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LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
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El fin de ETA

Josep Ramoneda

ESTÁ MUY EXTENDIDA la idea de que el fin de ETA será un acuerdo firmado en una mesa en la que se sentarán representantes del Gobierno y de la organización terrorista. Y, sin embargo, es poco probable que las cosas vayan así. La idea de la negociación final es precisamente una idea de ETA, consecuencia lógica de la fabulación terrorista sobre el País Vasco. ETA, como motor del autollamado movimiento de liberación nacional vasco (MLNV), se cree representante de la totalidad de Euskadi. En su particular película, hay un conflicto entre España y Euskadi en que cada una de las dos partes cuenta con una fuerza militar hasta que un día, sentadas en una mesa, firmen la paz y pacten el desarme. Este delirio, sin embargo, ha cuajado, en parte, en el imaginario colectivo. Y explica que haya mucha gente en el aparato político-mediático especulando permanentemente sobre las señales que emite ETA y su entorno, contribuyendo de este modo a confirmarles en su idea de que ellos son los que tienen todas las claves del proceso. La violencia política tiende a producir entre los ciudadanos una mezcla de miedo y de fascinación, y, sobre todo, una más o menos inconsciente sensación de dependencia que hace que, a menudo, se reconozca a los terroristas una fuerza superior a la que tienen.

En el País Vasco se han producido cambios sensibles. El principal de ellos ha sido la derrota política de ETA, que está perdiendo la capacidad de incidencia en la escena vasca. No es ninguna fantasía decir que ETA está en el peor momento de su historia. A ello han contribuido varios factores: la asunción por parte del Gobierno del PP y del Gobierno actual del PSOE de que se podía derrotar policialmente a ETA, sin perjuicio de otro tipo de actuaciones; la presión judicial sobre el entorno etarra y los efectos de la muy discutible ley de partidos; el hartazgo de la ciudadanía vasca, que quedó patente con la escasa reacción que provocó la ilegalización de Batasuna; la irrupción del terrorismo islamista globalizado; la presión internacional, con Francia comprometida plenamente en la lucha antiterrorista; y el atentado del 11-M. Después de la carta de los seis ex dirigentes presos, encabezada por el mítico Pakito, ya nadie puede pensar que la derrota policial de ETA es propaganda gubernamental.

Con ETA hiperdebilitada, Otegi recupera la estrategia de la negociación, con argumentos que van mucho menos lejos que la propia carta de los presos de ETA. Los batasunólogos más inasequibles al desaliento destacan que Otegi, por primera vez, limita el papel de ETA a negociar la cuestión de los presos y el desarme. Pero el objetivo a corto plazo es claro: maniobrar para conseguir que Batasuna pueda presentarse a las próximas elecciones. Por primera vez, Batasuna tiene oportunidad de ganar autonomía, de dar pasos adelante sin necesidad de pedir permiso a ETA. Otegi, una vez más, no tiene el coraje para hacerlo. Alguien que ni siquiera se representa a sí mismo, porque actúa por delegación de ETA, y que a lo sumo puede contar con un 15% del voto vasco, se presenta como representante de Euskadi frente al Estado español. Y las fuerzas políticas democráticas vascas, en vez de trabajar en la reconstrucción de un espacio compartido, siguen escuchándole atentamente.

Zapatero está tratando de cambiar el clima del Estado autonómico. De desmitificar lo nacional. Quizá sea el primer presidente español que ose pasar de un nacionalismo ideológico a un nacionalismo funcional. Pero, ¿quién le seguirá? La derecha ha respondido ruidosamente, defendiendo "la nación como convicción". Es decir, con la afirmación de una idea de nación que no se basa en la razón, sino en los principios y en los sentimientos: una realidad suprarracional; por tanto, inefable. Es el mismo discurso de los nacionalistas periféricos. ¿Hay ductilidad para seguir a Zapatero en su intento de desdramatización? Si fuera así, probablemente todo sería más fácil. Y, por ejemplo, se entendería que el final de ETA ya ha empezado, porque probablemente no será otra cosa que un proceso de paulatina marginación y grupusculización de la organización terrorista, y, simultáneamente, de lenta incorporación de gentes del espacio etarra a la vida democrática. Los partidos políticos, en vez de fantasear sobre el día D, tendrían que obrar en función de la derrota de ETA. Sin dejarse arrastrar por los ejercicios de encantamiento de Otegi y presionando sobre Batasuna para que opte entre encadenarse a una ETA cada vez más aislada y asfixiada o dar el paso hacia la autonomía.

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