha sido rotundo, y no se trata solamente de un éxito electoral. Conseguir unir lo más arcaico de la América más profunda a las galácticas propuestas neoconservadoras es una victoria cultural en toda regla. La premodernidad cogida de la mano de una posmodernidad de la que sólo sabemos que basa el futuro en la seguridad militar y que pretende forjar un nuevo imperio. Los EE UU de la modernidad están en el vacío, aunque los demócratas hayan alcanzado casi la mitad del voto. Robert Reich, ministro de Trabajo con Bill Clinton, lo define como la vuelta de la derecha radical en respuesta a la ansiedad popular respecto al mundo moderno, sentimiento que los republicanos han sabido explotar denunciando hasta la saciedad cuestiones como el aborto y la homosexualidad y, a la vez, exaltando la necesidad de la autodefensa mediante valores como el armamento, la fe y el patriotismo. Algo parecido sucedió en Francia. Mientras la coalición de izquierdas se afanaba en construir la síntesis de todos los marxismos que en ella convivían, una gran parte de la sociedad trabajadora renunciaba a que los movimientos sociales tradicionales continuaran defendiendo sus intereses y delegaban en la estructura ideológica lepeniana la seguridad de su futuro personal y colectivo. Una superestructura ideológica integrista desplazaba a la infraestructura social del siglo XX.
Los dos grandes sindicatos catalanes encabezan la defensa del 'sí' a la Constitución europea
Rodeada de un mundo en el que triunfan el neoconservadurismo, la pobreza y la desregulación, el Estado de bienestar europeo se ha convertido en una isla atizada por fuertes oleajes. ¿Aguantaremos la tempestad?
Es en este contexto en el que urge más que nunca construir una identidad europea en lo político, lo social y lo cultural, elementos indispensables para tener autonomía y voz propia. Y en el recorrido, la próxima estación es el sí a la propuesta de Constitución europea. Y decimos el sí porque aún nadie ha sostenido argumentos de peso para convencernos de que el no es el instrumento que nos permitirá dar un paso de gigante. Quizá sea ése el principal motivo que ha impulsado a CC OO y UGT, los dos grandes sindicatos catalanes, a encabezar la defensa del voto afirmativo.
El talante de los grandes sindicatos siempre ha sido reformista. Para el comunista Lenin era aquello de dos pasos adelante y uno atrás, y para el sindicalista socialdemócrata Vittorio Foa, pequeños avances, si se miden en cortos periodos de tiempo, pero que sumados y medidos en periodos largos, son grandes avances. Como ejemplo, hay que constatar que a principios del siglo XX, en las minas, en el campo y bastante en la industria, se empezaba a trabajar entre los cuatro y los seis años, y la media de vida era de 30 en los trabajos duros. Ahora es de 70 y nadie empieza a trabajar sin ser mayor de edad y haber tenido una educación básica gratuita y obligatoria. Y podríamos seguir.
Además, en Cataluña se da otra coincidencia entre los defensores del sí: tanto UGT y CC OO como el PSC y UDC forman parte de agrupaciones transnacionales, sea la Internacional socialista, la democristiana o la Confederación Europea de Sindicatos. Podríamos decir que para ellos el europeísmo tiene carácter genético. En cambio, con los defensores del no sucede lo contrario: son organizaciones que empiezan y acaban en Cataluña y sus relaciones con otros partidos y grupos parlamentarios europeos son de carácter diplomático; podría decirse que, en su genética, Europa todavía es "el extranjero". Quizá sean éstos elementos determinantes para los unos y los otros.
Si medimos con la vara del reformismo sindical el proceso
de construcción europea, veremos que son muchos pequeños avances que, sumados, dan por resultado un avance importante: en 1951 Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo, Alemania y los Países Bajos constituyen la CECA (Confederación Europea del Carbón y del Acero); después vienen el Mercado Común y el Tratado de Roma; más tarde, Maastricht; sigue el euro; a continuación, el Tratado de Niza, y ahora, la Constitución europea. De unos pocos países en torno al mercado del carbón y del acero con un EE UU liderando la reconstrucción de la Europa derruida por la guerra, a la Unión Europea de hoy, que cada vez habla más desde su independencia y unión. La Constitución es poco y también es mucho, pues nos confirma en la ruta de la modernidad democrática: la sustitución de la superstición por la razón, la separación de la Iglesia del Estado, y el respeto a la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
El ciudadano de la Constitución europea será titular de los derechos a la seguridad jurídica o Estado de derecho, la promoción social o Estado de bienestar y la participación política a través de las instituciones. Son los tres pilares de la ciudadanía europea, que la Constitución aplica en todo su ámbito geográfico; además, su aceptación será cuestión previa para los países que en el futuro se incorporen, como puede suceder con Turquía, Marruecos y otros. ¿Se imaginan qué bien nos habría ido a los demócratas que hubiera existido esta Constitución europea cuando nos tocó hacer la nuestra?
Y después del sí, a profundizar en ella. Serán muchas las paradas que hacer en un camino que se adivina largo y tortuoso y en el que, como siempre, esa vieja dama, de nombre correlación de fuerzas, tendrá la última palabra.
José Luis López Bulla fue secretario general de CC OO de Cataluña desde 1976 a 1995 y Carles Navales Turmos es director de La Factoría
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