Trillo
A Federico Trillo le pierde el teatro, la sobreactuación. Es incapaz de moderar la frase, de medir el gesto y cultivar la discreción. Por eso, el suyo fue un ministerio de brocha gorda, lleno de boutades, con el sentido común extraviado en la concupiscencia de la exhibición y la prudencia abrumada por el acoso de la facundia más vulgar. Su campechanía ampulosa con aroma a cuartel, que en otro tiempo le había fabricado un prestigio de humorista castizo, derivó en pesadilla. Ministro de Defensa en tiempos terribles, jalonó su ejecutoria de anécdotas grotescas, cuando "al alba y con fuerte viento de levante" reconquistó el islote de Perejil; cuando izó en la plaza de Colón de Madrid una bandera española del tamaño de una piscina; cuando le lanzó un euro a una periodista que le preguntaba por las inexistentes armas de destrucción masiva que fueron la excusa para la carnicería en Irak... De nada les sirvió su porte castrense, enfático bajo el traje de civil, a los 62 militares muertos al estrellarse en Turquía, el 26 de mayo de 2003, un avión Yak-42 que los devolvía a casa de su misión en Afganistán. Las ocurrencias no evitan las tragedias, ni las justifican después. La farsa, como sucedáneo de la política, no condona las responsabilidades en el momento de la verdad. Más aún cuando las evidencias de irregularidades, de negligencia, de falsedad y de manipulación, son tan abrumadoras. No disipa el escándalo que un estrepitoso Eduardo Zaplana salga al escenario a declamar disparates si los familiares de los muertos levantan su dedo acusador desde un atónito dolor multiplicado por la estafa macabra en la identificación de los cadáveres. La payasada se acabó. El nuevo ministro de Defensa, José Bono, ha desenmascarado definitivamente a sus protagonistas. Pero el cunero Trillo se aferra a su escaño por Alicante, como si su honor perdido no exigiera, de largo, una dimisión. Trato de imaginar qué se esconde tras el silencio de esa mayoría de alicantinos que le votaron hace sólo unos meses. Aunque no funcione su vergüenza moral, el diputado y su partido deben a todos los ciudadanos, y a la memoria trágica de los soldados muertos, una reparación.
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