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Columna
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Construir Europa, hoy

Tal como se percibió en las elecciones europeas del pasado 13 de junio (parecen lejanas, pero no lo están tanto), hay cierta incomodidad en muchos sectores sociales por cómo se está haciendo Europa. Existe una gran conciencia de que estamos en el tren europeo y de que no nos conviene saltar de él en marcha. No obstante, crecen las dudas sobre quién está conduciendo el tren y sobre hacia dónde se dirige. Más claro: existe la sospecha de que el tren no está avanzando en la dirección correcta y de que ha llegado el momento de que quienes vamos en él demos la señal de alarma para rectificar el rumbo. Este espíritu es precisamente el que se vivió en Londres, en el Foro Social Europeo, del 14 al 17 de octubre. Mi percepción personal es que lo que movilizaba a la mayoría de la gente allí reunida no era en absoluto el euroescepticismo, sino más bien un sano europeísmo crítico. El rechazo a la guerra como institución (la de Irak y todas las demás), la necesidad urgente de regular y tasar los flujos financieros, y la superación de la Europa suma de Estados y mercado único para avanzar hacia la Europa política y social, con instituciones elegidas democráticamente y capaces de controlar políticamente la economía y, por tanto, la globalización, son sólo algunos de los aspectos que sobresalieron de los debates, y sin duda las afirmaciones que iban en este sentido fueron las que mayores aplausos recibieron. Deberían tomar buena nota de ello tanto los gobiernos como los eurócratas que pretenden que Europa es su feudo y que sólo ellos son capaces de decidir qué debe ser Europa y cómo debe construirse. Por otra parte, las esperanzas puestas en Europa de muchos pueblos, algunos de los cuales ya están dentro, como el catalán, y otros a las puertas, esperando, como el kurdo, ponen de manifiesto los elevados riesgos que supone olvidar que éstos, los pueblos, también deben ser actores parte de este proceso y que ignorarlos puede tener consecuencias fatales.

Es cierto, reconozcámoslo, que a veces es necesario que las élites políticas lideren ciertos procesos y que esta forma de actuar ha dado no pocos resultados positivos en el complejo camino europeo. Pero creo que los tiempos están cambiando y esta forma de hacer política desde arriba está cada vez más desprestigiada. Hoy disponemos de muchos más medios para hacer participar a la opinión pública en distintos ámbitos de la política. Hasta ahora el proceso de construcción europea se ha llevado a cabo de una forma, a mi juicio, excesivamente mercantilista, estatalista y elitista, y no a través de una aproximación directamente europea, promoviendo consultas, referendos y debates a escala europea, y con avances claros en aspectos como la armonización social y fiscal, y en política exterior, por ejemplo. Por eso yo me inclino por el no ante el referéndum de febrero en el que se votará el tratado por el que se instituye una Constitución europea, precisamente porque se ha quedado muy lejos aún de lo que debería ser una Constitución europea moderna a la que muchos y muchas europeístas aspiramos poder votar algún día no lejano.

No se trata, hoy, de hacer Europa a base de imposiciones. Más bien creo que es necesario avanzar aplicando una cierta política de la seducción; convenciendo, más que venciendo; incluyendo, más que excluyendo; enseñando, más que adoctrinando; ilusionando, más que amenazando. Europa será finalmente lo que queramos quienes la queremos. Antoine de Saint-Exupéry, autor de El Pequeño Príncipe, solía afirmar: "No hay soluciones, sino fuerzas en marcha". Esta máxima refleja a la perfección el reto que hoy afrontamos en el proceso de construcción europea. Por lo que vimos en Londres, fuerza e ilusión no faltan. Pero nadie tiene un modelo indiscutible, perfecto, consensuado, para este proyecto que continuamente estamos inventando. Hay que trabajar por él y para él cada día, desde todas las instituciones y los ámbitos afectados por las decisiones de éstas, de forma dinámica y siguiendo el principio de la teoría cuántica de hacer compatible estructura y proceso. Una estructura-proceso consiste en sistemas que mantienen la forma a lo largo del tiempo pero no tienen una estructura rígida. Un buen ejemplo puede ser una corriente bajando por una montaña o un glaciar desplazándose con el tiempo. Se trata de procesos dinámicos, flexibles y adaptables a la vez, y sin embargo, al mismo tiempo estructuras que tienen forma y se mueven en una dirección impulsada por la visión y el objetivo. Así veo el reto europeo. Se trata de hacer de Europa un proyecto común y solidario con la misma Europa y con el resto del mundo. Y para ello es necesario aprender del pasado, reinventar el presente, y soñar el futuro, sin miedo. Éste es el sentido del no europeísta que muchos defendemos. Si logramos que este mensaje se entienda, Europa saldrá fortalecida.

Raül Romeva i Rueda es eurodiputado por ICV.

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