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Columna
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Flechas a tiempo

Porque en inglés el mes se pone antes que el día, lo que en Estados Unidos es el 9/11 en la mayor parte de Europa se lee al revés. El once de septiembre es para nosotros el nueve de noviembre o viceversa. Se podría jugar de muchas maneras con ese baile de izquierda a derecha de las cifras. Pero cuando los números son fechas, su movimiento es el de la corriente del tiempo; del sentido hacia la memoria o el descubrimiento. O de la repetición contra la esperanza.

La tragedia del 11 de Septiembre podía haber orientado el tiempo del mundo hacia delante. La repulsa de esa violencia infame, haber propiciado la repulsa de la violencia infame, desde la miseria estructural hasta las codicias personalizadas. Pero ese día no cambió el mundo, simplemente lo estremeció, echándolo hacia atrás (río arriba), a peor. No sólo se han intensificado las estructuras de la miseria y la codicia, sino que se han vuelto más descarnadas; más obscenamente explícitas. De sobra hemos criticado la invasión de Irak y sus secuelas. Es urgente desmontar también la lógica liberadora de muchos grupos fundamentalistas mal llamados resistentes que no conceden a la población iraquí ni siquiera el respiro de la ayuda humanitaria. En ese infierno, la ONU y las organizaciones no gubernamentales han tenido que abandonar el país, presionadas por muchos grupos amantes de su pueblo.

Acabamos de (re)pasar el nueve de noviembre (11/9), otra fecha clave. Otra fecha-flecha del sentido del tiempo. La noche del 9 de noviembre de 1938 -llamada de los cristales rotos por los destrozos en tiendas, viviendas y sinagogas- marca el inicio en Alemania del exterminio de los judíos. La humanidad protegió largo tiempo la determinación y la esperanza de que nada parecido a ese Holocausto volvería a suceder sobre la tierra; la comprensión de que el propio sentido de lo humano dependía de que nada semejante volviera a producirse. He conjugado el verbo proteger en indefinido, que es un tiempo que corta el pasado del presente. Porque demasiadas veces han sido traicionadas la determinación y la esperanza. Totalitarismos y genocidios, incomparables y sin embargo próximos, se han sucedido desde entonces.

El 9 de noviembre de 1989 se abrió también el muro de Berlín. Creímos que con esa frontera vergonzante caerían otras. Pero en estos quince años, como en un contrasentido del tiempo, se ha multiplicado el amurallamiento físico, literal, del mundo. Y una especie de reactualizado muro de Berlín se erige hoy, invisible pero palpable y cuantificable, en las condiciones de vida y en las conciencias de muchos alemanes del Este (la pared de los sueldos y pensiones más bajos, de una tasa doble de desempleo).

El 9 de noviembre ha marcado también estos días la primera muerte o la muerte anunciada de Yasser Arafat, que se llamaba también de otras maneras. Varios nombres para quien incluyó en su biografía varias vidas y sobre todo varios sentidos del tiempo. Del fusil a la rama de olivo y otra vez al fusil. De la "paz para la tierra y felicidad para la gente" del discurso que pronunció cuando recogió el premio Nobel, a la reversibilidad de ambos conceptos; al sometimiento de esa paz y esa felicidad a condicionamientos y dependes. No fue el único responsable, pero él siguió aferrado a un poder que las (y le) contradecía. Si la vida es un río, la de Abu Ammar, se torció cerca de la desembocadura, se puso a remontar contra corriente. "Nuestros nombres y nuestros días, no nos expresan del todo"; "Tenemos un único sueño: que el aire pase como un amigo, difundiendo el olor del café árabe por las colinas expuestas al verano y al forastero", escribe el poeta palestino Mahmud Darwix en El Fénix mortal. Descanse en paz Yasser Arafat. Descanse y ojalá, la paz y la felicidad de su gente. Ojalá otros días y otros nombres, río abajo. Otro sentido de la flecha del tiempo en Palestina, a tiempo para el café y el verano.

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