Pequeños asuntos del dulce hogar
"El amor expulsa al miedo y la gratitud doblega al orgullo". Bien podría ser ésta la divisa de Mujercitas, un clásico ya difícil de apear de su pedestal y que se dispone a seguir dando buenos consejos a pesar del tiempo transcurrido desde su fulminante éxito en la sociedad biempensante del último tercio del siglo XIX. Porque es un libro que se corresponde con la máxima de "enseñar deleitando" que en su época defendió sir Philip Sydney. ¿Ha caducado esta concepción didáctica de la literatura? Mujercitas es un manual de urbanidad y buenos sentimientos que se apoya en el valor de la ejemplaridad y que hace del cumplimiento del deber el fundamento de toda vida. Por tanto está construido por medio de una sucesión de escenas cada una de las cuales hace exposición de un valor, pues casi todas contienen una moraleja sobre una cuestión determinada, y la suma de todas hace el compendio de urbanidad que se busca. Esto supone, además, que toda la obra esté llena de "pequeños asuntos" que apenas sobrepasan el ámbito familiar y, desde luego, no hay pasiones sino buen conformar. De hecho, un asunto de tanta trascendencia como la Guerra de Secesión americana no está presente ni como telón de fondo, es tan sólo una excusa para que el padre de las chicas no esté en casa.
MUJERCITAS
Louisa May Alcott
Traducción de Gloria Méndez
Lumen. Barcelona, 2004
766 páginas. 25 euros
LA HERENCIA
Louisa May Alcott
Traducción de María Corniero
Siruela. Madrid, 2004
160 páginas. 12 euros
Esta edición es la primera que en España se traduce íntegramente, siguiendo la primera y genuina de 1868, e incluye la segunda parte: Aquellas mujercitas. Es un acierto unirlas en un solo libro y su edición. La pequeña Jo dice en un momento a su madre: "Mamá, cuéntanos otra historia, otra con moraleja, como ésta. Cuando son cosas que han pasado de verdad y no suenan a sermón, me dan mucho que pensar". Ésta es la ingenua justificación de Jo: no hay moraleja útil si no hay verdad en el suceso; eso es justo lo contrario de lo que dice el arte de la ficción, pero en la petición de Jo hay algo más: que no suene a sermón; ella quiere aprender, pero exige que la entretengan. No otra cosa pretende la autora que adaptarse a las directrices educativas de su tiempo. Y como éstas pertenecen a la tradición, hay que decir que tienen ese fondo o poso de sentido común que les otorga un plus de sabiduría comparable, por ejemplo, a la sabiduría (mostrenca, como precisaba Caro Baroja, pero sabiduría) del refranero. Sobre él se edifica este monumento al conformismo y la honestidad, pero, atención, su veracidad es más importante para el lector actual que su verosimilitud, ahí es donde radica su gracia. Y es así porque la veracidad de un modo de entender el mundo cuenta más que la verosimilitud de una historia por otra parte muy bien construida.
Los pequeños problemas alejan las grandes pasiones, pero establecen un código de conducta muy completo para el ciudadano medio. De las tres mujercitas más convencionales, dos (Meg y Amy) cumplirán sus sueños de dedicarse al hombre amado y abandonarse a los encantos del hogar; sin embargo, los encantos del hogar saturan tanto como los buenos sentimientos y ahí la autora no se engaña, de manera que los pequeños problemas crean un sistema de contrastes entre realidad y mandato moral que animan considerablemente el libro; salvo Beth, condenada -¿o habría que decir entregada?- a la muerte, tanto las otras dos como sus maridos renuncian a lo que querían ser para conformarse con lo que deben ser; en este caso la renuncia no se considera el defecto del débil sino el tesoro de las almas buenas. La novela está llena de sacrificio. Y Jo es el personaje clave, el que mueve la novela, precisamente por su carácter no convencional: "Ser independiente y ganarse la admiración de sus seres queridos eran sus dos máximas aspiraciones en la vida". La pasión por la escritura es un trasunto de la autora y por ahí lucha la vida contra la norma; incluso hay que ver con qué energía defiende a las solteronas -camino que llevaba Jo, la escritora- en un momento dado del libro. Pero su final es el de sus hermanas: la renuncia. La renuncia es el mayor bien de las almas simples, parece concluir la autora. Ahí estuvo la decisión entre novedad y tradición y se decidió por lo segundo. ¿Otra renuncia, esta vez literaria?
La herencia, escrita a los 17 años, es un libro indispensable para los seguidores de Mujercitas. ¿Por qué? Pues, simplemente, porque bien podría ser ésta no ya la novela que Amy echa al fuego sino la primera que completó realmente Jo. ¿Quieren leer a Jo?: lean esta Herencia tan romántica e ingenua como un tarro de miel. No le falta ni una escena ni un adjetivo que no sean deliciosamente juveniles, una juvenilia impregnada de ensueños, evocaciones y deseos que se realizan uno por uno tanto en la maldad de unos como en la bondad de otros. El salto de esta novela a Mujercitas revela a una escritora que cumplió lo que se propuso y que se mantiene, entre la nostalgia y el sentido común, muy cerca de lo que me atrevería a llamar una concepción hogareña de la literatura. En este tiempo de sordidez, vulgaridad, violencia gratuita y relatos tan históricos como histéricamente comerciales no deja de ser un respiro.
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