Del té de Shankly al ordenador de Benítez
La afición del Liverpool ve otro 'mesías' en el técnico español, que trabaja en un lujoso despacho desde el que lo controla todo
El pub Old Derby Arms yace hueco, con el techo calcinado, justo frente a la entrada del párking de los jugadores. Melwood, como su viejo pub inservible, es uno de esos barrios medio desiertos del cinturón urbano del Mersey. Lo más destacable en Melwood es el campo de entrenamientos del Liverpool, un complejo de última generación cuya construcción costó cinco millones de euros. A su alrededor hay muchas calles sin gente e interminables filas de chalets con puertas tapiadas.
Liverpool ha perdido a la mitad de los 800.000 habitantes que tenía cuando los Beatles revolucionaron el mundo de la música en el decenio de los 60. En los muelles del estuario han pasado de trabajar 700.000 empleados a unos 3.000. Hoy, lo más importante de la ciudad sigue siendo el Liverpool FC. Y el hombre más importante del Liverpool, al que todo el mundo llama boss o jefe, habita en una especie de despacho-panóptico desde el que lo controla todo. En Melwood, justamente. Su nombre es Rafa Benítez y muchos le ven como al nuevo mesías. El hijo del dios, Bill Shankly -mítico forjador en los 60 del gran Liverpool-, enviado para salvar el alma del club más sentimental de Inglaterra.
Con Shankly todo giraba en torno al balón. Benítez calienta con una "carrera táctica continua"
"Me preocupa que haya tantos extranjeros. Así es difícil tener amor por el club", dice Benítez
"En España", dice Benítez, "hablas de entrenador y director deportivo. Aquí eres las dos cosas a la vez. Tienes que fichar, proponer cantidades a la directiva, planificar y entrenar. Yo, siempre que puedo, bajo a la hierba".
Como un inglés contento con su desayuno de judías con salchicha contempla Benítez, desde su ventanal, los campos de entrenamiento, perfectamente verdes. Se siente liberado de los laberínticos entramados de Mestalla, en donde hasta hace unos meses más de un dirigente y más de un director conspiraron contra él. Ahora transmite un entusiasmo infantil. Su piel se ha vuelto más rosada y brillante, pero, aparte de su fervor, no se parece a Shankly. Al menos, no tiene esa mandíbula de boxeador. Y en los entrenamientos sus consignas suenan más bien científicas. La filosofía de Shankly se resumía en el célebre grito: "¡Pásale el balón a la camiseta roja más cercana!". La de Benítez es una amalgama de factores que se entrelazan con el ácido láctico y los pulsómetros. Si Shankly decía "¡hoy toca partidillo de padres contra hijos!", Benítez bien podría decir: "¡Hoy toca sesión de elástico! ¡Todos a trabajar la potencia tirando del elástico!".
Benítez hace un alto solemne cuando lleva a sus invitados a dar un paseo por las instalaciones. Al llegar al fútbol indoor, una cancha de fútbol a siete diseñada para entrenar en los días más duros del invierno, bajo techo, el técnico señala detrás de una de las porterías, donde hay seis elásticos colgando de la pared. "Hay tres tipos de elástico", explica; "cada uno con una resistencia. Se enganchan a la cintura y los jugadores tienen que correr contra la resistencia. Con ellos entrenamos la potencia, los distintos tipos de fuerza, los movimientos excéntricos, los isquiotibiales...". En el mismo campo techado, una célula fotoeléctrica, a los cinco metros, marca el tiempo del sprint corto. Otra, a los 20, mide el tiempo del sprint largo. "Todo eso se registra en el ordenador", explica Benítez; "en un programa que procesa los datos de todos los jugadores". Esos datos incluyen desde la fuerza para correr, la fuerza para levantar una pesa, la resistencia medida en kilómetros por hora, la aparición del ácido láctico y las pulsaciones. El encargado de controlar las variables es el preparador físico, Paco Ayestarán, que trabaja con Benítez desde hace ocho años y ejerce una gran influencia en las rotaciones. Como dice un futbolista: "Ayestarán mide el lactato permanentemente y aparece cada dos por tres con el pulsómetro en los entrenamientos". Luego, te dicen: "Estás mal, estás a nueve [9 kilómetros por hora]. Tienes que estar a 12. Tienes que dejar de jugar y entrenarte la parte física".
La piedra angular de los entrenamientos de Shankly eran los llamados five a side, partidillos de cinco contra cinco y rondos en los que los pases cortos, los desmarques y los controles eran capitales. Con Shankly todo giraba en torno a la pelota. Con Benítez no siempre es así. Los entrenamientos comienzan con un ejercicio táctico sin balón que Benítez llama "carrera táctica continua" y cuya función es generar automatismos de grupo. "Luego", dice Benítez, "la filosofía del pass and move [tocar y moverse] siempre me gustó. Nosotros hacemos bastantes juegos reducidos en los que hay mucho en esa línea, de posesiones, de mover el balón rápido. Nuestra idea es intentar que haya mucho contacto con el balón: entre el 70% y el 80% del trabajo es con balón".
Brian Hall fue defensa del Liverpool a partir de 1970. Junto a jugadores como Keegan, Heighway y Toshack, formó el equipo que ganó la primera Copa de Europa, contra el Borussia Mönchengladbach. Opina que Benítez supone una vuelta al estilo tradicional: "Phil Thompson o Sammy Lee siguieron colaborando con Gérard Houllier. Pero el planteamiento cambió mucho: se jugó más al contragolpe. Lo que encuentro más interesante de Rafa son las similitudes entre su Valencia y el Liverpool de Shankly, Fagan o Paisley [sucesores del mítico técnico, con el compartieron interminables jornadas de té en el cuarto de las botas]. Es presionante. Cuando perdemos la posesión todo el equipo se mueve colectivamente; y cuando tenemos la pelota todos están disponibles para dar y recibir pases".
Shankly hizo bandera de su condición de laborista de ala dura. Su sistema de juego "colectivista" tenía un trasfondo ideológico. Su espíritu desafiante frente a los clubes económicamente poderosos hizo historia. Benítez tampoco parece arredrarse. "En comparación con el Manchester, el Arsenal o el Chelsea nuestro potencial es menor", dice el mánager. "Nuestra virtud tiene que ser la eficacia, pero esa experiencia la tenemos de Valencia: contra el Barça y el Madrid llegamos a conseguir objetivos gracias a un grupo unido. Cuando los directivos del Liverpool buscaron el perfil de entrenador que necesitaban, se fijaron en nosotros porque ganábamos con las mismas premisas: no tener grandes nombres, pero sí un gran equipo basado en el funcionamiento colectivo. Vieron que sin talonario hay que decidir mejor".
Benítez no se confiesa preocupado por la situación económica de su club. Sólo apunta al tema sociológico: "Me preocupa que haya tantos jugadores extranjeros no por el hecho de que no sean ingleses, sino porque hay catorce nacionalidades distintas [cinco ingleses, cuatro españoles, cuatro franceses, un polaco, dos checos, un finlandés, dos irlandeses, un alemán, un croata, un senegalés, un australiano, un suizo, un noruego y un finlandés]. Así es muy difícil tener ese espíritu de amor por el club".
Para ahorrar equívocos, Benítez dirige en inglés. Un hecho que al principio llevó a los españoles al desconcierto. Núñez lo recuerda: "Durante un partidillo gritaba: '¡Target! ¡Target!' Tardé un rato en darme cuenta de que quería decir: '¡Tira a puerta! ¡Tira a puerta!".
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