El genio de lo concreto
Una de las grandes injusticias del fútbol es que lo último aplasta todo lo anterior. ¿Qué le pasa a Raúl? Es una pregunta que se está haciendo frecuente y para la que se me ocurren tres respuestas. Primera: es un líder que no tiene a quién liderar por la singular configuración de la plantilla del Real Madrid. De hecho, en la selección española se le ve mucho más dueño de la situación. Segunda: en las últimas temporadas fue cambiando su posición en el campo. Cada año juega más lejos de la portería; es decir, se aleja más de sus virtudes y alarga sus esfuerzos. Tercera: en diez años ha jugado cien partidos más de los que jugó Di Stéfano en doce. Y Alfredo no se perdía ninguno.
Di Stéfano fue un jugador cinematográfico en un fútbol fotográfico. Un revolucionario. Cuando todos guardaban su posición, Alfredo se sintió con derecho a invadir todas las zonas del campo. Corría, gritaba, defendía, atacaba, goleaba, volvía a correr... Todo con la intención de ganar, obsesión que se imponía a cualquier otra.
No enamora a primera vista. Raúl entra con el tiempo y nunca por la retina
Raúl es un jugador cinematográfico en un fútbol cinematográfico: no hizo ninguna revolución. Sólo es el mejor. Según los profetas del fútbol moderno, lo natural era el arribo de un jugador medio atleta y medio robot que impusiera su superioridad desde la sola presencia. Podemos estar seguros de que no era Raúl. Desde ese punto de vista, es un jugador que reivindica el fútbol de siempre y pone en evidencia montañas de falsedades dichas en nombre de la ciencia, de la modernidad, de las nuevas tendencias. Su fisioterapeuta suele bromear diciendo que "Raúl fue hecho con todo lo que sobró en la maternidad el día de su nacimiento". Excepto lo que no se ve: la inteligencia, el carácter, la astucia... Es desde el cerebro desde donde esa chapuza se convierte en portento.
Cuando se retrasa al centro del campo, participa mucho y se equivoca poco; cuando se acerca al área, cada balón que toca aumenta su peligro, y delante de la portería tiene frialdad y puntería. Aún hay otra virtud: es ganador. ¿Es que los demás quieren perder? No. Pero Raúl, como aquel Di Stéfano, tiene otra dimensión competitiva, como si la voracidad por ganar le activara quién sabe qué fiera interior. En los momentos clave todo lo que hace es sustancial, como si el fútbol, para él, alcanzara una gravedad que no tiene para los demás. Cómo si ganar ese partido tuviera que ver con el resto de su vida.
Estamos en Dortmund, el día antes de jugar un partido clave de la Champions League frente al Borussia en febrero de 2003. Los jugadores esperan en el vestuario el momento de salir al último entrenamiento. Mientras sus compañeros terminan de vestirse, Ronaldo y Roberto Carlos, en un espacio muy pequeño, empiezan a tocar el balón con una técnica y una gracia que producen risa. Porque hay algo de chaplinesco en el juego que expresa, en toda su riqueza, al fútbol suramericano. De alguna manera, que no sabría explicar, estoy emocionado por la belleza del momento. Me despierta Raúl, que pasa a mi lado y sentencia: "Para ganar mañana, eso no sirve". Cuando volví de mi sorpresa, pensé: "Esto es el fútbol europeo", otra manera de ver las cosas, otra manera de sentir. Pero, sobre todo, pensé: "Éste es Raúl".
Dice Francisco Umbral que "hay escritores que no se inspiran en la fantasía, sino en la exactitud". También los pies de Raúl aspiran a la exactitud antes que a la fantasía, del mismo modo que su cabeza se siente más cómoda pisando suelo firme que soñando. Su estética es la de la simplicidad, su estilo es seco y su capacidad de síntesis es colosal. Su gusto por lo concreto supera todas las debilidades superficiales de los futbolistas comunes: la de la demagogia, la del adorno, la del lucimiento individual... Por eso, en sus malos momentos, no encuentra escondites para su frustración. Hay quién puede vivir de una jugada, Raúl vive del rendimiento.
No enamora a primera vista. Raúl entra con el tiempo y nunca por la retina. Es en su condición de jugador solidario donde se hace importante y grande. Hablamos, por sobre todas las cosas, de un jugador de equipo. En la cancha no regala sonrisas. No hacer concesiones forma parte de su estilo y lo respeta con una coherencia admirable. No sabría ser de otra manera. Tampoco es muy sociable y eso suele ser interpretado como un defecto para aquéllos que anteponen la imagen a todo. Raúl es siempre Raúl y al que no le guste, mala suerte. Debo decir que también lo quiero por eso.
Si es verdad que todo equipo necesita de un líder, ya es hora de hacer una estatua de Raúl sobre un caballo blanco, a ser posible corcoveando. ¿Que exagero? Claro, estoy hablando de fútbol, un mundo de pasiones donde la exageración es parte de la normalidad. Pero, si quiere atenerse a la pura y dura realidad, vayamos a los datos: fue el debutante y el capitán más joven de la historia del Madrid, es el máximo goleador en la historia de la selección española, está a punto de ser el máximo goleador en la historia de la Champions League. De seguir a este ritmo, puede serlo también de la historia del Madrid, quizás del fútbol español... Es la realidad la que exagera con Raúl. Pero, si lo prefieren, dejemos también a un lado las estadísticas: si el fútbol es un bien espiritual, Raúl es el alma del fútbol español.
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