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OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

¿Seguridad ciudadana?

Madrugada del día 25 de octubre de 2004 sobre la 1.30. Mi marido, joven empresario de 33 años, se encontraba de guardia y estaba realizando un servicio de grúa en Madrid, dedicado a la asistencia en viaje a aquellos asegurados que lo solicitan. Tras guardar el vehículo del asegurado en la base dedicada a este fin, en Villaverde Alto, el asegurado le pidió que por favor le acercara a su domicilio, en el cercano barrio de Orcasitas.

Cuando mi marido dejó al asegurado, se dirigía a nuestro domicilio, y un coche de policía le cortó bruscamente el paso en la carretera de Villaverde a Carabanchel. Se bajaron dos policías con las manos en las pistolas y le obligaron a bajar del vehículo-grúa. Una vez abajo, le gritaron que pusiera las manos sobre el vehículo y, a la vez que llegaban dos patrullas más y le rodeaban, le empezaron a cachear metiéndole incluso las manos en los bolsillos. Todo esto sin mediar palabra ni dar explicación alguna. Tuvieron incluso la desvergüenza de preguntar si acaso no tendría antecedentes (probablemente debido a que llevaba todo el fin de semana de guardia, y el cansancio se le salía por cada poro de la piel). "Claro que no. Ahí tienen mi documentación, pueden comprobarlo", les dijo.

Mi marido estaba pálido del susto, a la vez que paralizado, claro. Oyó hablar a dos policías que habían robado una grúa de plataforma (la de mi marido es tipo "patrol"), por lo tanto se marchaban. Aunque mi marido les dijo que le habían dado un susto de muerte, se mofaron preguntando: "¿Qué, te han robado a ti alguna grúa, o qué?", a lo que les contestó que sí. Varias veces, y la última de ellas estuvo desaparecida más de dos meses. Lo que no les dijo es que en todas las ocasiones no fue la policía quien las encontró sino nosotros mismos, y todos aquellos que nos ayudaron. Tras estas últimas palabras se retiraron y sin dar siquiera las buenas noches, decir un adiós, y muchísimo menos disculparse, se marcharon rápidamente, dejando a mi marido solo en la carretera con el corazón a punto de saltar. Madrid se parece cada vez más a los EE UU.

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