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Columna
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Día de muertos

Es día alegre y jubiloso, y aquí se celebra a los muertos con regocijo y chocante optimismo

Mientras en la pequeña Gran Euskal Herria las fuerzas en litigio litigaban por un quítame allá esta celebración de Estatuto, aquí, en México, tuve la revelación de que los vascos estamos haciendo el botarate, un tropezón tras otro; y todo, porque lo nuestro, que se pretende remake de Moisés hacia la Tierra Prometida seguido por toda la tropa, no da ni para programa de Gran Hermano. Para mí, se debe a nuestro afán de vivir momentos transcendentales, gloriosos. Históricos. Si cuento los momentos históricos que dicen que he vivido no doy abasto. Histórico, decían el otro día, será el referéndum.

No se sabe aún qué se refrendará, ni si a ETA le parece bien el envite (si no, no hay tutía), pero ya sabemos que será histórico. Y raro es el año en que no hay votaciones históricas en el Parlamento, discursos, inauguraciones, reuniones históricas. Es nuestra ansia de grandeza, nuestro gusto por lo sublime, de ir más allá de nosotros mismos. Somos la generación que más momentos históricos se adjudica. Ya veremos qué dice la siguiente, si nos mira con tanta indulgencia.

En México no se necesitan estos trucos dialécticos. Se vive de por sí todo el rato en la transcendencia espiritual. ¿Que cómo tuve yo esa revelación que cambió mi vida, mi visión del mundo y de la jugada? Fue en un lugar que en otros sitios sale prosaico y aquí ventana al infinito. En el supermercado. A las ocho de la mañana - aquí se madruga- del lunes 25 de octubre. Iba yo tan tranquilo cuando de pronto lo oí. La megafonía, a tope, transmitía el Adeste fideles. ¡Un villancico en 25 de octubre! Inmerso a traición extemporánea en el espíritu navideño noté enseguida que había sido raptado a lo sublime. No como otros, que sólo lo intentan. Confirmé la faena cuando supe que, aquí, el 25 de octubre se celebra San Crispín y San Crispiano, a los que, mira por donde, podríamos hacer patronos del Estatuto, si hay consenso -con el tiempo nos escindiríamos en crispintzales y crispianolaris: lo pasaríamos fenómeno-. Mientras se adopta la decisión, estos potenciales protovascos se conforman con el patronazgo de huaracheros, zapateros y talabarteros, que lo celebraron juntos en la catedral. En concordia. No como otros que no quiero señalar.

Es lo que tiene vivir en plan excelso, que las humanas cuitas parecen cosa de críos e impera la armonía. Pero nos hemos concedido un descanso en los prolegómenos navideños. No del disfrute espiritual. Ahora ocupamos los días con el Día de Muertos. Es el Dos de Noviembre, pero los preparativos empiezan dos semanas antes. Cuando yo era chaval, ese día, Fieles Difuntos, se celebraba en mi pueblo con contundencia. Íbamos al cementerio y el cura daba cantidad de misas, lo que nos impresionaba mucho. Era fiesta solemne, seria, con cierto aire dramático y desolador. Muy nuestra.

Aquí, no. Todo lo contrario. Es día alegre y jubiloso. No sé si celebra a la muerte, pero sí a los muertos, con regocijo y chocante optimismo. Los comercios están llenos de representaciones de esqueletos, que les llaman "muertes" y "caracas", en actitudes lúdicas y joviales, de novios, músicos, toreros... No son tristes, ni dramáticas, sino muertes radiantes, jocosas, dotadas de rara vitalidad.

La gente pone altares en sus casas, con "muertes", adornos y comida para sus difuntos. Familias enteras marchan a comer en el cementerio con los suyos, hasta llevan músicos. En los altares depositan la comida, la bebida y el tabaco que gustaba a sus muertos, que vienen estos días. El 30 de octubre a la noche llegan los espíritus de los niños; el 31, los adultos. Se quedan hasta el 2. Las familias comen ese día lo del altar. Gabriela, la mexicana que me informa de las cosas importantes, asegura que esa comida ya no sabe igual. "Ha perdido la sustancia, se la han comido los muertos".

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Decidido a vivir tanta inmortalidad, he ido a comprar unas "muertes". También copal, incienso y mirra, para el altar. Mis denuedos se han visto recompensados con creces. He encontrado en el mercado, junto a melones, papayas y tomates, algo maravilloso. "Polvos místicos" les llaman, y sirven para encantamientos. Te los echas encima y te frotas, y enamoras; o ganas dinero a manta, o tienes irrefrenable suerte. Lo que sea. Los de "Chupa-rosa" -hechos de una planta desecada en luna llena- te permiten obtener los viernes gracias amorosas. Ya veremos, el viernes.

Lo más importante: he encontrado unos "polvos místicos" que, bien usados, nos vendrían como anillo al dedo de la pequeña Gran Euskal Herria. Es el "legítimo polvo" "San Judas Tadeo". Asegura la "protección contra todo mal enemigo". Gabriela dice que mano de santo. Si quieren, les mando unas cuantas dosis y a lo mejor "lo nuestro", sin enemigos malos, se arregla. He aquí una propuesta constructiva para atajar "el contencioso".

Al menos, habría que intentarlo.

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