Un lugar para aprender a vivir
María, drogodependiente de 39 años, es una de los 25 cocainómanos ingresados en un centro de la Agencia Antidroga
María, nombre ficticio, es cocainómana, se inyecta metadona para evitar el mono de la heroína y ha tratado de suicidarse en dos ocasiones. A sus 39 años, y después de una década enganchada a la droga, esta mujer, que ha sufrido dos abortos a consecuencia de sus adicciones, está decidida a poner un punto y aparte en su vida. "Quererme", "quitarme la tapadera de la coca", e "ir despacio para evitar recaídas" son ahora sus proyectos inmediatos.
En la cuarta planta de la clínica Nuestra Señora de la Paz, sede del Centro de Atención Integral al Paciente Cocainómano (CAIC) de la Agencia Antidroga de la Comunidad de Madrid, María lucha cada día desde que ingresó el 22 de septiembre por salir del "infierno" de la coca. Junto a otros 24 adictos, el 80% hombres, pasa las horas en terapias de grupo, en los talleres ocupacionales del centro, hablando con psicólogos y asesores sociales, pero sobre todo informándose, conociendo los efectos del "veneno" que se adueñó de su vida y por el que llegó a agredir a su marido, quemar la puerta de su casa y pedir limosna en la calle.
"Me enganché a la cocaína hace un año, cuando dejé la heroína y empecé con la metadona", relata. "Pensaba que la coca no te pillaba porque otras veces la había esnifado y la había dejado sin problemas". Pero la adicción estaba ahí, y más fuerte que nunca. María comenzó a consumir coca en basuko (a través de una especie de pipa de agua). "Sentía una especie de zumbido muy fuerte. Parecía que se me iban a salir los sesos", explica la mujer al tiempo que gesticula: "Las demás veces el efecto no era tan intenso".
Primeros de mes era el momento culminante para saciar el mono de la cocaína, "más psíquico que físico". La paga que recibía de su empleo en la hostelería, donde lleva 14 años trabajando, era para ponerse. Hasta 200 euros gastaba en tres o cuatro gramos, que consumía en apenas 30 horas. "Mi vida era la coca, trabajar y dormir", cuenta la mujer, que cayó en una profunda depresión. El 90% de los pacientes de este centro era consumidor diario de coca.
La cocaína era para María el motivo de su existencia. No le producía dolores, como sí lo hacía la heroína, sólo depresión, desesperación. Ni el apoyo de la familia le servía de nada. "Con la coca sólo estás bien cuando te pones, si no no eres ni persona, no tienes fuerza de voluntad para nada". Confiesa que no podía tener dinero en el bolsillo. Su mente sólo le incitaba a consumir. Llegó a venderlo todo: objetos de valor, ropa, joyas... Sacrificó, incluso, su colección de música -de flamenco, pop, hip-hop o música clásica-, su gran pasión. "Eso sí, nunca robé ni le hice daño a nadie".
Los escarceos de esta mujer con las drogas, sin embargo, vienen de lejos. Con 13 años se fumó su primer porro, y con 15 se metió su primer tiro de cocaína. "Lo prohibido siempre llama la atención, y yo tenía mucha curiosidad", justifica. A los 20 años ya sabía lo que era la marihuana, el LSD, el crack, la heroína, las setas alucinógenas, las pastillas...
En ese tiempo María vivía con un grupo de hippies. Trabajaba en lo que le salía, bien fuese el campo o pintando el suelo. Necesitaba dinero para sobrevivir y pagarse sus fiestas. Pero nunca pensó que finalmente sucumbiría a alguna sustancia. "Yo sabía lo que era estar enganchado, y estaba segura de que podía controlarme, pero me equivoqué", explica. Y lo conocía de primera mano en su familia: su hermana había sido heroinómana. Además, su primer marido, también pertenecía a este mundo. "Mi marido y yo trabajábamos, teníamos nuestra vida normal, pero consumíamos heroína los fines de semana", explica María. Hasta que él cayó: "Él no valoraba su vida y me cambió por la heroína". Fue en su afán por ayudar a su esposo cuando ella también se hizo adicta: "Me metía heroína para trabajar, vivía en una depresión continua y mi vida no tenía sentido". Y fue, justo hace un año, cuando se refugió en la cocaína para paliar su estado depresivo.
María sabe que sólo sus debilidades han sido las que le han arrojado a la droga. Se describe como una mujer insegura, con baja autoestima, "como la mujer de, o la amiga de, nunca yo". Con 14 años ya combatía la timidez con el alcohol. Ella tiene una respuesta: "Como no me quería, me autodestruía, pero eso ya se ha terminado".
Pero no puede reprimir las lágrimas, cuando recuerda el momento en el que tocó fondo. Fue la mañana en que se despertó en el hospital después de ingerir una caja de tranquilizantes. Era la segunda vez que intentaba quitarse la vida en un año. Entonces, en cuestión de días, tomó la decisión de ingresar en el centro de cocainómanos. "Deseaba empezar a quererme", dice ilusionada.
La información y la ayuda de la familia son, en su opinión, los pilares en los que se deben apoyar todas las personas para no caer en las drogas. "Yo quiero que mi testimonio sirva de ejemplo, para que otros no cometan mis mismos errores", dice convencida esta mujer, que representa sólo el 13% de los pacientes de este centro específico de cocainómanos, único en Europa donde se atienden específicamente las necesidades físicas, mentales y sociales de los cocainómanos, y por el que han pasado ya 544 personas desde que se abrió en abril de 2001.
Mientras culmina su recuperación en el establecimiento -donde se les inicia en el proceso de deshabituación y se les potencia la rehabilitación y la reinserción laboral-, María ve pasar las horas con ilusión. Espera que cuando salga del centro, en Navidad, pueda llevar dinero en el bolsillo para comprar regalos, "y no para seguir enganchada".
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