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Sobre la cárcel de Topas

Con 1.600 reclusos y 500 funcionarios, la cárcel de Topas, que he recorrido en un par de ocasiones, es una ciudad con más habitantes que muchas poblaciones de nuestra Comunidad. En ella se gestó la célula islamista que pretendía volar la Audiencia Nacional y cuyos integrantes han sido encausados por el juez Baltasar Garzón. El centro penitenciario de Topas, en Salamanca, no tiene nada que ver con aquellas sórdidas prisiones de hace un siglo y que movieron a las reformas penitenciarias de Victoria Kent y demás promotores de la reinserción social de los delincuentes. La cárcel en las afueras de Salamanca es un complejo de edificaciones modernas y bien equipadas, con espacios abiertos por los que deambulan internos de ambos sexos. El movimiento económico que produce el centro carcelario lo convierte en la tercera industria local, tras la Universidad y la sanidad pública.

Topas no es distinta de otras prisiones españolas. En ellas, la falta de libertad es la única restricción que padecen los internos, quienes pueden disfrutar hasta de nueve menús diferentes, incluidos los de estricta aplicación islamista. Polideportivo, biblioteca y talleres para practicar las actividades más diversas permiten el desarrollo de las distintas facetas de la personalidad de los internos. Doy fe de la pericia adquirida por los practicantes de alguna de esas disciplinas, porque hace años el equipo de fútbol del centro ganó ¡por 22-0! al del periódico que entonces yo dirigía.

En este marco y con semejante panorama, no es de extrañar que en uno de mis viajes por el extranjero me encontrase con un convicto marroquí de larga tradición carcelaria que me dijo: "Si me vuelven a encerrar otra vez, prefiero que sea en España. Las cárceles españolas son las mejores, con mucha diferencia".

Pues ya ven. Aquí, en el otoño del 2001, se originó una célula islamista por la prédica y el liderazgo de Mohamed Achraf, que estaba detenido por delincuente común, a raíz de una bronca carcelaria entre internos árabes y españoles. La siguiente algarada de importancia se produjo muchos meses después, a finales de mayo de 2002, con la agresión e intimidación de presos musulmanes a otros de su misma religión. "Tuvimos que internarlos en celdas de aislamiento y habilitar también para ello alguna otra porque fueron insuficientes las 30 de que disponemos en el centro", me dicen fuentes próximas al director, Ignacio Bermúdez, un gallego reflexivo y amable, que lleva nueve años al frente de Topas y que ha sido ratificado por la nueva directora de Instituciones Penitenciarias, Mercedes Gallizo.

Lo que sucedía, según me cuentan, es que "absolutamente todos los alborotadores estaban detenidos por delitos comunes y los únicos terroristas que preocupaban hasta esa fecha eran los presos etarras", de los que hay 19 miembros recluidos en la actualidad. Sólo hace unos meses, la interceptación de cartas -siempre con el visto bueno judicial- evidenció que un pequeño grupo más radical podía estar relacionado con el fundamentalismo islámico.

Esos hechos, en una colectividad próxima a las 2.000 personas, en principio no parecían inquietantes. Precisamente ha sido después de la dispersión de ese grupo en distintas cárceles y gracias a la correspondencia mantenida entre ellos, que se ha descubierto que constituían una célula extremista.

En un complejo mundo carcelario como el español hay más de 6.000 delincuentes extranjeros, que "equivalen a la población reclusa de seis cárceles", según los expertos. No sólo contribuyen a saturar nuestras prisiones, sino que resulta prácticamente imposible controlar todas las interrelaciones de esos reclusos. En Topas, 300 de los 1.600 internos son magrebíes. Hay otros 200 musulmanes más, bien sean españoles o de otros países europeos y africanos, con lo que la población penal musulmana del centro asciende al medio millar. "De ellos, sólo una veintena son islamistas", me aseguran.

Con su cara y su cruz, Topas no es distinta de la mayoría de las prisiones españolas. Y la vida en ella no padece de más limitaciones que en el resto de centros de reclusión. No es un reducto fundamentalista ni cosa por el estilo. Simplemente, la creación en ella de una célula de terrorismo islamista le ha dado una notoriedad indeseada. Paradójicamente, sus funcionarios son ahora de los más preparados en la prevención de nuevos brotes de radicalismo islámico. Incluso antes de recibir nuevas instrucciones de lnstituciones Penitenciarias, la dirección del centro ha ordenado el aislamiento de reclusos que desarrollan actitudes problemáticas. Porque una cosa es la reinserción y el trato correcto a los internos y otra muy distinta que las cárceles sean nidos de terroristas.

Enrique Arias Vega es periodista.

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