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Reportaje:LA INMIGRACIÓN POR DISTRITOS | Retiro

"Vete a trabajar a tu país"

Los inmigrantes suelen realizar los empleos más duros y peor pagados, pero además, en muchos casos sufren un trato degradante

Muchos inmigrantes se quejan de que en Retiro no son bienvenidos, que se les mira con recelo y que hay xenofobia. Otros creen que les explotan y que no les reconocen sus derechos. Los hay también que se sienten a gusto en este distrito, aunque reconocen que no suelen relacionarse más que lo estrictamente necesario con sus vecinos. Las opiniones son variadas.

Paseando por las calles de barrios como Ibiza y Niño Jesús, repletas de boutiques, tiendas de decoración, restaurantes y establecimientos, en definitiva, para una clase media, apenas se encuentran nuevos vecinos. Los pocos que hay a media mañana de un día laborable, como Marlene, ecuatoriana, de 31 años, trabajan allí, pero viven fuera del barrio.

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Marlene sale de una tienda de comestibles con un niño de la mano. No es su hijo, sino el crío al que cuida desde hace un año, al tiempo que limpia, cocina, plancha y hace todas las tareas de un hogar de Retiro. "Me tratan muy bien, pero para que me paguen la Seguridad Social tengo que aportar 50 euros de mi sueldo y trabajar todo el día dos viernes al mes", explica la mujer, que con sólo un contrato verbal cobra 400 euros al mes por trabajar seis horas diarias.

Marlene está decepcionada de España: "No es lo que me imaginaba al llegar aquí; encontrar trabajo es muy difícil", comenta. Esta mujer, que emigró hace cinco años y que tiene los papeles en regla, cuenta que accedió a trabajar por una paga por debajo del sueldo mínimo interprofesional (460,5 euros) por necesidad. No encuentra otro trabajo mejor. "Creo que es porque tengo una hija [de 10 años]. En las empresas de limpieza donde solicito empleo me dicen que me llamarán, y siempre me quedo esperando", asegura. Su sueldo, sin embargo, es imprescindible para su familia, que espera regresar en unos años a Ecuador, donde están acabando de construir una casa.

Un poco más lejos, en una gasolinera del paseo del Doctor Esquerdo, trabaja Marcia, de 31 años. También es ecuatoriana y lucha día a día por conseguir el respeto de los clientes. Pero no le resulta sencillo. Su tez morena, pelo largo y negro, y su característico acento le descubren. "Aquí hay mucho racismo", comenta su compañero español, tras el mostrador. Un cliente de mediana edad, con chaqueta y corbata, y con un coche lujoso, escucha la conversación. Su respuesta no se hace esperar: "Pues vete a tu país a trabajar".

Marcia dice estar acostumbrada a sufrir situaciones como ésta. "La gente siempre tiene prisa", explica, "y cuando se ponen nerviosos les salen estos comentarios". Pero no es igual en todas partes. "Antes trabajaba en una gasolinera en la plaza de Legazpi. Allí la gente no decía estas cosas. Aquí es distinto. Viene mucha gente mayor y muchos pijos". Al principio, cuenta, contestaba a esos comentarios. "Ahora", dice, "prefiero callarme y esperar a que se vayan".

En Ecuador, Marcia era profesora de párvulos. Vive en Villaverde y está contenta con su trabajo. Tiene un contrato fijo y gana 950 euros al mes. Un buen sueldo, "pero no suficiente para comprarme un piso en este barrio", afirma.

Cris, una filipina de 30 años, 20 de ellos en España, tampoco vive en Retiro pero pasa buena parte del día trabajando en un bar en la confluencia de la calle de Ibiza con Menéndez Pelayo. Es una franquicia y ninguno de sus compañeros es español. Allí trabajan cinco filipinos, mientras un ecuatoriano prepara en la cocina las raciones para los clientes, todos españoles.

Cris gana 870 euros mensuales. De ellos, 250 son para pagar el alquiler de una habitación en Atocha, en la que convive con su pareja. Otros 300 euros van a Filipinas, donde viven sus tres hijos, de 5, 7 y 12 años. "Aquí no podíamos mantenerlos, así que les mandamos con sus abuelos", relata. Cris les echa mucho de menos, pero sabe que "hasta que acaben el bachillerato" no podrá volver a verlos a diario: "Es muy duro". Pero no es lo único que tiene que soportar: "¿Comentarios racistas? Siempre hay alguien que te llama 'china de mierda'. Eso te llena de impotencia, pero no merece la pena contestar".

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