La verdad sobre Darfur
Nada nuevo bajo el sol. El horror ha vuelto al África negra, esta vez al oeste de Sudán: una región del tamaño de la península ibérica con seis millones de habitantes llamada Darfur.
Antes de Darfur, Sudán era ya un habitual en la lista de conflictos olvidados de este planeta. Desde hacía más de veinte años, el sur del país era el escenario de una guerra civil entre tropas del Gobierno de Jartum, de corte islamista, y combatientes del SPLA (Ejército de Liberación del Pueblo Sudanés, en sus siglas en inglés), mayoritariamente cristianos. Durante ese tiempo, los enfrentamientos se han desarrollado en silencio, hasta dejar una cifra de dos millones de muertos.
Bajo la influencia de Hassan al-Turabi, padre del islamismo político, el Gobierno central puso en marcha una política de arabización e islamización del país que generó un fuerte rechazo en las zonas no musulmanas, especialmente en el sur. Por ello, el conflicto en Sudán se ha descrito como el enfrentamiento de guerrilleros cristianos sureños frente a las tropas de un Gobierno islamista. En mayo de 2002, bajo la presión de Estados Unidos, se inició en Kenia un proceso de paz que ha cristalizado en una serie de acuerdos entre el gobierno y el SPLA para poner fin al conflicto.
Hay que evitar el genocidio y, de momento, ni la ONU ni EEUU parecen dispuestos a hacerlo
Si no hay un conflicto étnico, ¿qué explica esta crisis humana? El cambio climático
Cuando por fin las armas parecían acallarse en el sur, al proceso de paz le salió una ampolla por el oeste de muy difícil diagnóstico. Entre febrero y abril de 2003 hace su aparición en la región de Darfur el Ejército de Liberación de Sudán (SLA, en sus siglas en inglés). En su confusa gestación convergen guerrilleros descontentos con el proceso de paz en el sur, junto con un liderazgo compuesto básicamente por miembros de la tribu zaghawa, incluidos algunos oficiales del ejército de Chad. Rápidamente enarbolan un discurso basado en la dejación política y económica en la que el Gobierno ha dejado a esta región del Sudán occidental. El Gobierno central envía al ejército y, al igual que hizo en el sur, moviliza a algunas tribus árabes locales, que forman las ya famosas milicias janjaweed ("diablos a caballo"). Es triste que de idiomas lejanos conozcamos sólo el vocabulario de la guerra. A lomos de caballos y camellos, estos guerreros-bandidos arrasan poblados, asesinan a los hombres y violan a las mujeres. Nada nuevo bajo el ardiente sol del Sahel.
En apenas 18 meses, según la Comisión Europea, han muerto entre 50.000 y varios cientos de miles de personas; de sus seis millones de habitantes, 2,2 millones se han visto afectados por el conflicto; hay por lo menos 1,2 millones de desplazados internos y 200.000 personas han cruzado la frontera y viven en campos de refugiados en Chad.
¿Otro conflicto étnico? No. Como en tantos otros lugares, las teorías sobre los llamados conflictos étnicos son falsas e interesadas. En Darfur, prácticamente todos sus habitantes son negros, musulmanes y de habla árabe. En este conflicto ambos lados son negros y musulmanes. Ser árabe no es más que una identidad lingüística, y sólo desde hace muy poco se ha convertido en una identidad política referida a los que apoyan al Gobierno de Jartum y su política de arabización. Es verdad que, tradicionalmente, las tribus árabes (es decir, arabófonas) de la región se han dedicado al pastoreo de camellos, mientras que las tribus africanas se dedicaban a la agricultura, pero es aún más cierto que la diferencia se ha vuelto irrelevante después de siglos de convivencia y mestizaje.
Si no hay un conflicto étnico, ¿qué es lo que explica esta dramática crisis humana? El cambio climático. El efecto invernadero ha producido una fuerte sequía desde los años ochenta en el Norte y Este de África. La sequía provoca hambre y escasez, y altera los equilibrios entre pastores y agricultores sobre el reparto de las tierras fértiles. Si antes los conflictos se resolvían ante un tribunal de ancianos, hoy, en un continente inundado de armas y asolado por el hambre, las diferencias se resuelven a tiros. Así, el conflicto por las tierras húmedas se torna en enfrentamientos entre tribus, se avivan los fuegos de las diferencias identitarias, se engarza con conflictos regionales y la lucha por el poder en un país que tiene grandes expectativas de proveer de petróleo a Occidente, y se termina en matanzas y crisis humanitaria. Y de ahí al genocidio.
¿Lo hay en Darfur? Parece que todavía no. En septiembre de este año, Collin Powell declaró al Congreso de los Estados Unidos que estaba ocurriendo un genocidio en Darfur, y George W. Bush lo confirmó ante la Asamblea General de la ONU. El caso es que ni la Unión Europea, ni la Unión Africana, ni el enviado de la ONU en la región, ni las ONGs se atreven a hablar (por el momento) de genocidio. Estados Unidos parece estar creando una cortina de humo para distraer la atención de lo que ocurre en Irak, porque a la declaración de habemus genocidio no ha seguido ninguna actuación. Hay que tener en cuenta, además, la influencia de los sectores más reaccionarios de las iglesias cristianas de EE UU en la política exterior de este país: para este grupo, claramente pro israelí, es conveniente mantener la imagen de un Gobierno islamista y árabe cometiendo genocidio contra cristianos africanos; es decir, árabes malos matando cristianos buenos.
Pero tampoco hay aún un genocidio en el norte de Uganda, donde la secta denominada Ejército de Liberación del Señor tiene a gran parte del país atemorizada o recluida en campos de concentración y utiliza a niños como esclavos sexuales o soldados. Por ahora. El caso es evitarlos y, por el momento, ni la ONU ni EE UU parecen dispuestos a hacerlo.
Borja Bergareche es abogado.
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