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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

De cena con el Che

Tengo bastante aversión a todo lo que sean mitos, pero la tarde que sonó el teléfono y me propusieron cenar en privado con Ernesto Che Guevara dije enseguida que sí. En realidad no era el Che que conocemos, sino el de antes de convertirse en comandante, el que se llamaba simplemente Ernesto, que para mí tenía mucho más tomate. Ustedes me dirán que al Che lo mató la CIA en 1967, pero yo, exactamente, cené con el fantasma del Che, sentado al lado de su íntimo amigo Alberto Granado, protagonista del documental recientemente estrenado: De viaje con el Che Guevara, de Gianni Minà. El documental muestra el mismo recorrido que en 1952, y durante siete meses, hicieron los dos amigos, un viaje iniciático, un sueño que transformó a Ernesto hasta llegar a ser uno de los personajes más mitificados de la historia de la humanidad.

Alberto Granado protagoniza el documental 'De viaje con el Che Guevara': un viaje iniciático de 7 meses realizado por los dos amigos en 1952

Alberto y Ernesto se conocieron de niños en Córdoba (Argentina), aunque el Che era de Rosario. Sus padres eran amigos y el Che estudiaba con un hermano de Alberto. El futuro comandante era testarudo y un gran lector. Enseguida congeniaron: Alberto se convirtió en su protector, le enseñó a bailar y a jugar al rugby, a pesar del asma que padecía Ernesto. Pero el sueño de Alberto era hacer un gran viaje, lanzarse a la aventura sin nada más que una motocicleta. Se lo propuso a su amigo y enseguida dijo que sí. Alberto tenía 29 años y se había licenciado en bioquímica y farmacia; el Che tenía 23 y estudiaba medicina. Dejaron a sus novias y se montaron en una Norton 500 del año 1939. No llevaban ni un peso en el bolsillo, pero eso les tenía sin cuidado porque pensaban trabajar a salto de mata.

Recorrieron el desierto de Atacama, el Amazonas, el Machu Picchu, los Andes... Alberto conducía y Ernesto se agarraba a su espalda. Trabajaron de transportistas, algunas veces en hospitales, y lavaron centenares de platos en restaurantes. En Perú estuvieron un mes trabajando en una leprosería, comían con los enfermos, convencidos de que no se contagiarían. Y tuvieron razón. Cuando se fueron los enfermos lloraban de emoción. En Chile se les rompió la moto, Alberto lloró de desconsuelo, pero no se echaron atrás y continuaron en autoestop, incluso en balsa. En Valparaíso subieron de polizones en un barco hasta Antofagasta. "Nos escondimos en el váter y vimos de todo, hasta que, ya en alta mar, nos presentamos al capitán. A mí me metieron a pelar cebollas y a Ernesto a limpiar baños", cuenta Alberto divertido.

El Che empezó su conciencia política viendo la explotación de los mineros de Antofagasta. Vivieron las injusticias y las miserias de los pueblos por donde pasaban. Ernesto lo compartía todo, menos las mujeres, que le encantaban. Hasta que él fue a Venezuela con un avión que transportaba caballos; pero se prometieron verse pronto. Alberto se quedó en Caracas, se colocó en la universidad y trabajó como profesor e investigador en una vacuna para la lepra. Ernesto emprendería otro viaje por Bolivia y Guatemala. Un día le escribió diciendo que había conocido a unos jóvenes cubanos y que preparaba la revolución. Cuando se reencontraron en Cuba, ocho años más tarde, Ernesto se había convertido en el comandante Che Guevara.

Esta historia me la contó Alberto entre vaso de vino y magret de pato, algo que le supo a gloria, a él y a su mujer, Delia, que siempre le acompaña. Alberto tiene ahora 82 años, vive en Santiago de Cuba y cobra la pensión de jubilado como fundador de la escuela de medicina de Santiago. Su afición continúan siendo los viajes, aunque ya no va en moto, sino en avión. En 1970 publicó el libro Con el Che por Suramérica. "Quería desmitificar su figura y demostrar que Ernesto era de carne y hueso, como todos". El director Walter Salles se inspiró en este dietario para su película Diario de motocicleta, que asesoró Alberto. Ahora él y su mujer viajan por todo el mundo promocionando el documental de Gianni Minà.

"Hemos tenido infinidad de problemas para que tanto la familia del Che como Alberto pudieran cobrar derechos de autor", confiesa Gianni. "Todo por culpa de Estados Unidos". Gianni es una de las pocas personas que han entrevistado a Fidel Castro, y lo considera un amigo. Gianni es, además, el director de la revista Latinoamérica, e tutti i sud del mondo, conocidísima en Italia por toda la izquierda.

Entretanto, seguimos comiendo y bebiendo en este restaurante de paredes desconchadas de diseño y ambiente agradable que se llama Silenus, en la calle del Àngel, y que dirige el pintor Andrés Cobo.

"Estamos un poco trastornados de tantas ciudades y a veces confundimos los nombres", comenta Delia. "Pero nos encanta probar cosas nuevas. Tengo el estómago a prueba de bomba", sigue Alberto mientras pide más vino. Delia confiesa su amor por Joan Manuel Serrat, a quien vio en concierto y cenaron juntos en Madrid. "Serrat es muy querido en Cuba", afirma ella, aún emocionada de tenerlo tan cerca.

Alberto ya estuvo en Barcelona en 1990, invitado por la universidad para dar una conferencia sobre genética molecular. Confiesa su amor por los vinos españoles y me pregunta cuál es el mejor. Algo, le respondo, imposible de contestar. Los padres de Alberto eran extremeños y su abuelo cantaor. Quizá por eso acaba la cena cantando "¡Asunción, Asunción, echa un poco de vino al porrón!".

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