Crisis en la Liga universitaria
Los jugadores con talento dan cada vez más pronto el salto a la NBA
Magic Johnson y Larry Bird se enfrentaron en su primera final en 1979, años antes de que convirtieran la rivalidad entre Los Ángeles Lakers y Boston Celtics en el mayor espectáculo. Uno, defendiendo los colores de la Universidad de Michigan, y otro, la de Indiana, enmarcaron la magia del baloncesto universitario en Estados Unidos, un deporte que ha deparado momentos maravillosos, como la canasta de Michael Jordan dando el titulo a la universidad de Carolina del Norte o la dinastía que lideraron Kareen Abdul Jabbar, por entonces Lew Alcindor, primero y luego Bill Walton en UCLA con los siete títulos de 1967 a 1973. También, claro, excelentes jugadores colegiales, leyendas estudiantiles, defraudaron como profesionales: Christian Laettner, de Duke; Matteen Cleaves, de Michigan, y Steve Alford, de Indiana.
La fuga de talentos universitarios a la NBA presagia que en el futuro no se den momentos similares. Sin la seguridad de estar viendo a los mejores de entre 18 y 22 años, la audiencia ha decrecido desde 1996, cuando las dos mayores promesas, Kobe Bryant y Jermaine O'Neal, decidieron seguir la senda del dinero.
Por el momento, la NCAA está a salvo, eso sí, en el plano económico. La cadena CBS firmó en 2003 un contrato para televisar sus partidos durante los próximos once años por 6.000 millones de dólares y Coca-Cola se convirtió en su patrocinador oficial a cambio de 500 millones. Pero, entre el dinero que las grandes universidades generan gracias a la fidelidad de los estudiantes, la venta de palcos privados y los sponsors, no es sorprendente que el organismo del baloncesto universitario se vea envuelto en escándalos.
¿Cambio de normas?
Las universidades ya no pueden defender su amateurismo. Su baloncesto es un gran negocio, pero los jugadores se quedan sin un trozo del pastel. A sabiendas de que su único beneficio es la educación gratuita, los de los institutos dan directamente el salto a la NBA siendo conscientes de que pueden tardar años en desarrollarse, si es que lo consiguen. Por cada LeBron James hay tres Leon Smith. Por otro lado, los entrenadores ven cómo su presión va aumentando. Las universidades que llegan a los playoffs multiplican sus ganancias por 10, pero ese objetivo es cada vez más complicado para las de Carolina del Norte, Kentucky o Duke, que saben que sus estrellas saltarán a la NBA tras uno o dos años. Por ejemplo, UCLA solo tiene un curso para triunfar con Jordan Farmar, un talentoso alero que estará en el draft en junio. La nueva táctica de los técnicos, con sueldos desorbitados -Mike Krzyzewski, de Duke, cobra tres millones de dólares anuales- es buscar el fenómeno intermedio, gente que casi con toda probabilidad pasarán sus cuatro años de carrera yendo a clase.
Para ayudar al baloncesto universitario, el comisionado de la NBA, David Stern, insiste en la posibilidad de elevar la edad mínima para entrar en el draft de los 18 a los 20 años, obligando así a los jugadores a pasar un mínimo de dos temporadas en las aulas. Lo cierto es que parte de la culpa la tienen los clubes profesionales, que prefieren apostar por el talento sin probar de ciertos colegiales a fichar a quienes pueden ser positivos ya. En el último draft, ocho jugadores de instituto fueron elegidos en la primera ronda, algunos sin ninguna posibilidad de jugar unos pocos minutos, como Sebastian Telfair, en Portland, o Robert Swift, en Seattle.
Ante la nueva temporada, los equipos que mantienen mas seniors, los jugadores del cuarto año, se han convertido en favoritos: las universidades de Kansas, Wake Forest, Illinois y Carolina del Norte. Pero de nada valen los ránkings. La locura de marzo, mes de playoff a un partido en cancha neutral pondrá a cada uno en su sitio.
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