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Caza, una ley que asusta

Hoy en día nadie medianamente informado cuestiona la conveniencia de la caza como actividad; a pesar de todo, es una obviedad la mala imagen de la caza en diversos sectores sociales de Cataluña, sectores mayoritariamente urbanitas, desvinculados de la realidad social que se vive fuera de sus ciudades, sectores desvinculados de sus raíces, que afanosamente buscan los fines de semana cuando visitan la Cataluña rural como si visitaran un parque.

Los cazadores catalanes, mayoritariamente del ámbito no urbano, no somos ajenos a ese fenómeno, pero vemos con escepticismo cómo Cataluña se gobierna desde la capital, muy alejada, y no tanto por la distancia física como por la conceptual, de la cotidianidad del resto de Cataluña.

El descenso de licencias en Cataluña lleva a no poder regular mediante la caza especies como el jabalí o el corzo, con el desastre que comporta

Una ley de caza para el año 2005, encargada al Departamento de Medio Ambiente y Vivienda, dirigido por Iniciativa per Catalunya-Verds, asusta.

Hoy no es nada fácil ser cazador, estamos regidos por multitud de leyes nacionales y autonómicas, órdenes, decretos, resoluciones... que necesariamente tenemos que conocer para poderlas cumplir: examen para la obtención del permiso de armas; psicotécnico periódico para su renovación; licencia anual de caza; seguro de responsabilidad civil obligatorio; permiso, con intercambio económico o no, del propietario de los terrenos en los cuales practicamos la caza y pago anual de la matrícula del área de caza a la Administración pertinente; plan técnico de gestión cinegética periódico, evidentemente confeccionado por un técnico superior, previo pago; seguro de la zona de caza, carísimo, para cubrir la responsabilidad de accidentes de tráfico con especies cinegéticas -por cierto: éste es el único país del mundo en que la responsabilidad de un conductor cuando atropella a una especie cinegética es del cazador, que normalmente a esas horas está durmiendo, ya que jabalíes, corzos, etcétera tienen hábitos nocturnos-, y un larguísimo etcétera que hace del vía crucis un aperitivo del calvario que representa ser cazador.

La consecuencia directa de todo ello es el alarmante descenso del numero de licencias de caza en Cataluña, que en pocos años han decrecido de 120.000 a 90.000, y que en recientes estudios realizados por la Federación Catalana de Caza el descenso se irá acrecentando, ya que la media de edad de los cazadores actuales es altísima, 58 años, lo cual nos lleva a medio plazo a la imposibilidad de regulación mediante la caza de diferentes especies, como el jabalí, el corzo y el rebeco, con el desastre económico y ecológico que ello comporta.

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Pero eso no es todo: la caza como actividad lúdica de unos cuantos meses, en multitud de zonas, se está convirtiendo en obligación moral y de apoyo imprescindible para paliar los desmanes que causan los ungulados a la agricultura y la silvicultura, sin el cual se haría prácticamente inviable la continuidad de dichas actividades, lo que conveirte al cazador en un trabajador gratuito durante todo el año.

Que pasará, me pregunto, cuando dentro de pocos años la poca atención y el desconocimiento de la realidad de nuestros mandatarios haya mermado, como está pasando, el ingente y gratuito potencial de los cazadores catalanes. ¿Dejaremos que las epidemias asolen las grandes densidades de mamíferos salvajes, o formaremos un cuerpo profesional de funcionarios cazadores para poder regular las, o quizá la reintroducción del lobo y el oso de forma masiva en nuestros bosques sea la solución?

Evidentemente, estamos preocupados ante una nueva ley de caza. En lo que nos ocupa, la realidad supera ampliamente la ficción y nos preocupa la visión urbanita que se tiene de la realidad.

Durante décadas, los cazadores hemos estado, como se dice ahora, en el armario, somos gente pacífica a pesar de la imagen que algunos pretenden colgarnos, pero el maltrato, el desprecio en muchos casos y la poca o nula atención que nos están dispensando están creando conciencia de clase.

El derecho a la dignidad de la actividad y la atención que tiene que dispensarse para que esta dignidad retome el lugar que le corresponde dentro de la sociedad son, sin lugar a dudas, objetivos sin retorno a los que no pensamos renunciar.

Unos 90.000 catalanes con su entorno familiar y todo el entramado socioeconómico que comporta la actividad estaremos atentos al proceso de la nueva ley de caza, si ésta sirve a los objetivos de dignificar y potenciar la caza como una actividad sostenible e imprescindible dentro de nuestra sociedad, estaremos por la colaboración; en caso contrario, no les quepa ninguna duda de que sabrán de nosotros.

Antoni Quer i Puignau es presidente de la Federación Catalana de Caza.

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