Cortocircuito
CON ESA inteligencia jacobina que le caracteriza, Félix de Azúa nos da una prueba más de su cruzada crítica contra esa idea convertida en creencia, que es, por decirlo en todos sus términos, el dogma del arte moderno de vanguardia. Ya lo había hecho en su polémico Diccionario de las artes (1999) y, como exigía el género, desde todos los ángulos teóricos posibles, pero no como ahora aborda la cuestión en el reciente ensayo titulado Cortocircuitos. Imágenes mudas (Abada), porque lo hace a pie de obra; es decir: reflexionando sobre unos cuadros muy concretos de Pieter Brueghel el Viejo, Hans Baldung Grien, Goya y Manet, que le sirven para otear otras obras y panoramas, pero, sobre todo, para, sin dejar por ello de remontar el vuelo hacia otros asuntos de enorme calado, centrar el problema en qué entendemos por "moderno" en la así llamada pintura moderna. En este sentido, aunque él recomienda en un "aviso al lector" previo que, quizá, sea conveniente que comience el libro por los tres últimos ensayos, los que dirimen esa ardua cuestión de la pintura de vanguardia, que él considera iniciada con Manet, el genuino profanador del lenguaje artístico clásico, yo respetaría el orden cronológico que finalmente preside esta recopilación de ensayos, entre otras cosas, porque, de esta manera, se puede apreciar mejor la amplitud y profundidad de su mirada crítica, que es "moderna" al analizar cuadros del siglo XVI y "clásica" al enfrentarse con la revolución pictórica moderna.
Poeta, novelista, ensayista y profesor de estética, el interés de Félix de Azúa por el devenir del arte en nuestra época se ha basado en estudios anteriores de cuatro figuras históricas cruciales para la definición de este problema, como Diderot, Baudelaire, Hölderlin y Hegel, lo cual le ha permitido ahondar lo suficiente para no hurtar el trasfondo esencial de lo que ha significado y significa esa curiosa práctica de las "imágenes mudas", tanto cuando eran de una silenciosa elocuencia como cuando se transformaron, mediante un sorprendente cortocircuito, en una simple superficie pigmentada, preludio de la insignificancia en la que todavía seguimos, de una u otra manera, hozando, dicho sea en el aspecto de no retirar nuestra mirada a ras de tierra, con la fe de quien busca allí su único alimento.
Lo que escarba Félix de Azúa por debajo del fruto moderno que nos nutre es la raíz y, siendo su talante crítico, no para pronunciarse a favor o en contra, sino para levantar algo nuestra mirada y así contrastar mejor lo que ocurre en este segmento de la creación artística, que ha pasado, durante nuestra época, vertiginosamente, de lo sagrado a lo profano. En cierta manera, llevamos casi un siglo y medio de arte "puro", ensimismado, y es bueno que alguien se atreva, excavando los pozos de la culpa, el sexo, la muerte -esos abrevaderos del arte-, a hacer un balance crítico de las pérdidas, aunque sólo sea para devolver la dignidad del misterio connatural a las imágenes mudas, que dan origen a un lenguaje misterioso en tanto que su significado es recóndito.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.