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Modelo de ciudad

Desde que en la segunda mitad de la década de los ochenta tuviese lugar en nuestra ciudad el proceso que culminó en la aprobación del vigente plan de ordenación urbana, no hemos tenido ninguna oportunidad de reflexionar estructuralmente sobre la ciudad. La prolongada ausencia de un nivel reflexivo de carácter general, que promueva la convergencia de las decisiones políticas hacia un modelo, ha producido inevitablemente una ciudad sembrada de ocurrencias, de repeticiones, de ineficiencia, de confusión y de contradicciones.

La evidencia más triste de que esta ciudad carece de modelo comienza en la propia inadecuación del ámbito territorial que se toma como referencia para la gestión municipal. De ahí desciende a la brutalidad del desarrollo físico reciente de la ciudad en el que se certifica el triunfo irrevocable de los poderes especulativos y el corolario triste de una política en retirada. Pero tenemos que denunciar además que las incongruencias a que da lugar la inexistencia del modelo quedan bien a la vista en las actitudes políticas cotidianas del gobierno municipal, que permanece enemistado con casi todas las voces autorizadas de la ciudad, que demuestra una despreocupación sistemática por el análisis de los indicadores y una obstinada resistencia a decidir en base a necesidades previas bien acreditadas.

No es posible gobernar una ciudad sin un modelo. Ni tampoco aspirar a gobernarla. La elaboración de un modelo propio es en política municipal la única garantía de que uno no permanecerá en indeseable cohabitación con sus adversarios políticos dentro de una misma amalgama de tópicos. Un modelo de ciudad no es un paquete de promesas genéricas ni una enumeración de grandes palabras que todo el mundo está formalmente dispuesto a asumir. Un modelo de ciudad es la especificación de un conjunto de determinaciones que dotan al espacio colectivo de una significación axiológica y le confieren legibilidad.

La primera característica del que quiere ser nuestro modelo la constituye el hecho de hacerse cargo expresamente de las transformaciones sufridas por el papel y las expectativas de las ciudades dentro de un contexto global. Toda reflexión sobre la ciudad que no haya sido desplegada a partir de las coordenadas dibujadas por la sociedad de la información, la intensificación de los flujos migratorios, la crisis ecológica o la responsabilidad de los sujetos en la determinación de su propia identidad, está sencillamente desfasada y no constituye en absoluto ninguna aportación.

Si hemos de generar un modelo alternativo para la ciudad de Valencia basado en los valores del progreso, el bienestar, la convivencia, la cohesión, la sostenibilidad y el respeto mutuo, hemos de reflexionar insertando las particularidades de nuestra ciudad dentro del marco teórico en el que están teniendo lugar las reflexiones más serias sobre el futuro de las ciudades dentro de un mundo global. Es una actitud política fraudulenta no comenzar por este punto.

La segunda característica del modelo alternativo que aspiramos a construir es la fundamentación de éste sobre la base de las elaboraciones resultantes de un riguroso análisis urbano de política comparada. Mediante esta característica del modelo consagramos su vocación europeísta superando la deplorable actitud de proclamar un cosmopolitismo de trascendencia meramente formal.

Es muy importante recalcar que cuando hablamos de la vocación europea de nuestro modelo de ciudad en modo alguno nos referimos a un tópico cuyas consecuencias políticas sean imposibles de determinar. Muchas medianas capitales europeas cuyas potencialidades son fácilmente asimilables a las nuestras son un ejemplo de experiencias formidables de gestión cuyos resultados bien merecen ser analizados. En alguna ocasión ya me he referido al centro histórico de Bolonia, a la política cultural de Burdeos, a la economía de Manchester, la gestión ambiental de Ginebra o a los servicios sociales de Goteborg.

Pocas cosas hay tan irrepetibles como una ciudad, pero afortunadamente eso no nos impide indagar las causas que han favorecido en otros lugares la obtención de la excelencia. En este sentido la política comparada es uno de los elementos consustanciales a la metodología propia de nuestro modelo. Hay que investigar en cada caso los perfiles profesionales que han favorecido los éxitos en la gestión, el tipo de acuerdos políticos que los han precedido, la procedencia de los recursos utilizados y, naturalmente, las eventuales condiciones de oportunidad y adaptabilidad a nuestro particular caso.

Esta metodología comparativa del modelo es muy consecuente con el lema de nuestro último congreso, Valencia Capital, mediante el que quisimos enviar un doble mensaje a la ciudadanía. A saber, que Valencia era un objetivo político de primer orden y que nuestro modelo político para la ciudad iba a estar guiado por una poderosa idea fuerza: la de convertirla en lo que realmente es y en lo que Rita Barberá no ha sabido hacer de ella -esto es- una capital europea.

En tercer lugar nuestro modelo de ciudad quiere reparar de un modo particularmente especial en el análisis de nuestro vigente sistema de movilidad y reflexionar con valentía acerca de sus posibilidades severas de transformación a medio y largo plazo. Dicho de otro modo: el modelo desea abrir la discusión sobre el papel que nuestra ciudad quiere reservar al automóvil. Con facilidad adivinará el lector las potencialidades de reformulación urbana que activamos con la puesta en marcha de una reflexión así.

La cuarta exigencia que le hacemos al modelo es un carácter policéntrico y una preocupación declarada por generar unidades cada vez más pequeñas de redistribución de todos los bienes y servicios públicos. Lo que requiera la calle que no lo dispense el barrio, lo que requiera el barrio que no lo dispense el distrito, lo que requiera el distrito que no haya que buscarlo en el centro de la ciudad. Un modelo socialdemócrata no puede estar desposeído de mecanismos que garanticen una efectiva cohesión periférica.

La última característica del modelo la constituye la participación social, en el bien entendido de que interpretamos esta expresión en todo su alcance y densidad. No estamos interesados en el pensamiento inducido ni en los lugares comunes. A diferencia de un gobierno ensimismado y siempre hostil hacia las neuronas vivas de la ciudad estamos convencidos de que sólo en colaboración responsable con la sociedad puede pensarse un modelo que realmente valga la pena.

Contexto global, política comparada, reconsideración de la movilidad, policentrismo y participación son en esencia las claves de nuestro modelo de ciudad y por extensión las de la alternancia política en la ciudad de Valencia. Hay que hacer un gran esfuerzo por clarificar las opciones entre las que tiene sentido decidir políticamente, por construir una ciudad argumentable y rescatar a Valencia del triste elenco de las ciudades sin método.

Rafael Rubio Martínez es portavoz del Grupo Socialista en el Ayuntamiento de Valencia.

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